Periodistas tocados y hundidos

Es lo que tiene el directo. El directo y el calor de los focos, que debe pochar las neuronas. Solo así se explica que la reincidente Mariló Montero preguntara, al paso del coche fúnebre de Sara Montiel, que qué había dentro. Pues si te parece, la guía Campsa de 2008, la colilla de un puro en el cenicero y ¡ah!, se me olvidaba, casualmente está también el cadáver de la actriz. Pero tú tranquila que, aunque unos más que otros, todos metemos la pata. Servidora, sin ir más lejos, preguntó en el homenaje a un sacerdote fallecido que dónde estaban sus hijos para hablar con ellos. Fue hace mucho, mucho tiempo y en mi descargo diré que salté de la cama al lío, a golpe de teléfono, sin tiempo de quitarme las legañas y mucho menos de reiniciar el cerebro. Además, por algo aconsejarán no decir nunca «este cura no es mi padre» ¿no? Vamos, que de haber tenido descendencia, seguro que no habría sido el primero.

Ahora, para pena, penita, pena, la que dan los reporteros que retransmiten unas inundaciones con el agua hasta los sobacos o el último temporal de nieve con los mocos hechos estalactitas. Hace unos días, un entusiasta de esos murió en Inglaterra al tratar de vivir como un sin techo. La profesión se está poniendo chunga. No hay más que ver a algunas periodistas televisivas, que lo mismo enseñan pechuga que se tiran de un trampolín o se cascan un reportaje de investigación. Es hora de reciclarse. Yo me voy a presentar a La Voz para cantarle a alguno las cuarenta. ¿O no se trataba de eso?

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