Chinita tú

Hasta hace poco, a la cría se le bufaba que la sacara a la calle con un vestido de tul, el disfraz de oveja latxa o el albornoz, pero el otro día, probándose un buzo de florecillas en una tienda, se rebeló. «No me gusta. Es muy feo. Que se lo compre un idiota o un chino». ¿Un chino? ¿Qué le habrá hecho pensar a una niña de seis años que nuestros vecinos asiáticos no tienen criterio estético? ¿Quizá esos escaparates donde conviven los gatitos que te pego leche, a modo de San Pancracios, junto a una bandera del Athletic y una escobilla de baño? ¿O tal vez el haber oído la expresión: le engañaron como a un chino?

Pero, vamos a ver, aquí ¿quién engaña a quién? Porque a lo tonto, a lo tonto, sus comercios se propagan como la hierba de la pampa, mientras el tendero de toda la vida está a punto de convertirse en una especie en peligro de extinción. Como esto siga así, vamos a tener que hacer una cuestación, tipo Domund, con huchas con forma de cabeza de comerciante local.

Que vaya por delante -a estas alturas de la columna, casi debería decir por detrás- que no tengo absolutamente nada en contra de los orientales. Obviando el empalagoso hit de los payasos de la tele Chinita tú, chinito yo, y nuestro amol así será… y el programa de Humor Amarillo, que han hecho más mella en la capacidad intelectual de algunas generaciones que las chinas fumadas, lo único que no soporto del gigante asiático es su gobierno, que trata a sus ciudadanos como mercancía de todo a cien.

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