Cabr(et)ón

Podría haber escrito de las espantadas de Ares o Javi Martínez, del último bolo de Ruiz-Mateos o de que Urdangarin está en Barcelona de brazos cruzados, pero desde que se supo que los restos óseos hallados en Las Quemadillas podrían ser de los niños Ruth y José estoy de muy mala hostia. Y perdonen ustedes por el taco. Por más que he tratado de evitarlo buscando otros términos en el diccionario, indignada se me quedaba corto y enojada, no digamos.

Estoy cabreadísima, digo, primero, con el presunto asesino y maltratador, que llevaba toda la vida machacando a su mujer hasta que la ha matado en vida -supuestamente, claro- de la manera más cruel posible. Cabreadísima también con la o los responsables de la presunta cagada, consistente en determinar que los huesos correspondían a animales y punto pelota. Para qué contrastar. Se habla de «error científico», de que hasta «el mejor escribano comete un borrón» y aquí paz y después gloria. Ni un ademán de depurar responsabilidades. Cabreadísima, ya puestos, con el sistema, que protege al presunto hasta el punto de asignarle una escolta antisuicidios, pero es incapaz de preservar la integridad de estos y otros menores.

Ya sé que estamos en un Estado de Derecho y bla-bla-bla, bla-bla-bla, pero seis y dos años, joder. Ellos sí que eran inocentes, sin lugar a dudas. Sus ángeles de la guarda debieron ser despedidos por incompetentes. Menos mal que un terrenal forense vino, en pleno agosto, a poner fin a la agonía. Si no, ¿cuánto se habría prolongado?