Vuelta al curro

No me pregunten cómo, pero el niño se ha olido que me reincorporaba al trabajo y me ha despedido gimoteando desde su cuna con cara de cachorrito abandonado. Le ha salido tan bien -lleva sus cuatro meses de vida ensayando- que estoy por presentarlo al casting de la campaña Él nunca lo haría. ¿No ha ido un perro a los Oscar? ¿Por qué no puede entonces una cría humana denunciar el abandono animal?

Mientras me hago la dura, camino del tajo, maldigo la crisis y el momento en el que la niña de Rajoy se convirtió en la niña del exorcista y se sacó de debajo del camisón una reforma laboral cubierta de vómito y espumarajos. Está el horno como para pedir una excedencia. O una reducción de jornada. Lo mismo te llama el jefe y te dice que total, venir pa ná es tontería y te manda a la cola del paro. Y de ahí a pasear ancianitos hay un paso ahora que quieren que los desempleados cumplan una labor social.

Así que allá voy, cabizbaja, repitiéndome, cual mantra de consolación, lo afortunada que soy por tener trabajo. Remunerado. Porque del otro, con dos criaturas, para exportar. Me pregunto quién sería el inepto que decidió llamar a la baja tras dar a luz descanso maternal. A no ser que se refiriera a ese estado de semiinconsciencia en el que caes a las cuatro de la madrugada entre toma, atracón a la nevera y cambio de pañal. Busco la tarjeta para fichar en el bolso y saco un chupete. Como me venga alguien a hablar de conciliación, el «que te pego leche» de Ruiz Mateos va a ser moco de pavo.