Me ofrezco de ‘coach’ a la familia real

No es por presumir, pero tengo tal poder de persuasión que estoy barajando montar una secta. Así me gano un sobresueldo y apadrino a un parado de larga duración. La idea la vengo gestando desde Navidad, después de conseguir convencer a la niña, por cuarto año consecutivo, de que en vez de una aburrida batería pidiese a Olentzero un divertido juego educativo en inglés. Me siento fatal por engañarla vilmente y sé que de viejecita no irá a visitarme a la residencia, pero ¿qué quieren? ¿Que me denuncien los vecinos al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo? Porque si yo oigo eructar al inquilino de arriba, los baquetazos a los platillos tienen que retumbar hasta en Torrelavega.

Dirán que cualquiera es capaz de manipular a un menor, pero también he probado mis dotes con el padre de las criaturas. Anteayer descubrí un par de calcetines suyos en la basura y le convencí de que los había echado él y de que si no se acordaba sería porque estaba medio dormido, que es su estado natural desde que nació el gautxori, quiero decir el crío. Al principio lo negaba, pero fue insistirle diez veces y admitirlo. Justo cuando entró en la cocina el niño y arrojó el mando a distancia al cubo de reciclar. Lejos de retractarme, reforcé mi tesis: «¿Ves?, de tal palo tal astilla». Y coló. Vamos, que estoy por ofrecerme de coach a la familia real, ahora que Urdangarin trata de convencernos de que es inocente y Juancar no para de repetir: Sofi, te juro, o que me rompa la cadera ahora mismo, que no es lo que parece.

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