Negociaciones presupuestarias

El otoño es tiempo de setas, castañas y negociaciones presupuestarias. En cuanto a los de la demarcación autonómica, son habas contadas. La mayoría absoluta de la coalición de gobierno asegura la aprobación. Otra cosa es que siempre sea deseable sumar alguna sigla más al respaldo. ¿La de Elkarrekin Podemos? En el último ejercicio, los rojimorados se borraron del acuerdo. Vox y ese camarote de los Hermanos Marx que a la hora de escribir esta columna todavía se llama PP-Ciudadanos están descartados de saque. Mucho más todavía EH Bildu, que diría no, no y requeteno a lo que sea que le pongan delante. Por neoliberal, por austericida y hasta por españolazo, aunque luego los seis votos soberanistas vayan a estar en primer tiempo de saludo y a cambio de unas migajas para sacar adelante las cuentas del gran capitán Sánchez en el parlamento de la odiada metrópoli.

De acuerdo, quizá me adelanto a los acontecimientos y nos encontremos con una sorpresa. Me cuesta, sin embargo, imaginar la negativa de la autotitulada izquierda transformadora vasca. Y si les soy franco, tampoco soy capaz de componer un escenario en el que el PNV ponga proa. Algo me dice que habrá puñetazos en la mesa y amagos de ruptura, pero al final caerá el pacto por su propio peso. Quizá a cambio de una de las promesas recalentadas e incumplidas de la vez anterior, como el IMV, cuarto y mitad del TAV y un par o tres de novedades. La gran baza de Sánchez es que sus hasta ahora socios externos, los que le procuraron la investidura, no van a cargarse la baraja para dar vía libre a un cada vez más posible gobierno del PP con el apoyo, aunque sea fingiendo asco, de Vox.

Trivializar el cannabis

Si no fuera trágico, resultaría gracioso. Es, en todo caso, grotesco y, por descontado, un autorretrato de la tediosa superioridad moral de los monopolistas del progresismo. De un tiempo a esta parte, la hizkierda berdadera se apuntó como moda a la justísima y razonable demanda por tomarse en serio la salud mental del personal. Con esa fe hiperventilada del converso y ayudados por episodios como el de la gimnasta Simone Biles, llevan meses dándonos la murga sobre la necesidad —insisto que indudable— de acometer el tremendo problema de las patologías que nos minan el alma. Al mismo tiempo que lo hacen, y ahí es donde va esta columna, se embarcan como eternos adolescentes que se niegan a madurar en la antiquísima reivindicación de la legalización del cannabis con fines recreativos.

¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Cualquier profesional de la neurología, la psiquiatría o la prevención de la drogadicción les explicarán con pelos y desagradables señales que la presuntamente inocente maría en sus diversas presentaciones está detrás de severísimos problemas mentales, principalmente en jóvenes. Me consta, porque yo también he pasado ese sarampión, que el buenrollismo molón y desinformado (o falsamente informado, que es peor) ha fomentado la trivialización de una sustancia que tiene consecuencias demoledoras en quienes la consumen de forma habitual. La confusión con el defendible uso terapéutico y la hipocresía argumental hacen el resto. Se dice que es mejor que sea legal porque así se evitan las mafias y hay un mayor control sobe el producto. Lo dicen quienes defienden ilegalizar las webs o los locales de apuestas. No es serio.

Iturgaiz despacha a Ciudadanos

No somos nada. El doctor Iturgaiz Angulo firmó anteayer el parte de defunción de la sociedad de auxilios mutuos entre el PP y Ciudadanos en la demarcación autonómica. “La coalición esta muerta”, proclamó en una entrevista en Vocento el curtido superviviente de la política y líder de la sucursal local de Génova por la gracia de Pablo Casado. Como imaginarán —e incluso, como les pasará a buena parte de ustedes—, las grescas a ese lado del tablero ideológico no me provocan el menor sufrimiento. De hecho, si les digo que solo me inspiran indiferencia, les estoy mintiendo. En realidad, asisto a ellas con media sonrisa que no impide que acudan a mi cabeza pensamientos más o menos reflexivos sobre la indecible levedad de cierta alianzas políticas.

En el caso que nos ocupa, procede recordar cómo hace apenas dos años, el PP vasco persiguió por tierra, mar y aire la entente con la franquicia naranja en el terruño. Aquí nunca fueron más de una docena, pero la aparente pujanza de los entonces acaudillados por Albert Rivera acongojaba a los populares, que veían en las coaliciones electorales una forma de amortiguar el batacazo que temían. Luego se vio que el matrimonio de siglas no evitó la bofetada en las urnas. Es más: para la formación del acordeonista fue pan hecho con unas tortas, pues de los siete representantes en Gasteiz, dos eran de Ciudadanos; ni de broma hubieran obtenido los de Arrimadas tales resultados en solitario, eso sí que fue un cuponazo. Ahora que uno de los agraciados se ha apañado un carné con la gaviota y los azules aumentan su mayoría, Iturgaiz enseña la puerta al que se ha quedado colgado de la brocha. Cría cuervos.

Miserias de un tránsfuga menor

Ya tenía yo ganas de citar a Chesterton en una columna. Sostenía el cínico y brillante carcamal inglés que el periodismo consiste esencialmente en contar que Lord Jones ha muerto a personas que no sabían que Lord Jones estaba vivo. El caso que nos ocupa, afortunadamente, no va de un fallecimiento, sino de otro tipo de tránsito. De transfuguismo, para ser exactos. Que levante la mano aquel o aquella de ustedes que tuviera algún conocimiento de la existencia de un ser humano que atiende por Luis Gordillo. No cuentan los que se dedican a la política vasca ni los sufridos cronistas parlamentarios de la cámara de Gasteiz, que es donde tiene asiento el individuo en cuestión. ¿A que no les suena? De acuerdo, pues este es el momento de explicar a quienes no sabían que Luis Gordillo era el líder de Ciudadanos en Euskadi (jua, jua) que el tipo se ha pasado con armas y bagajes al PP vasco de Iturgaiz (jua, jua, jua).

Entre los aspectos grotescos del caso, se cuenta el hecho de que en la demarcación autonómica, el moribundo partido naranja concurrió en coalición con la achacosa sucursal de Génova en la pérfida Vasconia. O sea, que el fulano cambia de carné pero no le hace falta pasarse al grupo mixto. Se queda donde estaba, en el txikitalde de seis junto a otros cuatro peperos de pata negra y a un tal José Manuel Gil Vegas, que de momento, sigue fiel a Arrimadas y, si no se raja, va a ser el raro de la banda. Lo divertido rozando lo golfo del asunto es que el escapista Gordillo, además de tirar de manual con lo de “los escaños son personales” para mantener el momio, ha tenido el cuajo de afirmar que él no se ha movido. Menudo rostro.

Otra vez el Constitucional

Si no encerrara decenas de miles de dramas, resultaría una historia chusca, a la altura del partido y la institución judicial que la han protagonizado. En marzo de 2020, Vox exigió la suspensión de la agenda del Congreso “hasta que las autoridades sanitarias certifiquen que se ha recuperado el control y no haya riesgo para la salud”. Y los abascálidos no se quedaron ahí. Dado que uno de los primeros diputados en contagiarse fue Javier García Smith, alias Geyperman, sus 51 compañeros se ausentaron del hemiciclo y provocaron la suspensión de un pleno. En las audiotecas consta el cabreo de la todavía por entonces vocinglera mayor del PP, Cayetana Álvarez de Toledo. “El Congreso no se pone en cuarentena. Eso es inaceptable e inasumible. Los parlamentos no se cierran ni en una guerra”, proclamó la hoy outsider genovesa, afeando la actitud sus aliados requetediestros. Andando el tiempo, y una vez reducida hasta lo sanitariamente razonable la agenda de las Cortes, a Vox se le inflamó la vena y se plantó en el Tribunal Constitucional a presentar recurso de amparo contra el cierre… que nunca fue total.

Como saben, lo penúltimo es que la altísima magistratura ha tumbado esa clausura que no lo fue por seis votos a cuatro. Un togado conservador —qué raro, ¿verdad?— cambió a última hora de opinión y deshizo el empate. El argumento es que el Congreso impidió el desempeño de las funciones de los diputados, cuando debió hacerlas compatibles con las medidas para frenar la pandemia. Otra vez muletazos de adorno a toro pasado. Ya puestos, la parte carca del Constitucional debería fallar contra el propio órgano porque también suspendió su actividad.

«La vida de otra manera»

Andaba yo buscando infructuosamente una forma de nombrar lo que empezará para los ciudadanos de la CAV a partir de mañana. No me servían por pedantes o imprecisas ni “Nueva normalidad” ni “Post-pandemia” ni “normalidad” a secas. A punto de abandonar la empresa, escuché de refilón al portavoz del Gobierno vasco, Bingen Zupiria, hablar de “La vida de otra manera” y pensé que eso era lo más aproximado para definir el tiempo que estrenamos dentro de unas horas. Con el fin de las principales restricciones y el decaimiento del decreto de emergencia sanitaria reconquistaremos una parte de nuestra existencia anterior a la irrupción del virus. Volveremos a disfrutar de un pintxo y una caña en la barra, podremos juntarnos sin límite alrededor de una mesa —con la mascarilla todavía, ojo— y no tendremos que mirar el reloj para entrar en según qué locales. Sin ánimo de ser cenizo, haremos bien, sin embargo, en tener muy presente que la pandemia todavía no ha terminado y que sigue habiendo motivos para ser prudentes. Este es el minuto en que la ciencia no tiene claro, por ejemplo, si será necesario volver a vacunarnos o si tendremos que hacerlo con cierta periodicidad.

Más allá de eso, me atrevo a pedir que no seamos tan olvidadizos como de costumbre. Por más prisa que tengamos en dejar atrás la pesadilla, nos haremos un flaco favor si no extraemos las lecciones oportunas, que son unas cuantas. Sin regodearnos, sin permitir que el miedo nos paralice, es preciso que hagamos lo posible por mantener la memoria de lo que hemos vivido desde marzo de 2020. Se lo debemos a los millones de personas que se han quedado en el camino.

Lo de Llarena es algo personal

El juez Llarena insiste una y otra vez en levantar infructuosamente las tapas del yogur judicial europeo. “Siga jugando, hay muchos premios”, le dicen sin cesar desde las más variadas magistraturas europeas. Pero el contumaz togado no saca ni media pedrea. Todo lo que cosecha son encogimientos de hombros, miradas de perplejidad, desplantes y, en alguna que otra ocasión, tirones de orejas. El más reciente de los reveses, adelantado incluso por los que sabemos lo justito o casi nada de Derecho, lo confirmó ayer el tribunal de apelación de Sassari, en Cerdeña, que dejó en suspenso el procedimiento de entrega del escurridizo expresident Carles Puigdemont hasta que la Justicia de la Unión Europea resuelva las dos causas pendientes sobre su inmunidad por su condición de Europarlamentario. De nuevo, no se han decretado medidas cautelares, por lo cual, Puigdemont ha vuelto a Bruselas y con él, los exconsellers Clara Ponsatí y Toni Comín, a los que se llevó de acompañantes a la vista en la localidad sarda. Fue el colmo del recochineo del líder de Junts. El Tribunal Supremo español mordió el anzuelo, pidió su detención a las autoridades italianas y, en fin, firmó otro ridículo clamoroso.

El resumen de lo sucedido es que la Justicia hispanístaní ha vuelto a quedar en evidencia. Y no solo eso: todo lo que ha conseguido es devolver a Carles Puigdemont a los titulares, y además, en el papel de víctima injustamente perseguida. Lo peor es que no podemos albergar la menor esperanza de que el justiciero Llarena y sus colegas depongan su actitud. La cuestión se ha convertido, incluso trascendiendo lo ideológico, en algo personal.