Miguel de Unamuno ha sido retratado como un antinacionalista vasco furibundo, pero la historia cuenta que respetaba a Sabino Arana y que, en una entrevista en plena Guerra Civil, afirmó sentirse “casi, casi” nacionalista
Un reportaje de Xabier Ormaetxea
POCAS figuras vascas tan queridas, admiradas y controvertidas como la del bilbaíno Miguel de Unamuno; escritor, poeta, filósofo, y sobre todo pensador, un genio sin lugar a dudas, genio ambivalente en el que podemos encontrar todo y lo contrario de todo, capaz de declararse razonadamente no creyente un día, y de declararse creyente con una hondura y brillantez admirable al siguiente.
Sobre Don Miguel, se han escrito y se seguirán escribiendo no cientos, sino miles de estudios y semblanzas; su figura está llena de matices, de contrastes, y de sorpresas. Flaco favor le hacen todos aquellos que han tratado de adueñarse de su figura, que no han sido pocos, algunos incluso tratando de usarle como arma partidista contemporánea, a menudo como paladín del “antinacionalismo vasco”. Hasta hemos llegado a leer acusaciones con poco fundamento de que el nacionalismo vasco, que siempre ha tratado la figura de Unamuno con discrepancia pero con respeto y cariño, era contrario a que Bilbao y Euskadi reconociesen su figura; nada más lejos de la realidad que incluso, y como veremos más adelante, el propio Unamuno reconocería en vida.
En su libro Recuerdos de niñez y mocedad (1908) Don Miguel nos relata el trauma que para muchos jóvenes de su generación supuso la abolición de los fueros en 1876; y nos cuenta cómo él, junto con un amigo, enviaron una pueril carta amenazadora a Alfonso XII increpándole por haber firmado la abolición foral, y cómo paseaban por el muelle de Ripa disertando de los males de Euskal Herria, criticando la cobardía presente, y haciendo planes “para cuando Bizkaia fuera independiente”. En esa misma obra, cita en varias ocasiones a Sabino Arana y lo hace con respeto, incluso alabando el correcto uso que hace del castellano cuando escribe, y explicando que en ese mismo ambiente general que él vivió en su juventud, se formó el espíritu de Sabino.
Discurso de 1901 Alguien en Bilbao tuvo la feliz idea de invitar a Unamuno a pronunciar el discurso de los Juegos Florales celebrados ese año, tal vez desconociendo que el invitado no sentía ninguna simpatía por ese tipo de certámenes. El discurso del ya entonces rector de la Universidad de Salamanca fue una auténtica bomba: “Eres un pueblo que te vas; (…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade.” “(…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo; no importa porque como tú debe desaparecer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español”. No contento con esas afirmaciones, tuvo el feo gesto de dirigirse muy groseramente a la señorita que encarnaba la reina de los juegos. La reacción de los bilbaínos no se hizo esperar y las protestas y condenas más atronadoras llenaron las calles y periódicos de la villa, parecería que en este ambiente la reacción más radical debería de haber correspondido a Sabino Arana y, sin embargo, no fue así. Sabino Arana, reconoció y demostró conocer bien a Miguel de Unamuno y en un artículo publicado en la revista Euzkadi, no exento de exquisita ironía, se refiere a Don Miguel como “filósofo literato conocido por sus excéntricas genialidades, y por lo inconstante y variable de su criterio” y, a continuación, se dirige al público en general para decir que “no siente lo que dijo” y que lo contrario a lo que dijo entonces, pudo bien decirlo al día siguiente y de hecho ya lo ha dicho en alguna ocasión. Sabino expresa conocer a Unamuno de largo y achacó todo el escándalo y las palabras de Unamuno al mero interés práctico del escritor que con ello pretendía ganarse simpatías en la Corte.
Al hilo de ese escándalo, existe una carta fechada en agosto de 1901 en la que Sabino Arana le responde a su amigo y médico de Mundaka, José de Arriandiaga. En dicha carta Sabino es muy duro con Unamuno, y sin embargo, en un momento de dicha carta escribe textualmente “por Unamuno siento, sin explicarme el por qué, una estimación particular”. Creo que esa frase resume perfectamente lo que sentían Sabino y Unamuno el uno por el otro.
Epílogo a las obras de José Rizal En 1907 se publicaron las obras completas de José Rizal, apóstol de la independencia filipina, y para la edición de la obra se encargó el epílogo a Miguel de Unamuno. Este glosa magníficamente la figura de Rizal y, en medio, en el capítulo III de su epílogo dedicado al idioma tagalo, recuerda la figura de Sabino Arana. Lo más interesante de la cita, no es el respeto y cariño que demuestra hacia Sabino, sino que aún hoy, más de un siglo después, pueden considerarse las más bellas palabras escritas sobre Sabino Arana Goiri, superando a los de innumerables nacionalistas vascos que han escrito sobre la figura del maestro de Abando. Aunque esos párrafos son archiconocidos conviene recordarlos:
“En esta poesía mecí yo los ensueños de mi adolescencia, y en ella los meció aquel hombre singular, todo poeta, que se llamó Sabino Arana, y para el cual no ha llegado aún la hora del completo reconocimiento. En Madrid, ese hórrido Madrid, en cuyas clases voceras se cifra y compendia toda la incomprensión española, se le tomó a broma o a rabia, se le desdeñó sin conocerle o se le insultó. Ninguno de los desdichados folicularios que sobre él escribieron algo conocía su obra, y menos su espíritu.”
Once décadas después, los desdichados folicularios a que se refería Don Miguel siguen escribiendo desde la ignorancia, la incomprensión y a veces la maldad. No es raro encontrárselos a menudo en periódicos, revistas, universidades e incluso, últimamente, en alguna granja.
Carta al escritor Alfonso Reyes En 1918 el escritor mexicano Alfonso Reyes le pidió a Unamuno que le orientase sobre cómo estudiar el fenómeno nacionalista vasco. Nuestro personaje, que se definió en la carta a sí mismo como “ulsteriano o unionista”, le fue dando detalles sobre qué obras y personas consultar y, no contento con eso, en un alarde de exageración no exento de cierto egocentrismo, reconoce que conoció y trató bastante a Sabino Arana, y le describe a Reyes que él ha estado implicado en el movimiento nacionalista vasco en el que ha influido, y en cuyas filas “se me respeta y aun algo más”; no satisfecho con semejante exageración, fue un paso más allá y no le dolieron prendas al escribir que “lo más de su bagaje ideológico se lo di yo a Sabino, y mi conferencia sobre la agonía del vascuence fue capital.”
No cabe duda de que el propio Don Miguel se reiría hoy socarronamente de su exageración, tratando de aparecer como el niño del bautizo, la novia de la boda y el muerto del entierro, pero, aun destacando la escasa credibilidad de lo que escribe sobre su protagonismo y aportación ideológica al nacionalismo vasco, es de reseñar que se sentía “respetado, y aun algo más” por el nacionalismo vasco.
Interpretaremos desde la moderación que ese “algo más” era la profunda admiración que el intelectual nacionalista Jesús de Sarria y sus compañeros de la revista Hermes le profesaban, y que se evidencia en la abundante correspondencia que mantuvieron con él entre 1916 y 1922.
1936, entrevista en su arresto El inicial apoyo de Unamuno a la sublevación de Franco (lo que le costó seguramente no alcanzar el premio Nobel, pese a haber sido nombrado doctor honoris causa por Oxford en febrero de 1936), se convirtió en pocos meses en un auténtico espanto y horror ante las barbaridades y crímenes del bando sublevado.
Él, que había preconizado una dictadura inteligente, se encontró con una carnicería en la que tullidos físicos y mentales como Millán Astray sembraban de muerte y represión el país y fusilaban a intelectuales y amigos de Unamuno. El enfrentamiento y valiente discurso del rector de Salamanca en octubre del 36 contra aquellos que entraron pistola en mano gritando “Viva la muerte” , y en el que manifestó su orgullo de ser vasco, le valió un arresto domiciliario del que nunca más saldría con vida.
Quince días antes de su muerte, le visitó en su casa un periodista vasco, según nos relata un artículo publicado en la revista Alderdi en 1965 por Fernando Etxekoarena. El periodista se encontró a un Unamuno deprimido, horrorizado por lo que estaba ocurriendo y que definía a la bandera rojigualda de bando nacional como representativa del “pus y la sangre”, “un día saldré y en medio de la Plaza Mayor llamaré asesinos a Franco y sus secuaces”. Don Miguel tenía la premonición de que de aquel arresto solo saldría muerto y sentía dolor y espanto ante los crímenes indiscriminados de ambos bandos contendientes. Pero, en medio de aquella diatriba desesperada añadió: “De todos estos crímenes solo se salvaban los vascos. Yo que me he pasado la vida combatiendo el nacionalismo…”. El entrevistador le interrumpió para preguntarle: “¿Se siente Vd. nacionalista?”, a lo que nuestro Don Miguel contestó “ Sí… casi, casi, puedo decir que me siento nacionalista vasco”.
El entrevistador se lamentó después de haberle hecho aquella pregunta interrumpiendo la alocución de Unamuno, y creyó fue esa interrupción lo que obligó a Unamuno a colocar el “casi, casi” en su respuesta. Etxekoarena acabará su artículo con este epítome: “Quince días antes de su muerte, rodeado de horrores, se sentía nacionalista vasco, se enorgullecía de la caballerosidad del combatiente vasco, del gudari, en aquella guerra de pus y sangre”.