El PP enfurruñado

Oigo, patria pepera, tu aflicción. O sea, la llantina de mocoso consentido que se ha quedado sin la cartera y sin los Donuts.

No les faltan motivos a los enlutados genoveses para el resentimiento hacia el que duerme donde lo hizo Tancredo Rajoy hasta hace apenas dos semanas. Pero poco ganarán ladrando su rencor por las esquinas —¡qué gran frase del recién salido del sarcófago Aznar!— contra Pedro Sánchez. Y parecido o menos, contra quienes ahora encabezan el hit parade de envenenadores de sus sueños, los taimados vascones a quienes juzgan culpables de la inesperada caída en desgracia, como si no llevasen años acumulando boletos para el hundimiento. Son cinco votos sobre los 180 del más variado pelaje que mandaron al charrán a la oposición. ¿A qué tanto despecho?

Ahora claman venganza y, peor que eso, ya han empezado a cobrársela sobre la ciudadanía de los territorios que arrumban, en un revelador remake de la Historia reciente, como traidores. Esas fueron las palabras que salieron de la boca de Alfonso Alonso. Está grabado. Del mismo modo que ha quedado por escrito en la incendiaria nota que informa de la ruptura del acuerdo presupuestario en Getxo una obscena alusión a no sé qué cánones de raza aria como presunto criterio jeltzale para otorgar la ciudadanía vasca. Más allá de la indecencia de la imputación, lo que denota es la cuesta abajo en la rodada de un partido que parece dispuesto a seguir profundizando en el pozo séptico de la irrelevancia en Euskal Herria. Y no será porque no se les han tendido manos para ayudarles a ser algo más que una excrecencia en un mapa político tan plural como el nuestro.

Vuelve, Aznar

Sí, tal y como lo están leyendo. La coma del encabezado está bien puesta. No es un enunciado sino una petición, de ahí el imperativo. Mi lado oscuro —el mismo que hace diez días se ponía cachondón ante la perspectiva de unas elecciones generales inminentes— es ingobernable. Ahora anda palote fantaseando con la vuelta de José María Aznar López a la primera fila política. Ya sé que lo suyo es simular susto o repelús, pero si le dan media vuelta y se sueltan el corsé mental, seguro que acaban reconociendo que también les provoca cierto gustirrinín masoquista juguetear con la idea del regreso de un tipo que no llegaremos a saber si es más malvado que ególatra o ambas cosas al mismo tiempo. Incluso si lo miran por el lado maquiavélico, piensen si ha habido alguien que nos haya unido más. No hace falta que les diga a qué me refiero.

La ventaja de esta hipotética reencarnación es que, o mucho me equivoco, o el monstruo habrá perdido toda su capacidad de hacer daño. Hasta quienes fueron sus más entregados acólitos —véase Alfonso Alonso o Borja Sémper— gritan hoy a voz en cuello que el fulano es la peste personificada. Tarde se han dado cuenta de que él en sí mismo es como esas armas de destrucción masiva que le sirvieron de disculpa para justificar una guerra en compañía de sus amigotes de las Azores. Es ahora cuando, como un plazo que vence, ha surtido efecto el poder mortífero. El estrepitoso hundimiento del PP al que acabamos de asistir tiene su origen en la podredumbre sistemática que Aznar instiló en las arterias del partido. De aquellos polvos tóxicos proceden los lodos actuales. Doce de sus catorce ministros, enmarronados. Y se presenta como el gran regenerador. Vaya rostro.

Casi impecable

Vaya, un tanto anticlimático lo de Maxim Huerta en Cultura, cuando la progresión de los anuncios parecía prometer, como poco, a Antonio Banderas o, qué sé yo, a Iniesta. Y más en serio, bajón con interrogante respecto a la elección de Grande-Marlaska para Interior. La bibliografía que tiene presentada el superjuez en lo que nos toca más de cerca no invita a albergar grandes esperanzas respecto a esos cuatro asuntillos —o sea, asuntazos— que tenemos pendientes por aquí arriba. Claro que pasan de media docena las ocasiones en que hemos comprobado que los hechos más audaces han tenido los protagonistas menos esperados. Veremos. Es decir, ojalá veamos.

Por lo demás, comentario puntilloso arriba o abajo sobre Borrell o sobre la ministra Montero, tan poco amiga de Concierto y Convenio, no tengo el menor empacho en reconocer que es el mejor gobierno español que soy capaz de recordar. Y recuerdo todos, ojo, que empecé con pantalón corto a chutarme en vena la farlopa politiquera. Ni de lejos podía imaginar una composición así, y solo puedo quitarme el cráneo ante quienes se la han sacado de la sobaquera en tiempo récord. Toma y vuelve a tomar con el Gobierno Frankenstein.

En la cita anterior es donde nos encontramos con un PP en pánico y con Albert Rivera al borde del llanto incontrolable. Él, que ya tocaba con la yema de los dedos el pelo monclovita, se ha quedado con el molde y, de propina, con la angustia de pensar que a lo peor se queda para vestir santos. En cuanto a Pablo Iglesias, también cabe imaginarlo rascándose la cabeza y barruntando lo que casi todos, que aquí el más tonto hace relojes.

Rajoy se rinde

Quién nos lo iba a decir hace solo diez días. Cautivo, desarmado, pero sobre todo, herido en lo más profundo de su alma al final no tan tancrediana, Mariano Rajoy Brey arroja la toalla y renuncia a luchar, seguramente, por primera vez en su carrera de berroqueño fajador. Lo que no hicieron dos humillantes derrotas electorales a manos de una menudencia política lo ha conseguido una moción de censura de carambola encabezada por otro que tampoco parece Churchill. Sí, de acuerdo, con la ayuda de una condena de corrupción de pantalón largo y el anuncio de otras cuantas que vendrán, pero hasta de mantenerse impertérrito ante eso lo creíamos capaz. Ya vemos que no. En esta ocasión el golpe ha debido de acertarle en medio de la madre y le ha hecho entregar la cuchara y coger la puerta, todavía no sabemos si giratoria (puede que en su caso, no) hacia la segunda parte de su vida.

Por de pronto, y más allá de otras consideraciones de mayor enjundia, que le vayan quitando lo bailado. Si tienen memoria, recordarán que, como todos los presidentes del Gobierno español —quizá salvo Felipe— llegó de pura chamba al puesto desde el que opositó a Moncloa. Nadie entendió en su momento que lo señalara el dedo todopoderoso de Aznar, teniendo por rivales a (entonces) dos pesos pesados como Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja. Y todavía le quedaban las mentadas bofetadas en las urnas y las consiguientes intentonas de la vieja guardia pepera de convertirlo en picadillo con la colaboración de los príncipes de la caverna Pedrojota y Losantos. Pero siempre salió airoso de cada envite dejando muertos a sus pies. Justo hasta ayer.

Las opiniones de Nadal

A mi, el tenis ni fu ni fa. Y ya, si añadimos el patrioterismo caspuriento que sigue a las victorias de Nadal, qué quieren que les diga, que se me arruga la nariz definitivamente. Así que no me van a pillar gritando “¡Vamos, Rafa!” y bien es cierto que tampoco haciendo como que quiero que gane su rival de turno solo porque no es español. Resumiendo, que me la traen al pairo las gestas del manacorí, al que no puedo dejar de reconocerle que como atleta es un fuera de serie y que al lado de otros que también lo son —pongamos CR7— me parece un tipo infinitamente más sano y cabal. Lo de la pasta, los birbirloques fiscales o los negocietes, ya tal.

Viene todo este preámbulo a cuento de la que le está cayendo al muchacho por haberse permitido la presunta ligereza de manifestar una opinión política. Resulta que el hombre cree que habría que convocar elecciones generales, ya ven qué tremendo delito. Pues en el código penal oficioso debe de serlo. Que si zapatero a tus zapatos, que si quién se cree que es, que si cómo se nota qué intereses defiende… y quintales de collejas del pelo.

Volvemos a la eterna y obscena doble vara. Qué trato más diferente al que reciben las rajadas progresís de artistas de altos vuelos hollywoodenses o, si vamos a lo más cercano, las soflamas encendidas de algún que otro pelotero de riñón igualmente bien cubierto. Y, ojo, que hablo de una situación cien por ciento reversible, porque los que ahora defienden a Nadal critican a los otros. Personalmente, agradezco a los personajes públicos que digan lo que piensan sobre lo que sea, incluso cuando, como es el caso, no estoy de acuerdo.

El machirulo Monedero

Entre las mil y una imágenes que nos han dejado estos días alucinógenos de vuelco gubernamental inopinado, hay una que no deberíamos pasar por alto. Quizá se considere que solo es una anécdota dentro de la vertiginosa trama de la moción que no iba a salir y salió, pero, al contrario, para mi es toda una categoría que explica parte de las grandes mentiras que pretendemos creernos a pies juntillas porque suenan chachis.

Les hablo del instante en que, terminada la votación y consumada la derrota del ejecutivo de Rajoy, el caballito blanco de Podemos que atiende por Juan Carlos Monedero abordó a Soraya Sáenz de Santamaría. Consciente, como buen farandulero que es, de que los focos y las cámaras le apuntaban, agarró por los hombros a la ya exvicepresidenta, y le espetó lo mucho que se alegraba de la caída de su gobierno. De entrada, sobra la superioridad moral y el pésimo saber ganar de quien, por otra parte, además de ser un puñetero outsider de la formación que fundó, viene a anotarse el tanto del líder de un partido ajeno. Sin embargo, no es eso lo peor. Lo verdaderamente vomitivo es el machirulismo paternalista del gesto. ¿Con qué derecho pone sus manazas sobre Sáenz De Santamaría y las mantiene ahí, pese a la evidente incomodidad de quien ve invadido su espacio íntimo?

No niego que haya habido un cierto revuelo al respecto. Sin embargo, todos sabemos que si las ideologías de los protagonistas de la imagen estuvieran invertidas, habría ardido Troya. Ni de lejos ha sido así. Imaginen, por ejemplo, a Rafa Hernando manoseando a Irene Montero. El silencio de las y los más beligerantes clama al cielo.

Y fueron 176 votos

Después de algún pronóstico pifiado, permítanme que empiece celebrando que lo que escribí ayer ha acabado pareciéndose bastante a la realidad: si había 171 escaños para echar a Rajoy, habría 176, que en realidad son 180. Ahora, los que tienen que dar alguna que otra explicación son los Rappeles de lance que andaban jurando de buena tinta que el PNV sería el báculo del próximo desahuciado de Moncloa. De miccionar y no echar gota, oigan, la teoría de no sé qué inmenso error. Eso, después de ver cómo lo del 155 autoliquidado por el soberanismo catalán se cumplía al milímietro y de escuchar con sus rudos oídos de amianto cómo Aitor Esteban anunciaba el sí a la moción de censura.

Me apresuro a confesar, en todo caso, que contengo la respiración hasta ver el certificado de defunción política del mengano. Y más que el suyo, para qué voy a negarlo, los de Zoido, Catalá o Cospedal, que han demostrado una maldad indecible. Pongo velas para que a nadie se le vaya el dedo al botón que no es o para que no volvamos a vivir una reedición del Tamayazo. Ni sé las veces que he repetido que hasta el rabo todo es toro.

Por lo demás, y a falta de un análisis más sosegado, mi primera reflexión es sobre los lisérgicos vericuetos de la política. Manda bemoles que fueran los soberanistas catalanes los que, haciendo lo que tenían que hacer para desactivar el 155, pusieron en las manos de Rajoy el arma con el que se ha volado la sesera. Eso, por no mencionar que han acabado haciendo presidente al tipo que, además de llamar de todo al president Quim Torra, pedía leyes más duras contra los que quieren romper la unidad de España. ¡Y lo que habremos de ver!