Tengo una resaca tacatá

Les juro que yo no quería, pero me pasó como a la restauradora octogenaria del Ecce Homo, que se me fue de las manos. Salí a ver los fuegos, me lié, me lié, y aún no me he desenredado. La culpa la tiene mi amiga Maite, que se cree que por echarse crema con efecto lifting tiene veintitantos, y se empeñó en que nos tomásemos unos machacados por los viejos tiempos. Y luego unos destornilladores y un par de katxis para celebrarlo. Para cuando me quise dar cuenta, estábamos en la zona cero de las txosnas, con el pañuelo de las baldosas a lo baturro y unas gafas con forma de guitarra eléctrica. Y, claro, lo veía todo distorsionado.

Hasta que me entraron ganas de mear, me chupé una cola de tres cuartos de hora y, oye, ni rastro de colocón. Ahora, al volver con la cuadrilla, casi me da algo. Y no solo por el tufamen. Entre mi recuperada lucidez y que se me cayó un cristal de las gafas, lo vi todo en su patética dimensión. Mi amiga Maite había seguido al pie de la letra la canción de Kiko Rivera, Quítate el top, y bailaba semidesnuda con un vendedor ambulante cubano. El resto movían espasmódicamente sus caderas al ritmo de Dale mamasita con tu tacatá, mueve tu culito, tacatá. Y yo, no sé cómo ni por qué, estaba moderando un debate sobre Llorente entre dos borrachos. Si no fuera porque se me ha quedado una sandalia pegada al suelo, ya me habría pirado. Por cierto, cari, me han robado el móvil. Vete descongelando algo y deja a los niños con tu madre, que tengo una resaca tacatá.