Inspira o revienta

Todavía estás trabajando?», me pregunta más de uno asombrado, a siete semanas de dar a luz. Y una de dos, o me ven como un pez globo a punto de reventar o aquí la peña está habituada a cogerse la baja preventiva, antes de que le duela algo. Ahora, tampoco tengo intención de romper aguas en el trabajo. Más que nada porque por debajo de la moqueta pasa el cableado y no quiero electrocutarme y que me salga el niño fluorescente, como los gatitos esos inmunes al sida. Aunque, bien pensado, me ahorraría el Gusiluz y encontraría a la primera el chupete disparado a propulsión en plena madrugada. Aun así, espero retirarme a tiempo, no vaya a asomar la criatura en la redacción y me la envuelvan en el periódico de ayer, como si fuera un bocata de txistorra o un indigente prematuro. Que las cosas están mal, pero qué menos que usar el suplemento, que es de papel cuché.

Mientras tanto, compatibilizo la jornada laboral con un cursillo intensivo de relajación para soportar estoicamente los comentarios que se me vendrán encima tras el parto. «Es igualito que tu difunto aitite». «Amama, que ese bebé no es el mío, que ese es el de la cama de al lado». Entonces, se asomará a la otra cuna y, sin atisbo de rubor, insistirá: «Es igualito que tu difunto aitite». Vamos, que ya se lo traía pensado. Estoy segura de que si le pusiese el pelele de Osakidetza a una cría de orangután con cuatro pelos alborotados, ella seguiría erre que erre. Paciencia. Inspirar, espirar, inspirar, espirar…

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