Amama se fuga

A mi amiga Maite se la sopla, con perdón, que se hayan ventilado a Bin Laden, que el trasero de Pippa cause furor y que el Barça juegue la final de la Champions. A ella lo que le quita el sueño es la huelga de comedores. Sobre todo porque su madre se ha declarado en rebeldía y eso es peor que un paro de los controladores en agosto. La señora estaba hasta los mismísimos rulos de tener cada día más comensales. Porque además de guisar para su marido, que solo pisa la cocina para sintonizar el televisor, lo hace también para su hija pequeña y su yerno, que llevan diez años casados y aún no han desprecintado la olla exprés. El microondas sí, para descongelar los platos precocinados. También se sientan a su mesa un par de nietas con padres encadenados en cuerpo y alma al trabajo. Y de vez en cuando, las amigas de las nietas, que entran y salen como Pedro por su casa. Vamos, que si les cobrara a todos el menú del día, no tendría que teñirse de supermercado.

El pasado domingo, viendo la que se le venía encima con la huelga de comedores, colgó el delantal y les dejó a todos plantados. Ahora eso sí, con la nevera repleta de tupperwares. Ante el temor de que no vuelva, dividen las albóndigas con bisturí para racionarlas como hacen con los cocos los concursantes de Supervivientes. Mi amiga, que se ha quedado con los niños colgados, dice que el curso que viene, en vez de al jantoki, les va a apuntar a un wok, que le garantiza gambas calientes los 365 días del año.