Poco nuevo en la feria de las vanidades, los rencores y todos los demás ladrillos que conforman la (generalmente deplorable) condición humana. Corría el verano de 1972, con Franco en tiempo de descuento hacia la autopsia definitiva y la lápida de cinco toneladas. La izquierda española para entonces era el PCE, y lo demás, incluido el PSOE, menudencias anecdóticas. Solo 10 años más tarde, el partido que apenas pasaba de figurante en la escena antifranquista tomaría —¡en las urnas!— un poder casi más absoluto que el del ya fiambre dictador. ¿Cómo?
Es largo de contar, pero abrevio. Un rapaz de nombre Alfonso Guerra publicó en El Socialista un texto titulado (a ver si Iglesias Turrión se cree el único que usa palabros) El enfoque de la praxis. Entre la densa prosa, este misil: “Los socialistas tienen una doble tarea que desarrollar: la lucha contra el sistema capitalista que los oprime y la lucha contra ciertas estructuras de su propia organización, que amenazan con la esterilización de sus acciones”. Ríanse de la primera parte, pero reparen en la segunda idea, que coma arriba o abajo es la misma que transcurridos 44 años, sirve para justificar el golpe de mano contra Pedro Sánchez y sus intrépidos mozalbetes.
No es ninguna casualidad. Buena parte de los dinosaurios que, junto a sus sucesores, comandan la revuelta son exactamente los mismos que, siendo fogosos jóvenes, se pasaron los estatutos por la entrepierna para deponer a la momia sagrada Rodolfo Llopis como secretario general. 27 meses después, en el legendario Suresnes, tomaría el mando un tal Felipe González Márquez, y en lo sucesivo, ta-pa-pá.