Un bebé en las Cortes

Sí, otra columna sobre el churumbel de la diputada Bescansa. Ovación y vuelta al ruedo para el mago de la propaganda podemita —probablemente, Iglesias Turrión en persona— que atinó con el modo de agenciarse el protagonismo de la jornada de apertura de la nueva temporada del pardillo en la Carrera de San Jerónimo. Nadie se llame a engaño. No hubo nada casual ni espontáneo. El catecismo morado, compendio de todas las demagogias que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo, contiene el mapa detallado de los resortes que hay que tocar para obtener la máxima eficacia comunicativa. Y si es necesario utilizar como reclamo una criatura, se utiliza sin el menor reparo.

El triunfo de la estrategia es seguro. No solo por las tiernas imágenes que se consiguen de saque. La parte mollar viene con el debate trapacero que se organiza inmediatamente. Que si igualdad, que si conciliación, que si naturalidad. Cualquiera que entre en ese jardín, como servidor ahora mismo, es susceptible de ser despellejado por las milicias progresís enarbolando argumentos irrefutables. Lástima que uno esté ya muy mayor para comprar esas motos trucadas.

Si algo hizo la escañista Bescansa fue demostrar un desprecio sideral por el trabajo —sí, es un trabajo— de representar a la ciudadanía. Le puede echar toda la música de violín que quiera, que con un bebé en brazos es imposible desempeñar la tarea que le han encomendado las urnas. ¿Acaso si fuera albañil se subiría al andamio con el niño? No, y menos, disponiendo, como ocurre en las Cortes españolas, de un servicio de guardería que ya quisieran las y los currelas de a pie.

Adios, problema de vivienda

35 años y chopecientos intentos después, la demarcación autonómica de Baskonia tiene Ley de Vivienda. Albriciémonos por la buena nueva que de aquí a un rato corto se traducirá en que cada quien (se dice que incluso también cada cual) que lo precise tendrá un techo bajo el que guarecerse. De acuerdo con los que han alumbrado el prodigio legislativo, será suficiente solicitarlo para recibir satisfacción inmediata. La autoridad no tendrá bemoles a llamarse andanas, porque el gran hallazgo de esta delicatesse normativa consiste en que disponer de una casa (en fino, solución habitacional) deja de ser una bella proclama utópica para convertirse en cuestión, ahí es nada, exigible ante los tribunales. Aunque la lógica y la intuición aconsejarían que tal cosa se llamase derecho objetivo, en tanto que sería reconocible en función de unos requisitos establecidos, lo cierto es que se denomina justamente al revés: subjetivo. En realidad, es una gran confesión de parte, porque al final, como siempre, la concesión de la gracia va a depender de la subjetividad, cuando no arbitrariedad, de los fulanos que revisan la documentación presentada.

Se estarán imaginando que todo esto saldrá por un pico, y resulta que no. Según los cálculos que recogen los papeles, no va más allá de 80 millones de euros al año. Es una minucia comparado con lo que se dedica a Sanidad o Educación. Si tan barato era resolver el problema de la vivienda, cae por su propio peso preguntar por qué no se ha hecho mucho antes. Ahí es donde aparece el realismo a aclarar que con esa cantidad no llega ni para empezar. Y los proponentes lo saben.

Demasiadas mayorías

Jamás dejará de asombrarme el desparpajo con el que muchísimos políticos se arrogan en régimen de monopolio la representación de las mayorías sociales. Constituye todo un prodigio de la matemática parda y del rostro de alabastro escuchar a un mengano con un puñadito más o menos cumplido de votos hablar en nombre de todo quisqui con nariz y ojos. Es gracioso que el vicio se practique en cualquier lugar o tiempo, pero más todavía que se haga inmediatamente después de unas elecciones que han puesto a cada quien en su sitio. Pues con un par, estos días nos estamos hartando de asistir a una torrentera de apropiaciones indebidas de la supuesta voluntad popular en bruto a cargo de quien no le corresponde.

Ni siquiera señalaré a estas o aquellas siglas porque, si bien algunas destacan ampliamente en la martingala, no hay ni una sola que esté libre del pecado de echarse al coleto la portavocía del censo al completo. Y sin un resquicio para la duda razonable ni el menor de los matices, oigan, aunque según quién largue la soflama, ocurra que la misma colectividad quiera dos cosas totalmente contrapuestas. Ahí tenemos, como ejemplo —uno entre mil— de este grosero secuestro conceptual, a la ciudadanía de Vitoria-Gasteiz. En labios de Hasier Arraiz, desea al unísono y sin fisuras, incluyendo los 35.000 que le votaron, darle la patada a Javier Maroto. Pero si quienes hablan son el aludido o cualquiera de sus conmilitones, entonces resulta que no hay en la capital alavesa una sola alma que no desee con todas su fuerzas la continuidad del munícipe por antonomasia. Seguramente, ni lo uno ni lo otro sea cierto.

Por qué gana Maroto

De entre el millón de cosas comentables tras otras urnas que le han dado un buen meneo al mapa político y a ciertas verdades supuestamente inmutables, empiezo por lo único que, para mi disgusto, acerté casi al milímetro. Dejé escrito hace más de medio año, cuando había algún tiempo para la enmienda, que a Maroto se lo estaban poniendo a huevo. En el sesteo tonto de la misma tarde electoral, ya con la suerte echada y deseando equivocarme con todo mi ser, me atreví a pronosticar (aunque no a apostar) que el cabeza de lista del PP en Vitoria-Gasteiz obtendría 30.000 votos y le sacaría tres concejales al segundo, “o quizá segunda”, maticé. En lo último, atiné de pleno. En el número de sufragios, sin embargo, me quedé corto: a falta del conteo requetedefinitivo, fueron 35.484. Marca histórica para los de la gaviota rampante en la capital alavesa.

Aunque cuatro años pasan en un suspiro, como pueden atestiguar muchos de los que el domingo fueron enviados al banquillo tras haber sido reyes del mambo en 2011, andamos tarde para evitar lo que ya se ha producido. Cabría una alianza sanitaria de las fuerzas de oposición, pero habiendo abogado por ello en su día, se me antoja que con esta diferencia de respaldo, a la larga bien podría ser la base de una mayoría absoluta como alguna que tengo muy cerca de mi domicilio. Se decida sumar o no, quizá procedería como preliminar medio gramo de autocrítica y uno de humildad por parte de los partidos que han resultado —esa es la palabra— perdedores. Claro que también pueden enfadarse, no respirar, y rezongar que su ciudad está a reventar de racistas e insolidarios.

El IVA, según quién lo suba

Le cayó la del pulpo al economista boquerón de Ciudadanos, Luis Garicano, por proponer subir el IVA de los productos de primera necesidad (empezando por el pan) y bajar el del resto de los artículos. En peculiar Fuenteovejuna, opinadores de distintos pelajes —incluido el que suscribe— y portavoces políticos de todo el espectro ideológico desde el PP a Podemos se le lanzaron a la yugular bajo la acusación de pretender esquilmar a los pobres en beneficio de los bolsillos más holgados.

Este es el minuto en el que sigo pensando, quizá desde una lógica equivocada o con unos conocimientos escasos, que la medida es manifiestamente injusta y que huele a clasismo rancio que echa para atrás. Pero miren ustedes por dónde, el gobierno requeteprogresista de Grecia acaba de anunciar que en septiembre subirá tres puntos —del 6,5 al 9,5%— el IVA de los productos básicos, mientras que el del resto se reducirá cinco puntos, del 23 al 18%. La argumentación viene a ser la misma qu esgrimió, con poco éxito de crítica y público, el mentado Garicano: lo que los más desfavorecidos pierden por un lado se compensaría con una mayor recaudación que redundaría en su beneficio.

Ocurre que en esta ocasión la cosa viene con la firma del santo laico Yanis Varoufakis, a ver qué zurdo sedicente se atreve a encontrarle el menor pero. Ya se lo digo yo: ninguno. En los medios de la contestación dentro de un orden, la noticia ha sido despistada, ignorada o, con mayor descaro, encapsulada en titulares de trampantojo que hablaban de reformas y reordenaciones del IVA. A veces, nos muestran el mecanismo del sonajero y no queremos verlo.

Vivienda y demagogia

El chaval de los recados de Rosa Díez anda propalando urbi et orbi que él solito ha solucionado el problema de la vivienda en Euskadi, oséase, la autónoma comunidad. Aparte de lo que nos vamos a reír cuando en la TDT-party se enteren de que ha sido gracias a un acuerdo diferido y simulado con los por él mismo llamados filoetarras (y cosas peores), resulta enormemente revelador cómo está vendiendo la moto el chisgarabís magenta. Viene a dar a entender que muy pronto bastará levantar la mano y rellenar un impreso para recibir a cambio un piso bueno, bonito y gratis allá donde le pete a cada cual.

Maneiradas, dirán ustedes con razón. Ocurre, sin embargo, que los dos socios de propuesta, PSE y EH Bildu, no lo están explicando de modo muy diferente, cuando saben perfectamente que ese escenario de cuento de hadas no atiende ni siquiera a las difícilmente realizables cuestiones que contiene su pacto. Ese engaño consciente a la sociedad es una profunda irresponsabilidad, por mucho que estemos en campaña electoral. Bien es cierto —aquí hay para todos— que no mejora mucho la cosa que el Gobierno vasco desenvaine el comodín del “efecto llamada a escala mundial”, cuya sola pronunciación nos evoca el nombre de cierto munícipe dado a las demagogias.

Tenemos una suerte fatal con las leyes y proyectos de ley de vivienda. Entre las utopías y las líneas rojas para no perjudicar el negocio ladrillero y bancario, no hemos pasado de un sistema de lotería —literalmente; de hace tres días son los sorteos de pisos en frontones—  y de agravios comparativos reales o percibidos. Y da la impresión de que seguiremos así.

Sí, ¿pero cómo lo evitamos?

Novecientos muertos en el Mediterráneo. Cómo no participar de la congoja y del espanto. Por un ratito, aunque sea, hasta que empiece el partido de nuestro de equipo o venga el camarero con los entrantes. Lo difícil, para mi absolutamente imposible, es distinguir los sentimientos genuinos —y me incluyo— en la torrentera de golpes de pecho. Debo de ser un mal tipo, porque buena parte de los lamentos de las últimas horas me parecen parte de una coreografía o de un concurso de ocurrencias lastimeras o recriminatorias. Son tan plásticas, tan fotogénicas, las catástrofes ajenas… Se prestan tanto al engolfamiento estético, que se diría que, en realidad, ocurren para que ese artista-protesta que casi todos llevamos dentro pueda dar lo mejor de sí mismo. No ya a coste cero, sino además, sacando como rédito un toque de chapa y pintura para la conciencia y un ensanchamiento de ego. Cómo molan las dos docenas de retuits a tus incisivas y rechulas frases de denuncia. Y si van con foto, ni te cuento.

Me repugna, como a cualquiera, la hipocresía de los gerifaltes de la Unión Europea que andan convocando reuniones urgentísimas para no arreglar nada y soltando discursos plañideros tan babosos como faltos de crédito. Me sumo a los que se acuerdan de sus muelas y hago mía la peor de las invectivas que se les haya dirigido. Pero un segundo después pregunto absolutamente en serio y sabiendo a lo que me expongo cuál es el modo de que no vuelva a ocurrir. No hablo de grandes y nobles palabras de cuatro céntimos ni de cagüentales estentóreos, sino de las actuaciones concretas que se deben acometer. Yo lo desconozco.