Ahora sí que sí. Es cuestión de días. De semanas, como mucho. Quizá no a la vez en todos los territorios de Euskal Herria, pero todo apunta a que muy pronto podremos liberarnos de las mascarillas, por lo menos, en exteriores. No sé si les pasa también a ustedes, pero desde que ha empezado esa oficiosa marcha atrás, me ha nacido una cierta ansiedad. Es como si fuera más consciente de que llevo una tela sujeta por una goma a las orejas que me tapa la nariz y la boca. Y eso que estoy entre los afortunados que ha tenido una relación de lo más llevadera con ella. Sí es verdad que hasta que descubrí determinada milagrosa bayeta antivaho, me tocaba ir prácticamente a tientas con las gafas empañadas cuando llovía o hacía frío. O que en días de calor, subir una cuestita con la bici se me hacía el Tourmalet. Pero, en general, he sido capaz de portarla sin mayores problemas y, además, con la conciencia de que me estaba protegiendo y protegiendo a los demás. Y no solo contra la covid, sino, como parece que ha quedado demostrado, contra muchos otros de los virus cotidianos. Siendo como era de una bronquitis, una faringitis y no sé cuántos constipados nasales al año, he pasado los últimos quince meses sin mucho más que la tosecilla de exfumador que me asalta de tanto en tanto para que no olvide mis viejos pecados. Así que no voy a dejar de celebrar el instante en que deje de ser obligatorio su uso al aire libre, pero algo me dice que incluso cuando la liberación se extienda a los espacios a cubierto, seguiré llevando un par de ellas en el bolsillo para usarlas en situaciones concretas. Y estoy seguro de que no voy a ser el único.
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Sin prórroga ni alternativa
Yo también albergaba cierta esperanza de que Pedro Sánchez cambiaría de opinión sobre la no prórroga del estado de alarma cuando pasaran las elecciones madrileñas. Es de sobra conocida, hasta el punto de ser marca de la casa, la querencia del inquilino de Moncloa por los digodiegos. Nadie como él ejecuta los giros de 180 grados. Y en esta ocasión, todo parecía apuntar por ahí. Resultaba lógico pensar que el aperturismo de la campaña podría cambiarse por la prudencia responsable una vez contados los votos, incluso independientemente del resultado.
Sin embargo, viendo la insistencia casi machacona del propio Sánchez y de los diferentes portavoces del ejecutivo español, tiene toda la pinta de que se han quemado las naves y, pase lo que pase, no habrá marcha atrás. El 9 de mayo decaerá el estado de alarma y ni siquiera se contempla mantenerlo en aquellas comunidades donde la situación sanitaria fuera más delicada. Ni ocho horas tardó en quedar desautorizada la vicelehendakari segunda del Gobierno vasco, Idoia Mendia, que fue quien deslizó esa posibilidad. Todo hace indicar que, pese a los horribles números que tenemos en las demarcaciones autonómica y foral, quedaremos en manos del buen, mal o regular criterio de las instancias judiciales. Los precedentes no invitan precisamente a la confianza.
Diario del covid-19 (44)
Si el telón de fondo no fuera una enorme tragedia, resultaría hasta graciosa la suerte de votación de Eurovisión en que se convirtió el proceso para el salto o no de fase de la dichosa desescalada. Especialmente, teniendo en cuenta que los criterios sanitarios, los intereses económicos y las argucias politiqueras que entraron en juego tuvieron como contrapunto real la actitud de buena parte de la ciudadanía que desde hace una semana vive cuatro traineras por delante de la fase más avanzada. Les remito a mi columna anterior, que incluso se ha quedado en aguachirle a la vista del brutal incremento del desparrame de unos cuantos de nuestros semejantes.
Por lo demás, es imposible no reseñar entre el asombro y el cabreo que a los censados en la demarcación autonómica nos ha tocado una versión capada de la fase 1. Vamos, que nos han dejado en la 0,7, siendo muy generosos. Porque sí, de cine lo de las terrazas, las iglesias y los comercios, pero, a diferencia de lo que pasa en el resto del Estado, permanecemos enclaustrados en nuestro municipio, sin posibilidad de reencontrarnos con los seres queridos a los que no vemos desde hace dos meses. Seré muy obtuso, pero el mensaje no concuerda con los que nuestras propias autoridades habían lanzado sobre la necesidad de recuperar algo parecido a la normalidad.
Diario del covid-19 (43)
Desde que empezó todo esto, no he dejado de mostrar mi admiración por la enorme responsabilidad con que, según mi opinión, la mayoría de la población estaba cumpliendo con las normas del confinamiento. De hecho, sigo defendiendo que sin ese esfuerzo colectivo con sus sacrificios añadidos —tampoco hablaré de heroísmo— hubiera sido imposible llegar al punto en el que nos encontramos, con la curva en vías de domesticar y cifras notablemente más bajas que hace solo un mes. Sin duda, nos hemos ganado el alivio del encierro, y el otro día, tras mi primera temerosa salida a hacer deporte, me pareció que íbamos a ser capaces de gestionar adecuadamente los primeros sorbitos de libertad.
Siento escribir que he dejado de sostener ese idea. Belcebú me libre de generalizar, así que solo anotaré que creo que una parte no pequeña de mis congéneres da por finiquitada la pesadilla. Lo demuestran paseando en manada, igual adolescentes que cincuentones, pasando un kilo de mascarillas, distancias de seguridad o recomendaciones de puro sentido común cuando el bicho sigue ahí. Se diría que los cincuenta y pico días de arresto domiciliario no han servido para nada, aunque casi más desolador que asistir a estos comportamientos es constatar que se practican con una impunidad absoluta. O se paran o lo pagaremos caro.
Diario del covid-19 (39)
Por primera vez en no recuerdo cuánto tiempo, el reloj que mide mi actividad física me dice que he alcanzado el objetivo diario. Me ha sentado bien el permiso para estirar las piernas y ensanchar los pulmones, esto último, con bastante prevención, no vayamos a joderla. Además, por lo menos en mi zona y en la franja matinal, el tiempo ha acompañado y de tanto en tanto, salvo por las mascarillas y los guantes de látex, las imágenes se correspondían con las de cualquier sábado de primavera anterior a la llegada del maldito bicho a nuestras vidas.
¿Y qué tal nos hemos portado? Confieso que a la hora en que tecleo, me he cuidado mucho de mirar lo que se contaba por ahí. Empieza uno a estar harto del extremismo pendular que divide el mundo entre incumplidores contumaces y seres angelicales que ejercen legítimamente su derecho a contagiar a los prójimos. Qué decir de los denunciadores compulsivos de los primeros y de los defensores a machamartillo de los segundos. Todo, como si esto no fuera bastante más simple: va de actitudes individuales mondas y lirondas, censurables unas, loables otras, pero siempre de una en una. Por eso me limito a dar testimonio de lo que vi con mis propios ojos, que fue un comportamiento modélico de casi todas las personas con las que compartí el pequeño bocado de libertad.
Diario del covid-19 (38)
Las formas son parte del fondo. La esperadísima, casi ansiada, comparecencia del ministro español de Sanidad, Salvador Illa, para detallar las condiciones bajo las que podremos salir a la calle a partir de mañana estaba prevista para las seis de la tarde. El tipo no apareció ante el atril hasta las seis y veinte. Así, porque sí, porque él lo vale. ¿Quién de ustedes se puede permitir un retraso semejante en su oficio? Yo, desde luego, no.
Por lo menos, iría al grano, ¿no? Pues tampoco. Antes de hincarle el diente al pifostio del cuadrante horario y de edades y actividades, que era lo único que nos interesaba a los agarrotados ciudadanos, Illa se adornó con un puñado de mentiras o, en palabras de la famosa asesora de Trump, de hechos alternativos. Por ejemplo, contó sin que se le moviera un pelo del tupé que España es uno de los primeros países en acometer la desescalada, como si no tuviéramos acceso a los medios.
Lo dijo, eso sí, con la misma convicción con que soltó otra de las grandes trolas que anda aventando el gobierno al que pertenece. “Entramos todos juntos en esto y saldemos todos juntos”, porfió el ministro, y con blindaje inguinal digno de mejor causa, añadió que para eso se había establecido un plan de transición a la nueva normalidad asimétrico y a diferentes ritmos. Es lo que hay.
Diario del covid-19 (35)
Aquí andamos, cuarenta y pico días después del casi toque de queda, no está muy claro si camino de la luz al final del túnel o de vuelta a la casilla de salida. No sé a ustedes, pero a mi me acongoja una hueva que en el mismo informe para la desescalada del comité de sabios del autócrata vocacional Sánchez se exija a las comunidades autónomas que garanticen la capacidad para duplicar las camas de UCI. Suena bastante al refranero español que tanto gustaba citar a uno de los milicos ahora excluidos de las ruedas de prensa oficiales: A Dios rogando y con el mazo dando. También puede ser la sentencia bíblica que sostiene que la mano derecha no debe conocer lo que hace la izquierda. O tal vez sea el latinajo de rigor, a saber, excusatio non petita…
Se diría que seguimos jugando a cara a cruz o, como poco, a frenar y acelerar a la vez. Los mensajes oficiales oscilan de un segundo a otro entre la idea de que ya está todo chupado y la de que como nos confiemos, nos vamos a dar una piña de campeonato y que más fuerte será la recaída. “Un paso atrás sería más grave que lo vivido hasta ahora”, proclamó ayer el infalible hechicero monclovita Simón, pasando por alto que, por mucho que los demás podamos aportar quintales de responsabilidad individual, es él quien tiene que recomendar las medidas adecuadas.