Deformación profesional

ENTRAS a un bar a cambiar dinero para la OTA, oyes a un tipo diciendo que este fin de semana piensa “desconectar” y, de pura sobredosis de butifarra informativa catalana, te da por imaginártelo subido a un escalón de Ikea, cortando con un serrucho una circunferencia de suelo a su alrededor y declarando, espumadera en alto, la república independiente de su casa. Enseguida caes en que no solo no pretende desenchufarse de España, sino que el viernes a las tres piensa salir disparado a desconectar a un pueblo de Burgos. Así que, hecha trizas tu teoría, asumes que será cosa de los periodistas, que sufrimos una preocupante deformación profesional y pensamos que a todo el mundo le interesan las cuestiones de Estado cuando un buen puñado, en vez de especular sobre el futuro de España, lo hacen sobre el siguiente expulsado de Gran Hermano o la última entrega de La Guerra de las Galaxias. Nos consuela que no somos el único gremio afectado. Lo sé porque un día coincidí con un directivo en un ascensor. “Parece que ha refrescado”, musité en modo mortal estándar. “Sí, es una variable a tener en cuenta, dado que acentúa la probabilidad de precipitaciones, lo que repercutiría en la instalación de componentes externos por las filiales del grupo en la zona norte, influyendo en los movimientos del stock y, por consiguiente, en la cuenta de resultados”. Dicho esto, se abrieron las puertas justo cuando iba a empezar a derribarlas a cabezazos.

arodriguez@deia.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *