El polvo de la tele

No sé qué pasará en sus casas, pero en la mía la tele acumula ya el mismo grosor de polvo que un tronco de Brasil que tenemos en la sala y que no regamos desde que nació la niña, hace siete años. Ahí sigue, así que supongo que será de plástico. Aquel emotivo día, plasma y planta fueron relegados a un decimosexto plano, junto con la tortuga, que en paz descanse, los libros y los encajes de bolillos del padre de las criaturas. Al principio, como buenos primerizos, tratamos de ver una película en varias ocasiones, pero cuando no lloraba la cría, lo hacíamos nosotros y viceversa. Luego, lo intentamos con las series, de más corta duración, y, después, con los programas de gags. Hasta que nació el gautxori. Entonces, para cuando nos desmayábamos en el sofá, en pleno prime time, no daban más que anuncios, así que nos metíamos entre neurona y neurona un bloque publicitario de un cuarto de hora y caíamos fulminados. Con el tiempo, nos aburrimos y ya ni la encendíamos. Vamos, que a nosotros el apagón analógico, ni fu ni fa.

Un día, por aquello de recordar viejos tiempos y comprobar si el aparato aún funcionaba, lo puse en un canal del final y salió una mujer adicta a comer abono y luego otra con una verruga gigante que supuraba purrusalda. Pero ¿qué necesidad hay, hombrepordios? Menos mal que el crío, que es un espectador con criterio, me quitó el mando, lo chupeteó y lo escondió. Debió enterrarlo en la maceta del tronco de Brasil, porque de esto hace seis meses y no ha aparecido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *