El niño tránsfuga

VA un día el crío y nos suelta a bocajarro, la galleta a remojo en la leche, que ya no es del Athletic, que ahora es del Real Madrid. La niña, que eso no puede ser, que si eres de Bilbao tienes que ser del Athletic. El padre de las criaturas, taquicárdico, subido a una banqueta intentando localizar el cristal de su chupirreloj midepulsaciones, que ha salido disparado encima de un armario al oír la buena nueva. Servidora, revisando mentalmente el historial en busca de posibles fallos. Un niño criado con chupete rojiblanco y leoncito de peluche. Con el abuelo, tap-tap-tap con la punta del pie en el suelo, a pie de cuna, esperando a que crezca para ponerle la equipación infantil. A ver quién se lo dice, a él, que ve los partidos con las zapatillas y la manta del Athletic. Esto le va a doler más que el penalti que falló Dani contra el Betis en la final de la Copa de 1977. El crío, con la tontería, ha provocado una hecatombe familiar que me río yo de la de Catalunya. Hasta mi cuñado, al que le interesa el fútbol lo mismo que el curling, le anda todo el día metiendo la cuña, en plan subliminal. “¿Qué has hecho hoy en el cole? Qué bueno es el Athletic, ¿eh? Aduriz es el mejor”. Pero él, erre que erre con Cristiano. Me pregunto qué le verá, aparte de ser uno de los mejores futbolistas del mundo y multimillonario. Para mí que nos está poniendo a prueba. Seguro que tiene escondida una cámara oculta en uno de sus aguiluchos de goma.

Arantza Rodríguez

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El telediario es inexplicable

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DESDE que las criaturas se aliaron para desalojarnos del confortable tresillo y relegarnos a la butaca dura y la tableta, lo más parecido a una noticia que se ha emitido en mi televisión es que van a dar un doble capítulo de La patrulla canina. ¡Toma pedazo de exclusiva! O, a lo sumo, que han sacado otra colección de pulseritas superguais para invertir la paga. Una última hora digna de encabezar un ranking del tipo Las seis melonadas que debes saber antes de salir al patio. Con ese nivel informativo de parvulario, no es de extrañar que el telediario nos pillara el otro día en casa de un familiar con el pie cambiado. El crío miraba de reojo al locutor esperando a que anunciara de una maldita vez un especial de Disney y, en lugar de eso, dio paso a unas imágenes de unas mujeres con burka. “¿Y esas quiénes son? ¿Ninjas?”, preguntó al tiempo que mi lengua se convertía en un felpudo y mi cerebro en el mismísimo Bob Esponja. Menos mal que la paciencia para esperar una respuesta dura a su edad cosa de 3,5 segundos. Lo que tardé en tirarme emulando a Kepa, el portero del Athletic, hacia el mando y cambiar de canal. Llámenme cobarde, pero me dio no sé qué desmontar su mundo. Ese en el que las bombas son de chocolate y los niños se mueren de la risa en vez de intoxicados por armas químicas en Siria. Si no les dejamos ver los telediarios, no es por no herir su sensibilidad. Es porque no sabemos cómo explicarles lo inexplicable.

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Me lo han captado

bebe balonEL gatito de peluche, la aspiradora de juguete, el camión de bomberos, el lego… Todo abandonado a su suerte desde que se convirtió al fútbol. Hará cosa de dos meses. Se inició en uno de esos partidos de patio multitudinarios y quedó enganchado. De un día para otro. Sin preparación al parto de hincha enloquecido ni anestesia general. Secuelas inmediatas: todos los pantalones rotos del tirón. Rastreator nocturno de bazares de guardia buscando parches. Amama, en calidad de abogada defensora, alegando que ahora los vaqueros se llevan rotos. El padre de la criatura haciendo que le riñe orgulloso de que por fin le pegue al balón. Secuelas de medio alcance: peleas a las mañanas porque quiere ir al cole con la equipación del Athletic, así caiga una nevada. Peleas a las noches porque quiere ponérsela encima del pijama. Rendición en días alternos por no teñir de rojiblanco la crónica de sucesos antes de la adolescencia. Tercer grado sobre los futbolistas que le salen en los cromos y que me suenan lo mismo que los jugadores de ajedrez. Peleas para que no nos dé un pelotazo en casa. Secuelas de largo alcance: ya no quiere ser bombero. Quiere ser Aduriz. Dice el padre que eso está en los genes. Que si miro bien, en la ecografía estaba haciendo una chilena. Visto su poder, los jugadores deberían aconsejar a los niños compaginar el fútbol con otros juegos, leer más y, lo que es mucho más importante, aclararles que la camiseta solo se pone cuando hay partido, leñe.

El debate decisivo

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LA otra noche celebramos en la cocina el debate decisivo. Un micrófono de juguete con una tecla de aplausos para autojalearse. El temporizador de huevos duros para repartir los tiempos de intervención. La administradora de fincas, con el casco y el chaleco antibalas que utiliza en las reuniones de vecinos, de moderadora. Todo listo. Empezó el crío, que sacó un seis tirando el dado del parchís. Como líneas rojas exigió que el destino de vacaciones tuviera playa y piscina y se ofreció a negociar que hubiera columpios y una tienda de chuches cercana. La niña se mostró proclive a pactar con él siempre y cuando añadiera el wifi a su programa y le cediera el escaño frente al DVD del coche. Dejó claro además que no estaba dispuesta a comportarse como los políticos y que aquello había que finiquitarlo rápido porque ella ya tenía bastante con mutar en preadolescente como para andarse con bobadas. El padre de las criaturas, abrumado por la oratoria de sus rivales, apenas acertó a decir algo sobre rutas de senderismo o visitas a cascos históricos. Propuestas que suscitaron los bostezos incluso de la moderadora, que hasta entonces seguía la tertulia con sumo interés. Servidora condicionó su apoyo a una hora diaria de descanso horizontal firmada ante notario, ya fuera en una colchoneta en alta mar, en el borde de cemento incandescente de la piscina infantil o en la camilla de un socorrista. Auguro un tripartito. Veremos qué dice la urna.

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¿Problemas en Houston? Ja

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ESTÁS a punto de operar, cuadrar la caja o entrar a una reunión y te suena el móvil. Descuelgas. Intuyes la voz de tu pareja tratando de hacerse oír por encima de la batidora, los cánticos rojiblancos del pequeño y la flauta de la cría. Le sugieres que apague el electrodoméstico y se encierre en el váter. Escuchas un portazo, golpes, chirridos, gritos, trotar por el pasillo, al pequeño berreando y a la cría repitiendo “pásame a ama, pásame a ama” con la misma angustia de quien está rodeado de llamas y marca el 112. El padre de las criaturas intenta simular calma: “No te preocupes. Lo tengo todo controlado”. ¿Controlado? Si no fuera porque los conoces como si los hubieras parido, te colocarías una sirena en la cabeza y saldrías quemando zapatilla preparándote para presenciar algo así como la matanza de Texas versión botxo. El caso es que ni te inmutas. “A ver, ¿qué pasa?”. “Es que el crío…”, dice uno. “Es que mi hermana…”, dice el otro. “Es que aita…”, cierra el círculo la tercera. Lo que viene a ser un rosco de conflictos, pero sin opción a pasar palabra. Oyes lloriqueos, quejas y ahora es el padre el que dice “pásame a ama, pásame a ama” como si le ardieran los pelillos de las piernas. Lo resuelves y cuelgas. “¿Problemas?”, te pregunta tu jefe, al que su hija, presa de los nervios por la selectividad, le ha lanzado un grito huracanado esta mañana y le ha dejado el flequillo convertido en tupé. “Qué va, que no encontraban el mando”, zanjas.

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