La ikastola: evolución en la preguerra de una institución singular

El final del siglo XIX y las primeras décadas del XX fueron testigo del nacimiento de las ikastolas, un proyecto para enseñar en euskera con un modelo pedagógico propio

Un reportaje de Gregorio Arrien. Fotos de Sabino Arana Fundazioa

LA crisis de la sociedad española de finales del siglo XIX y comienzos del XX generó un gran descontento y críticas al sistema político, que pusieron a prueba el funcionamiento de las instituciones. Frente al fracaso y desprestigio de los organismos oficiales y lo descaminada que andaba la enseñanza oficial, se hicieron constantes llamadas a la regeneración y a un profundo cambio de la vida nacional, proponiendo para ello numerosos remedios de tipo social, económico y cultural.

Grupo de andereños, con el escritor Luis Agirre (Euba, 1982).
Grupo de andereños, con el escritor Luis Agirre (Euba, 1982).

 

Por los hechos apuntados, la crisis finisecular repercutió en el resurgimiento de los nacionalismos periféricos, con el consiguiente auge de un movimiento cultural para la recuperación de su cultura. Por lo que respecta al País Vasco, entre las diferentes propuestas e iniciativas orientadas al logro de estos objetivos, estaba la que ponía un énfasis especial en el cultivo y promoción del euskera y la escuela vasca o ikastola.

Sabino Arana, el autor de una serie de neologismos que llegaron a cuajar con el tiempo, fue también el que acuñó el término Ikastola, para designar a un tipo de escuela en que la enseñanza se da en euskera. Este término aparece recogido en su silabario euskérico “Umiaren lenengo aizkidea. Bizkaiko euzkeraz irakur-tzen ikasteko” (1897). Al decir de Artez en 1931, la obra en cuestión tuvo un cierto éxito en los centros docentes. Aunque Arana estaba dedicado mayormente a cuestiones de otra índole, encontró tiempo y ocasiones para ocuparse de temas de carácter educativo, principalmente cuando las realidades de país y los estímulos externos del momento requerían un análisis o una respuesta de su parte. En este sentido, aprovechando que los conceptos de regeneración y regeneracionismo estaban de moda en su época, en repetidas ocasiones se refirió a estos para dejar en claro que su principal preocupación, a este respecto, era la reconstitución del pueblo vasco, también a través de la escuela; según nuestro protagonista, el camino para la regeneración del pueblo está en que “fundemos sociedades puramente vascongadas, escribamos periódicos vascongados, creemos teatros vascongados, escuelas vascongadas…”.

En estos inicios del movimiento de ikastolas, es justo destacar, igualmente, la actuación de autores como Resurrección Mª de Azkue y Kepa Andoni Ormaetxea, entre otros. Aparte de su contribución a la literatura infantil, Azkue creó en 1896 la escuela vasca o ikastetxea de la calle Jardines de Bilbao, un centro donde los niños aprendían el euskera más que en euskera. Ormaetxea, por su parte, es el autor de Agakia. Euskeraz irakurten ikastekoa (1896), un silabario relativamente breve y sencillo, firmado por Bizkaiko elexgizon batek iratzija.

Tras la muerte de Sabino Arana, se intensificaron las propuestas y referencias escritas sobre la necesidad de fundar escuelas vascas, bajo la responsabilidad de particulares e instituciones vascas; pese a que la falta de recursos estaba frenando su constitución, por el momento, tras la instauración de un largo debate en los periódicos, especialmente en los de orientación nacionalista (JEL, Aberri y demás), finalmente se creó en 1908 la Escuela vasca de párvulos en la Plaza Nueva de Bilbao, seguida después de la establecida en la calle Colón de Larreategui. En los anuncios de la prensa se presentaban como unas verdaderas Euzko-Ikastoleak, al efectuar las matrículas en los comienzos de curso. Entre las dos, llegaron a contar en 1918 con unos 162 alumnos ( 65 niños y 97 niñas), distribuidos en tres grados.

En 1914, Miguel Muñoa estableció una ikastola en Donostia, que tuvo más continuidad que las anteriores.

Autonomía docente A partir de la segunda década del XX, se produjo la llegada de una generación de gente nueva, conformada por hombres de la calidad intelectual y preparación de Eduardo de Landeta, Luis de Eleizalde, Federico Belaustegigoitia y otros. Algunos de ellos ya venían trabajando desde antes en el campo de la Pedagogía y conocían bien las dificultades que existían para la renovación del sistema educativo vigente, plagado de irregularidades administrativas e incapaz de poner remedio al abandono de amplias zonas rurales de carácter euskaldun; pero, pese a ello, siguieron denunciando los hechos y buscando el apoyo de las instituciones locales para reclamar la esperada autonomía docente y poder realizar aquí lo que ya se venía haciendo en los países más cultos de Europa. Su pensamiento pedagógico, expuesto en numerosos escritos, conferencias y publicaciones periodísticas, se encuentra recogido en lo sustancial en los Congresos de Eusko Ikaskun-tza y las instituciones educativo-culturales de Bizkaia. Cansado seguramente de tanto esperar sin apenas resultados positivos, en el Congreso de Oñati ( 1918), Eleizalde animó a los vascos a actuar por su cuenta y organizar “nuestra tupida red de escuelas euzkéricas”, sin esperar la intervención del Estado. Landeta, a su vez, se dedicó a elaborar el proyecto de una escuela vasca modelo, con todas las partes que debía contener: fines, función de la lengua, plan general de enseñanzas, métodos, programas, construcción del edificio escolar, presupuesto…

Fueron estos mismos hombres los que, más tarde, se encargarían de poner en marcha la obra de las Escuelas de barriada de Bizkaia, incluidas su organización y orientación educativa.

Escuelas y auzo-Ikastolak Paralelamente a los pasos anteriores, con la instauración de la mayoría nacionalista en la Diputación vizcaina se facilitaron las cosas, en alguna medida, en el camino hacia la reforma de la enseñanza primaria, que se encontraba en un estado deplorable especialmente en las zonas rurales.

Las llamadas Escuelas euskéricas, creadas y organizadas por la Diputación, y en su nombre por la Junta de Instrucción Pública, estaban destinadas a promover la renovación pedagógica, a través del establecimiento de un programa mínimo de euskerización de la enseñanza. De acuerdo con las bases establecidas, entre 1918 y 1923 se concedieron subvenciones a los centros docentes que se comprometieron a enseñar la lengua vasca, su lectura, escritura y cantos, impartiendo el resto del programa en castellano. Apenas se tuvo noticia de la iniciativa tomada por la Diputación, fueron numerosos los pueblos y escuelas que solicitaron y obtuvieron las ayudas económicas en cuestión. Según Landeta, en los dos primeros años de vida de la institución fueron unas 40 las escuelas que se interesaron por el tema, cumpliendo después, con gran regularidad, las condiciones exigidas. Las Escuelas de barriada, por su parte, constituidas a raíz de la Moción Gallano de 1919, eran conocidas también como Auzo-Ikastolak, sobre todo en los primeros años de vida. Era una institución realmente amplia y compleja, ya que llegaron a crearse más de 125 establecimientos docentes, repartidos por toda la geografía de Bizkaia; hacia 1936, estudiaban en ellos más de 6.000 alumnos, a razón de unos 48 escolares por aula. Su objetivo principal era erradicar el analfabetismo de las zonas rurales, supliendo en este punto la ausencia del Estado.

Aparte de las magníficas construcciones escolares y el envidiable apoyo popular para su realización, hay otro hecho de especial relevancia que realza aún más la personalidad de estas escuelas: es la introducción de la enseñanza en euskera, un caso excepcional y admirable que, sin embargo, no ha merecido la debida atención entre nosotros. Se instauró un real y efectivo bilingüismo educativo, con los textos euskéricos incluidos. Seguramente, es la primera experiencia de este tipo en el país, en una amplia red de centros a la vez. Tras los nacionalistas pasaron por el gobierno de la Diputación formaciones políticas de diferente signo, y relativamente pronto surgieron las consabidas limitaciones y dificultades para el mantenimiento de la orientación pedagógica de los inicios; pero, pese a estos cambios, siguió utilizándose la lengua vasca, por lo menos como vehículo o medio de enseñanza.

En resumen, fue una de las obras más grandes de la Diputación de Bizkaia en su momento, que tuvo un indudable éxito educativo, cultural, social y humano, especialmente para los barrios y pueblos en los que se establecieron dichas escuelas.

Euzko-Ikastola-Batza En esta breve relación de ikastolas, creadas en diferentes momentos y a cargo de entidades tanto privadas como públicas, es justo mencionar la importante obra de Euzko-Ikastola-Batza (Federación de Escuelas Vascas), en los años de la II República. Constituida en 1932, la Federación tuvo una rápida expansión, extendiéndose en el término de unos pocos años a casi todos los grandes núcleos urbanos de Bizkaia. Se abrieron las escuelas no solo en Bilbao ( en Errotatxueta y Belostikale), sino también en poblaciones como Durango, Amorebieta, Algorta, Barakaldo, Elorrio, Galdakao, Gernika, Ondarreta, Portugalete, San Salvador del Valle y Sondika; en Bergara funcionó una escuela agregada. En el curso 1935-36, el número de alumnos que estudiaban en estos centros ascendió a unos 1.200 en total, la mayoría de ellos de origen euskaldun. Por desgracia, con la interrupción del proyecto a raíz de la Guerra Civil, una gran parte de las andereños y niños tuvieron que huir al exilio en 1937.

Como se ha escrito en alguna ocasión, las experiencias educativas desarrolladas en la II República tuvieron una relevancia especial. Se llevaron a cabo bajo la orientación de personas entendidas en la materia, que fueron expresamente consultadas por la Federación con el objeto de lograr un modelo de ikastola moderno y adaptado a los tiempos, especialmente en aspectos como la organización escolar, la aplicación del bilingüismo, el uso del material y libros de texto, el método para párvulos, la formación del profesorado y la globalización de las materias; por eso, tan importante como tener en cuenta el número de centros creados y alumnos escolarizados, es valorar, en este caso, el esfuerzo realizado por los organizadores y los grupos implicados en la educación en la conformación de un amplio plan de renovación pedagógica, íntegramente vasco, cuya influencia se notaría después en el movimiento cultural y educativo de la posguerra.

¿Fusiló el poco noble José Luis de Villalonga al sacerdote ‘Aitzol’?

Un sobrino biznieto del religioso asesinado en octubre de 1936 en Hernani lamenta desconocer dónde están enterrados los restos del famoso euskaltzale

Un reportaje de Iban Gorriti

FUSILÓ el poco noble José Luis de Villalonga al sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, Aitzol? ¿Fue él quien apretó el gatillo desde el pelotón, orgulloso porque “matar republicanos era como matar conejos”, como se vanagloriaba en sus memorias? Por otro lado, otro misterio: ¿Dónde están los restos del religioso euskaltzale asesinado el 17 de octubre de 1936 en Hernani? No se encuentran donde se creía, en el cementerio de dicha localidad.

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Hay preguntas que tienen respuesta y otras no porque se diluyen en la memoria con el paso del tiempo y la ausencia de los que estuvieron allí. Sin embargo, en este caso, el del recuerdo de Aitzol, su familia sigue adelante exhumando verdad, exigiendo justicia y empeñada en garantizar su reparación. Entre ellos se encuentra Aitzol Azpiroz (Donostia, 1974), licenciado en Filosofía y sobrino biznieto del cura nacido en Tolosa en 1896.

El caso de Aitzol es uno de los que están bajo la lupa de la jueza argentina María Servini de Cubría en el marco de la querella que coordina en Euskadi la Plataforma vasca contra los crímenes del franquismo. Esta misma semana, Aitzol Azpiroz, como portavoz de la familia del sacerdote fusilado hace 79 años, y una víctima de torturas durante el franquismo, Pedro Estonba, han declarado en Donostia.

La comparecencia obedece a sendos exhortos que la jueza americana ha dirigido a la justicia española. “La querella argentina se niega a olvidar, como pretenden algunos, los crímenes de lesa humanidad que perpetraron las fuerzas franquistas durante la guerra que provocó el golpe, lo mismo que durante la dictadura de 40 años de extrema represión”, explican desde la plataforma vasca.

“Solo me hicieron cinco preguntas. Estuve alrededor de veinte minutos. Además, entregué la información que me facilitó el forense Paco Etxeberria, de Aranzadi”, explica Azpiroz a DEIA. En esa mañana de recuerdos, de reivindicación y de denuncia, el familiar de Aitzol y el torturado Estonba estuvieron arropados por familiares, amigos, y partidos políticos vascos.

Aunque Aitzol era sacerdote, no hubo apoyo presente de la Iglesia. “Yo distingo entre el clero español y el vasco. A efectos de jerarquía eclesiástica española, Aitzol, a pesar de ser sacerdote, ha sido abandonado y ninguneado”, valora Azpiroz. Admite, eso sí, que existe “un documental sobre su figura y para su elaboración sí participaron clérigos como Setién y otros sacerdotes”. Esta película, titulada Aitzol, Euskal Pizkundearen herio-tza, se proyectará el martes a partir de las 19.00 horas en la casa de cultura Biteri de Hernani.

Volviendo a las preguntas que siguen siendo un enigma, Aitzol pudo ser uno de los fusilados con las balas de los militares golpistas, y con José Luis Villalonga como la persona que apretó el gatillo. Este hijo de un aristócrata que veraneaba en el Hotel du Palais de Biarritz, edificio que regaló Napoleón a su mujer Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, se presentaba voluntario para fusilar republicanos apresados. El madrileño nacido en 1920 tenía 16 años cuando asesinaron a Aitzol. Habla Azpiroz: “No podemos asegurar si fue él o no, pero sí que su padre le animó a ofrecerse, como forma de espabilarle…”

Queda constatado que Villalonga fue uno de aquellos hombres que formaron parte de los piquetes que salieron a la palestra tras el golpe del 18 de julio de 1936. Es más, el propio aristócrata participó en un programa del histórico espacio televisivo La Clave, de José Luis Balbín, jactándose de haber participado en los pelotones de ejecución fascistas que actuaron en Gipuzkoa.

Servicio a la sociedad En cuanto al lugar donde se encuentran los restos del sacerdote fusilado, poco más se sabe. Los familiares de José Ariztimuño Olaso siempre llevaron flores a una tumba del camposanto de Hernani, pero con posterioridad se ha sabido que no se encuentran allí. El historiador Iñaki Egaña comentó en una ocasión que podrían estar en el Valle de los Caídos. Sin embargo, el forense Paco Etxeberria no lo estima así. “Que 80 años después permanezca esa inseguridad… Nosotros vamos a seguir luchando porque creemos que nuestra actuación puede hacer un servicio si conseguimos la complicidad y la empatía de la sociedad”, concluye.

Los ‘chimbos’ en sus chacolís

En el pujante Bilbao de hace un siglo, los chacolís de Begoña eran punto de encuentro para sus vecinos, los ‘chimbos’

Un reportaje de Amaia Mujika Goñi

EN los alrededores de Bilbao el domingo de Pascua empezaba el espiche en los chacolís, una costumbre decimonónica que sobrevivió hasta la explosión urbanística de 1960 al llevarse consigo los escasos caseríos que sobrevivían en Deusto y Begoña. De la mano de la última generación de hombres y mujeres que han conocido la Begoña rural, la de las campas verdes con frutales, huertas y parrales, la de los caseríos enlazados por caminos, estradas y lavaderos cercados por las fábricas y las cada vez más amplias carreteras, evocaremos una costumbre que forma parte del imaginario bilbaino: el peregrinaje de chimbos y mahatsorri(s) a los chacolís de Montaño, Matico y Zurbaran, Garaizar, Txabola y Uriarte, Larracoechea, Puerta Roja y Puentenuevo.

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Bilbao, hasta que en 1861 inicia sus proyectos de ensanche a costa de las vecinas anteiglesias de Abando, Deusto y Begoña, se circunscribía al casco urbano que todos conocemos como las 7 calles. A esta, su Villa, bajaban los pobladores de la Tierra Llana, aún después de perder definitivamente su condición de repúblicas, porque en su pequeñez se desarrollaba todo un mundo que les era ajeno y propio a la vez. En ella vivían los propietarios de sus caseríos y heredades a los que pagar la renta por Santo Tomás, el mercado para sus excedentes agropecuarios, la plaza para la venta de coronas por Todos los Santos y el espacio de oportunidades para los hijos-as que debían labrar su futuro al margen de la unidad productiva familiar destinada al mayorazgo.

Este Bilbao rebosante de actividad, progreso y contrastes confinado entre la Ría y las laderas de los montes, era en cambio para sus habitantes un espacio constreñido. Y sentían por ello el campo circundante como su escape natural, bien orillando la ría hasta los Caños o en sentido contrario por el Campo de Volantín hasta La Salve; cruzando los puentes hacia las vegas de Abando o sencillamente subiendo a Begoña por las Calzadas, Zabalbide y caminos y estradas de nombre perdido para llegar al alto de Artagan donde se encontraba la Amatxu y a cuyas faldas el Botxo crecía y se expandía.

Por ello el bilbaino de entonces, que no la bilbaina confinada a un espacio aún más reducido que el urbano, el doméstico, recibía el apelativo de chimbo y chacolinero, al ser estos, según el lexicón de Arriaga, sus principales aficiones campestres.

Chimbo por su dedicación a la caza intensiva de unos pajarillos, de igual nombre y amplia variedad, que entre septiembre y octubre poblaban los campos en busca de insectos, zarzamoras y frutas, y cuyo destino era la cazuela, un delicado y apreciado manjar que, con ajo y cebolla, asado vuelta y vuelta en su propia manteca, se servía con pimientos entreverados. Y Chacolinero, por su asiduidad a los chacolís de los alrededores donde saborear el vino de la tierra junto con cazuelas de bacalao al pil-pil cocinadas a fuego lento por las etxekoandres, en amable y chispeante tertulia al caer la tarde.

El chacolí en Begoña La principal actividad económica de Begoña hasta avanzado el siglo XX ha sido la agricultura y aunque la primacía de unos cultivos sobre otros ha ido variando, la existencia de viñedos y parrales para la elaboración de vino ha sido constante a lo largo de su historia. Una producción siempre escasa para la demanda existente pero impuesta a los labradores y jornaleros por los propietarios de sus heredades que, puestos de acuerdo o formando parte del concejo bilbaino, reglamentaron desde 1399 el consumo y comercio de vino y sidra en la Villa y por ende la producción vitivinícola y de manzana en las anteiglesias vecinas. Este ordenamiento será el germen de la Hermandad y Cofradía de San Gregorio Nacianceno que reunirá a partir de 1623 a los dueños de las viñas para mantener las medidas proteccionistas del vino de cosecha-chacolín y la regulación estacional en la venta de los caldos foráneos en Bilbao hasta principios del siglo XIX.

A partir de 1816 el interés de los patronos por el chacolí desaparece, entre otras razones, por el fin de la exención fiscal al vino local y la implantación, a buen precio, de tintos y blancos foráneos debido, en gran parte, al desarrollo del ferrocarril Bilbao-Tudela. Ante la pérdida del mercado bilbaino, los labradores y jornaleros se hacen con su producción, bien para consumo propio al igual que la sidra o vendiéndolo directamente a tabernas y otros productores, o bien convertidos en chacolineros de temporada. Una fórmula, ésta última, que a pesar de las guerras carlistas, los profundos cambios socio-económicos, las sucesivas plagas que asolaron las cepas o la anexión de la anteiglesia a la Villa consiguió erigirse en una práctica exitosa al conciliar economía, gastronomía y ocio.

Los chacolís de temporada La temporada de chacolí en Begoña empezaba el domingo de Pascua, coincidiendo con las primeras fresas, y duraba sin tregua hasta finales de mayo. Siendo el espiche o apertura de las barricas muy esperado, éste se seguía por riguroso turno entre los distintos caseríos chacolineros, no abriendo el siguiente sin terminar la producción del que estaba en curso. El reclamo para dirigir a los clientes era el branque, una rama verde de laurel clavada en los postes de luz del camino o estrada a seguir en dirección al chacolí abierto, en cuyo balcón o puerta se mostraba la misma señal. La apertura, previa licencia municipal, podía durar desde las pocas horas de Cenobia La Rubia en Arteche al mes entero de Madariaga, que completaba su producción con la adquirida a sus vecinos.

Llegados al lugar el ambiente era el de un caserío cuyos moradores combinaban sus diarias labores agropecuarias con la atención a quienes se acercaban a degustar su chacolí. Habitualmente los hombres de la casa se ocupaban de servir y llenar las jarras directamente de los bocoyes y pipas en la bodega, situada detrás de la cocina o en chabola anexa, y las mujeres de tener el fuego bajo o la económica permanentemente encendidos para cocinar o calentar las deseadas cazuelas de bacalao al pilpil y alguna que otra a la vizcaina, con ensalada o pimientos, entre otras afamadas especialidades gastronómicas como el guisado de carne de Epifanía Larrañaga en el chacolí Lorente, las patitas de cordero de Trauco, las manitas de Isabel Añabeitia en Arteche, las asaduras con verduras de Larrazabal, las carnes de Patacón seleccionadas por los matarifes del vecino matadero, las sartas de chorizo de Andresa Gaztelu en Gazteluiturri o el arroz con leche de Celeminchu.

El mobiliario consistía en mesas y bancos de tablero corrido que, guardados durante el resto del año, se sacaban al zaguán o bajo los parrales y frutales en flor. Para el chacolí se utilizaban jarras de barro cocido y esmaltadas con babero, de 5 medidas: azumbre (de 1½ l. a 2 l.), ½ azumbre (1 l.), cuartillo y medio (750 ml), cuartillo (½ litro) y medio cuartillo (250 ml), siendo su capacidad algo más reducida al considerarse que en ello estribaba el verdadero negocio de la venta al menudeo. Se bebía directamente de las jarras de medio cuartillo al ser una medida individual o escanciado en vasos de vidrio prensado, grueso y estriado, de unos 10 cm de alto, boca acampanada y falso culo que en el catálogo de 1898 de la fábrica asturiana de vidrio Pola y Cifuentes se referencia como Vaso sorbete para chacolí. Según la tradición, el uso de estos vasos en los chacolís se debe al reciclaje del remanente de unas lamparillas que se utilizaron como iluminación de balcones en una visita regia a la Villa, y bien pudiera serlo si tomamos en cuenta el inventario de 1840 relativo a los enseres de la Real Junta de Comercio de Bilbao que dice tener: “1 partida de vasos pequeños que sirvieron para la iluminación del año 1828 en que estuvo el Rey en Bilbao” respondiendo a la visita de Fernando VII y Amalia.

Con el tiempo algunos chacolís como Patillas, Leguina, Lozoño, La Choriza, Mari o Abasolo se convirtieron en establecimientos permanentes, en los que el chacolí era sustituido por vino corriente, sidra y otras bebidas junto con las clásicas cazuelas de bacalao y sencillos menús a base de pollo asado con ensalada, huevos fritos con chorizo, productos de temporada (setas, caracoles…) o queso y pan, dejando para postre las exquisitas variedades de fruta que se producían en la anteiglesia, tan apreciadas en el mercado de la Ribera. Su clientela era básicamente familiar y en domingo, aunque también era lugar para celebraciones y onomásticas como la de San Isidro, que cada 15 de mayo organizaba el Sindicato de Labradores para sus asociados y que en 1934 sirvió Matías Sarasola en su chacolí de Zabalbide: entremeses, paella, tortilla de setas o jamón, merluza en salsa con espárragos, pollo asado con ensalada, flan y fruta y todo ello regado con vino Rioja.

Si bien la tertulia, las partidas de cartas y el dominó eran el entretenimiento habitual de los chacolís, en sus aledaños se organizaban también verdaderos campeonatos de lanzamiento de rana, caso de Gallaga o Abasolo, o se jugaba a los bolos en los carrejos de Mari, Urrinaga, Zizerune, Gardeazabal o Atxeta antiguo.

El término chacolí acuñó tal fama que se extendió a merenderos y tabernas, que proliferaron Zabalbide arriba, a partir de los de Katezarra y Urriñaga, en dirección a las cumbres de Archanda y Monte Avril tales como Oruetabarri, Merodio, Landazabal, León, Sanjinés, Jaureguizar o Isidro convertidos en lugar de esparcimiento dominical o de las romerías de Santo Domingo, Justibaso, Tetuane o la sondikatarra San Roque.

Sirva lo aquí escuetamente contado como homenaje a los mahatsorri(s) que nos han abandonado, especialmente a los más recientes que, aun sin ser nombrados, están en el recuerdo de todos. Y a los begoñeses-as que, con sus relatos en agradables mañanas de conversación están tejiendo la memoria viva de la anteiglesia, contribuyendo con ello a que no sea olvidada.

1945. La victoria escamoteada

El final de la Segunda Guerra Mundial fue un momento transcendental en la lucha contra el franquismo: se veía próximo su final. Esa esperanza se desvaneció muy pronto. Pero la memoria permanece

Reportaje de Iñaki Goiogana

En la primavera de 1945 en el rostro de los exiliados vascos, y cabe decir que en la de todos los antifascistas vascos, se dibujaba una amplia sonrisa. Una sonrisa que no era otra cosa que la expresión de una esperanza en la pronta solución al conflicto iniciado casi una década antes con la guerra de 1936. Efectivamente, era cuestión de semanas que los Aliados llegaran a Berlín (la discusión era sobre quién haría ondear antes su bandera, si los occidentales o los soviéticos) y con ello finalizara la más cruel de las guerras habidas jamás y comenzara una nueva era en la que, si bien no se acabaría con los odios, las guerras y las diferencias entre los grupos humanos, los conflictos se encauzarían por caminos más civilizados. Durante los seis años de conflicto, a la vez que se luchaba en los frentes, se teorizó muchísimo sobre la posguerra. Las cinco décadas del siglo trascurridas habían demostrado de sobra que las personas eran muy capaces de casi borrar la existencia humana de la tierra, pero ahora, cuando finalizaba el lustro más mortífero de la historia, era el momento para poner las bases de un futuro lo más justo posible. Justo en lo social y justo en lo político.

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Los vascos no fueron ajenos a estos esfuerzos que buscaban un mundo mejor para el futuro inmediato. Las revoluciones, tanto de derecha como de izquierda, habían demostrado su cruel naturaleza. La derecha en el poder dejó desde el mismo inicio de la guerra de 1936, un reguero de sangre, prisión, trabajos forzados, opresión, etc. Y de la izquierda, si bien no había gozado de poder en Euskadi, no eran menos conocidos sus métodos en práctica allí donde gobernaba, si bien el generoso esfuerzo del pueblo soviético en la guerra contra el nazi-fascismo ayudó mucho a disimilar los procederes comunistas. Eran, pues, tiempos de optimismo.

Entre los vascos quien mejor encarnaba el espíritu optimista era su lehendakari, José Antonio Agirre, quien el mes de marzo de 1945 realizó un viaje de varias semanas a Europa, tocando en su periplo Londres, París y la Euskadi Continental. Volvía a Europa después de su exilio americano de gran parte de la II Guerra Mundial.

No era un viaje muy común. Agirre cruzó el Atlántico traído por el ejército americano, quien, además de proporcionar el avión para el trayecto, puso a disposición del lehendakari un oficial del servicio americano de inteligencia, la OSS. En esta verdadera maratón de entrevistas que mantuvo Agirre, se reunió, además de con las distintas autoridades vascas partidarias, sindicales y del Gobierno, con personalidades republicanas españolas, como el antiguo presidente del ejecutivo español, Juan Negrín, e internacionales. Entre estas últimas cabe destacar la reunión tenida con Georges Bidault, ministro de Asuntos Exteriores francés, y miembro de la Resistencia, especialmente bien relacionado con el Gobierno vasco por ser miembro fundador de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB) y por su militancia democristiana. En esta entrevista el lehendakari le comunicó a Bidault que el motivo de su viaje a Europa era “resolver, de acuerdo con las autoridades francesas, la situación de la emigración vasca, organizando al mismo tiempo los núcleos vascos alrededor del Gobierno de Euzkadi, para coordinar luego esta acción con las demás fuerzas democráticas peninsulares que combatían al régimen del general Franco”. Agirre manifestó al ministro galo que “los vascos estaban dispuestos a apoyar toda solución democrática que tuviera carácter de seriedad y aceptara la autonomía política del pueblo vasco”. Llegados a este punto, Agirre quiso aprovechar la entrevista para saber hasta dónde estaba dispuesta Francia a intervenir en la solución del conflicto peninsular, a lo que Bidault contestó: “Excepto la invasión, todo”.

Durante aquellos días y semanas, el lehendakari se reunió con otros líderes internacionales, y las respuestas que obtuvo fueron también parecidas, venían a coincidir en algo así como “preparen Vds. una solución moderada y unitaria a la dictadura franquista y nosotros daremos algún tipo de empujón para que ésta caiga”.

Aglutinar fuerzas Agirre, que no dejó de soñar con este momento y este género de respuestas desde que en junio de 1937 abandonara Euskadi expulsado por los franquistas, pisó el acelerador y se puso él mismo y, junto a él, todos sus colaboradores en la tarea de aglutinar a toda la oposición antifranquista, cediendo incluso en algunos puntos de su ideario nacionalista con el fin de lograr la ansiada derrota franquista. En aquellos meses finales de la II Guerra Mundial y comienzos de la posguerra, el lehendakari estuvo en México, donde se habían reunido los republicanos para recomponer las instituciones republicanas e hizo de hombre bueno entre las fuerzas españolas; estuvo en San Francisco en las reuniones de constitución de la ONU acompañando o, tal vez, llevando al Gobierno republicano, logró el Pacto de Baiona entre las fuerzas vascas, creó estructuras en el interior que representaban al Gobierno de Euzkadi como el Consejo Delegado, reunió a una serie de ilustres exiliados como Francisco Basterretxea en Buenos Aires a quienes pidió que redactaran planes y medidas para su inmediata aplicación en Euskadi nada más ser derribada la dictadura, etc.

Todo esto, además del esfuerzo desarrollado por las instituciones vascas a lo largo de la II Guerra Mundial. Efectivamente, desde nada más iniciarse el conflicto en septiembre de 1939, el ejecutivo vasco, a la vez que hacía suya la guerra y manifestaba que en realidad no era más que una continuidad de la iniciada en 1936, se ofreció desinteresadamente a los Aliados. Este ofrecimiento se sustanció en, por una parte, la colaboración de los servicios de inteligencia vascos con los Aliados, y, por otra, en labores de propaganda desarrollados en el Cono Sur. Además de estas labores de información y propaganda, hubo también intentos de crear unidades militares específicamente vascas que colaboraran en el esfuerzo militar. Así, una primera intentona que resultó fallida, fue la encabezada por Manuel Irujo en Londres, donde se propuso crear un batallón de fusileros marinos dentro de las fuerzas de la Francia Libre del general Charles De Gaulle, y otra, que tuvo final feliz, se sustanció en el batallón Gernika, integrado también en el ejército galo pero ya en suelo francés.

Embrión del ejército vasco El batallón Gernika fue una pieza muy importante dentro de los planes que el lehendakari trajo en la primavera de 1945 de América a Europa. Debía ser, junto a Euzko Naia, núcleos paramilitares organizados por el PNV en el interior, el embrión del ejército o de la policía vascos. Ambos cuerpos estaban pensados para que se encargaran, en caso de caída de la dictadura, precisamente de hacer que la transición del franquismo desembocara en una República moderada y federal con el mínimo coste en vidas humanas y pérdidas materiales. Esta fuerza debía prepararse y, de ser posible, entrar en combate contra el nazismo.

Meses antes del viaje del lehendakari a Europa, en agosto de 1944, al tiempo que era liberado Iparralde de la ocupación nazi, los consejeros Jesús María Leizaola y Eliodoro de la Torre encomendaron al comandante Kepa Ordoki que reuniera a todos los vascos encuadrados en el maquis que pudiera y formara con ellos un batallón a las órdenes del Gobierno vasco. Ordoki cumplió la orden y, meses más tarde, en abril de 1945, estos hombres entraron en combate en el Médoc, en las operaciones de eliminación de las bolsas de alemanes que habían quedado aisladas en la costa atlántica durante los combates seguidos para la liberación de Francia en el verano de 1944.

Pero aquella primavera de 1945, sin embargo, cuando finalmente los soviéticos izaron la bandera roja el 2 de mayo en el edificio del Reichstag y, una semana más tarde, Alemania se rindió incondicionalmente a los Aliados, empezaron ya a manifestarse síntomas que hacían presagiar que lo que era de justicia y parecía factible -una Europa democrática y socialmente avanzada, además de una Euskadi libre de la dictadura franquista- podría torcerse. Así, los soldados alemanes que se rindieron a los aliados occidentales no fueron desarmados hasta días más tarde cuando estuvo claro que los soviéticos, por el momento al menos, no iban a causar problemas. El 12 de abril de 1945 falleció el presidente estadounidense Roosevelt, siendo sustituido por Truman y en agosto se obligó a rendirse al Japón con el lanzamiento de dos bombas atómicas. Antes, en febrero, los anglo-británicos y los soviéticos se habían repartido sus zonas de influencia en el mundo. Es cierto también que se dieron los pasos para instituir la ONU, un organismo internacional ideado para dirimir los conflictos internacionales, que se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que a la II Guerra Mundial, después de una inmediata posguerra terriblemente dura, le siguió un tiempo de oro para las clases menos favorecidas de la sociedad. Todos estas nubes y claros presagiaban lo que se conocería como guerra fría, con su continua amenaza de una guerra apocalíptica que habría dejado chicas las inmensas matanzas anteriores.

Esta guerra fría trajo consigo su peaje para Euskadi, el peor de los escenarios soñados por los exiliados. Haciendo realidad aquello de que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer, los Aliados, comiéndose sus promesas, optaron por mantener erguida la dictadura franquista en lugar de tentar a la suerte con un sistema democrático que, supuestamente, habría podido desembocar en un Gobierno liderado por comunistas. Los planes para el futuro, los esfuerzos diplomáticos, la colaboración con los Aliados, el batallón Gernika, etc. quedaron, finalmente, en nada y la dictadura franquista desapareció con el mismo dictador, tres décadas más tarde.

La vida por un sueño Pero la primavera de 1945 estuvo llena de esperanzas y sueños. Uno de estos sueños frustrados fue, sin duda, el deseo de los hombres del batallón Gernika de luchar en tierra vasca contribuyendo a su liberación. Lo dieron todo, algunos gudaris incluso su vida, pero de poco sirvió. No pudo ser, o simplemente no fue por simples intereses geoestratégicos. Pero este sacrificio e injusto pago hace que su lucha deba ser recordada y no olvidada. Por ello, para traer a nuestro presente la gesta de aquellos hombres, se está rodando un documental que revivirá la historia del batallón Gernika. Para escenificar los exteriores de la batalla del Médoc se rodarán unas escenas en la batería de Punta Lucero, en la boca del Abra. De esta manera se unirá la historia con el deseo de aquellos gudaris. Se recreará la lucha en Médoc pero en Euskadi, en un lugar que seguro hubiera sido deseado por los miembros del batallón Gernika. De alguna forma, esta recreación simbolizará el nunca realizado desembarco aliado en la Euskadi dominada por la Dictadura del general Franco.

El ‘mal de la posguerra’ y el portero rojiblanco

Jesús María Echevarría ‘echeva’ fue un guardameta de una corta pero brillante trayectoria en las filas del Athletic

Un reportaje de Iban Gorriti

NO todo en la vida es fútbol, pero el fútbol sí es la vida de muchas personas. El año que viene se cumplen 50 años de la muerte de un futbolista. Falleció joven, a cinco días de sumar 46 años. Como su vida, su trayectoria deportiva fue corta, la de uno de los leones rojiblancos olvidados: José María Echevarría Ayestarán, Echeva. “Fue un hombre al que el mal de la posguerra le cortó de raíz la posibilidad de convertirse en uno de los porteros que el Athletic ha tenido a lo largo de su larga historia”, reivindica el vizcaino Carlos Aiestarán, autor del libro Echevarría, guardameta del Athletic Club 1938-1942 .

 

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Su carrera deportiva empezó en 1933, en el campo de Fadura y, posteriormente, en 1935 -tenía tan solo quince años de edad- jugó un torneo con los de Acción Católica de San Ignacio contra los Agustinos de Portugalete, el Patronato de Sestao, la Catequesis de Santurce, Acción Católica de Las Arenas, Acción Católica de Erandio y los Diablos Azules de Lamiako. Fue en este torneo donde Echevarría se reveló como portero de porvenir.

La trayectoria rojiblanca del arquero tuvo su debut en 1938 y escuchó los tres pitidos finales en 1942. Aquella última temporada fue la más desastrosa de la historia del Barcelona, club que volverá a verse las caras el próximo sábado contra el Athletic en el Camp Nou en la final de la Copa. A falta de una semana de tal acontecimiento, Aiestaran recuerda en la publicación citada que el Barça fue campeón de la Copa de 1942 y pocos días después le tocó jugar el partido de promoción de la Liga, logrando vencer y continuar en Primera División.

Aconteció hace 73 años y, aunque parezca increíble a día de hoy, el conjunto catalán conformaba el vagón de cola de la competición con la Real Sociedad y el Alicante. Contra todo pronóstico, el 21 de junio, el Barcelona, después de una dramática prórroga, superó al conjunto vasco. El equipo blaugrana se erigió de ese modo en el primer club en ganar el título de Copa después de la Guerra Civil. Las dos veces anteriores en las que se midieron los bilbainos y los catalanes fueron en 1920 y en 1932. En la primera ocasión, el Barça ganó el título por 2-0, y en la segunda, fue el Athletic quien por 1-0 levantó la copa gracias a un gol de Bata.

Orgullo rojiblanco José María Echevarría Ayestarán (Algorta, 1920 – Leza 1966) vistió la camiseta rojiblanca “con orgullo y amor” -apunta Aiestaran- desde poco después de la finalización del Torneo Amateur de 1937, organizado por el Athletic Club, hasta los prolegómenos de la temporada 1942-943, campaña en la que sufrió una grave lesión. El infortunio ocurrió antes de dar comienzo el campeonato de Liga, en un partido amistoso jugado contra el Oviedo disputado en el campo de Buenavista. Una posterior complicación pulmonar marcó el inicio del fin de la carrera de Echevarría e, incluso, de su vida. El antiguo seleccionador de España, José María Mateos, calificó al guardameta vizcaino como “un gran portero de corta, pero brillante, trayectoria”.

El del barrio algorteño de Alango comenzó a jugar en el campo Fadura y en 1934, según diferentes publicaciones, pasó a ser reserva del CD Guecho como portero. Dos temporadas después, pasó al Athletic y llegó a ser finalista de la Copa en la temporada 1941-1942 contra el Barcelona. Con el mismo equipo fue campeón de Liga y llamado en cinco ocasiones por el seleccionador de España para partidos contra Francia, Alemania, Italia y dos veces contra Portugal. Solo fue titular frente a los lusos en Lisboa el 12 de enero de 1941.

Su último partido como rojiblanco lo jugó en noviembre de 1942, además de tomar más adelante parte en algunos partidos de Liga. Incluso los medios deportivos de la época llegaron a anunciar su regreso a los campos junto al león también enfermo Patxi Garate, de Durango, esperanza que no se cumplió. Echeverría falleció habiendo conseguido el Trofeo Zamora en la temporada 1940-1941, en la que el Athletic quedó subcampeón de Liga.

Echeverría fue el tercero y único varón de los cuatro descendientes que tuvo el matrimonio compuesto por Hilario Echevarría, de Bermeo, y Eugenia Ayestarán, de Algorta. En 1936, con el golpe de Estado militar contra la Segunda República que conllevó a la Guerra Civil, Echevarría pasó de jugar en el equipo de Acción Católica de San Ignacio a ser el portero titular del Neguri, en juveniles. Acabaría recalando en el Guecho, y en el Athletic.

Jesús María Echevarría contrajo matrimonio el 11 de octubre de 1965 con Garbiñe Vitorica en Algorta. El 20 de junio de 1965 nació su quinta y última hija, Aintzane. Tan solo nueve meses después Echeva falleció, el 25 de marzo de 1966. Concluye Aiestaran para su recuerdo: “Sus fotografías aún a día de hoy ocupan un lugar destacado en establecimientos de Getxo, particularmente en los de Algorta”.