Aquí no respira ni Dios

Tengo una hipótesis, absurda, lo sé, pero también Galileo Galilei fue un incomprendido y ahí está el tío, en la Wikipedia. Me apuesto un roscón seco de Reyes, digo, a que últimamente está aumentando la cantidad de oxígeno en el aire. Y a falta de probeta y ratoncillo de laboratorio, baso mi teoría en lo que oigo en el metro, el patio, la cafetería del curro y el ascensor. No es tan riguroso como un estudio científico, pero por ahí andará, y sale muy económico.

La tesis de todo a cien de que hay más oxígeno que nunca se sustenta en que cuatro de cada cuatro ciudadanos han dejado de respirar a pleno pulmón. Buena parte de ellos porque están en paro y se han tenido que apretar el cinturón. Tanto que, a estas alturas de la crisis, dan bocanadas como anchoíllas fuera del mar. Y encima a oscuras porque con lo que ha subido el recibo de la luz hay quien solo enciende la linterna de minero para freír las salchichas de la cena.

Otros muchos damnificados se han lanzado sin manguitos a la economía sumergida y no les queda otra que taparse la boca y la nariz. Me han hablado de una secretaria con un par de empleos y ningún contrato. Uno de sus jefes es abogado. Podría contratarle para que se autodenuncie. Por último, los que trabajan legalmente, en calma chicha, también lo hacen conteniendo la respiración. Algunos para pasar desapercibidos, bajo la amenaza de ERE o despido. El resto, porque, después de Navidades, si no meten tripa, no hay forma de abrocharse el pantalón.