Iván y Pablo, qué risa

Verdaderamente, unas imágenes de lo más entrañables. Iván Espinosa de los Monteros y Pablo Iglesias intercambian chascarrillos y se descuajeringan vivos. Cierto, también se carcajea Inés Arrimadas, pero a los efectos de esta columna, permítanme que la obvie, como han hecho con el partido que medio dirige en funciones cuatro quintas partes de sus votantes. Lo que haya de comentable, denunciable o defendible —ustedes lo decidirán— está en el compadreo que exhiben, se diría que impúdicamente, el máximo dirigente de Podemos y el lugarteniente de Abascal. Sin olvidar, claro, el marco del posado-robado: los fastos por el 41 aniversario de la Intocable Constitución española en el mismo Congreso de los Diputados donde el partido liderado por el residente en Galapagar reclamaba a todo trapo un cordón sanitario sobre Vox.

Y sí, lo valiente no quita lo cortés. La de veces que nos habrá tocado en esta vida fingir jijí-jajás ante fulanos que nos dan cien patadas, bendita hipocresía social que nos evita, supongo, estar a hostia limpia todo el rato. Pero hasta ahí debe haber límites. Hay individuos frente a los que la única actitud decorosa que procede es la indiferencia; fíjense que ni siquiera digo la muestra abierta de desprecio. Más, si como ha sido el caso de Iglesias, se ha venido liderando la campaña de invectivas, cagüentales, sapos y culebras contra la formación del sujeto con el que luego se va a partir uno la caja en público. “¡Al fascismo se le combate!”, proclaman machaconamente las huestes moradas. Jamás se nos hubiera ocurrido pensar que la estrategia para derrotar al declarado enemigo fuera matarlo de risa.

Otra cumbre más

Me van a perdonar el escepticismo de concha de galápago centenario, pero si sale algo en claro de este turre a muchas voces que llamamos Cumbre del clima, invito a todos los lectores al menú degustación del Arzak. No se vengan arriba, ojo, que cuando digo “algo en claro”, ni por asomo estoy hablando de maravillosas proclamas con música de violín de fondo, ni mucho menos de anuncios de compromisos del copón de la baraja con fecha de cumplimiento retrasable ad infinitum. Desde Río para acá, en el cada vez más lejano 1992 de los prodigios devenidos en fiascos, se han ido repitiendo estos sanedrines envueltos en tanta pompa como urgencia sin que se haya conseguido nada parecido a un avance.

Al contrario, se diría que el daño ambiental va a más y no parece haberse encontrado otro modo de hacerle frente que echarse las manos a la cabeza, hacer propósito de enmienda y engrosar la lista de listillos que viven de la martingala. Y junto a estos que han pillado cacho predicando el caos inminente, sus prosélitos culpando del desastre a los humildes mortales por pedir una bolsa de plástico en el supermercado.

Como he escrito en mil ocasiones aquí mismo, ni de lejos me cuento entre los negacionistas de lo evidente. Sin embargo, no acabo de encontrar en los rasgados de vestiduras —da igual institucionales, intelectuales, bienintencionados o cargados de razón científica— la relación de cambios imprescindibles para detener lo que se nos viene encima. Naturalmente, con la explicación en cada caso de la renuncia individual y/o colectiva que implicaría. Lo siguiente sería ver quién estaría por la labor de vivir de ese modo.

Un cordón para Vox

Jamás me ha resultado simpática la expresión “cordón sanitario”. Para mi gusto seguramente mojigato, destila suficiencia por parte de quien la emplea y/o insta a ponerla en práctica. En definitiva, la idea que subyace es la de construir un lazareto para apestados de modo que no contagien a los que se tienen por lo más de lo más de la pureza, en este caso, ideológica. Y claro, si echamos mano de la hemeroteca, vemos que muy buena parte de las ocasiones en las que se ha llevado a cabo el tal cordón, en realidad se ha tratado de la marginación pura y dura del adversario político. Algo sabemos de la cuestión por estos lares.

¿Caben estas prevenciones cuando el sujeto propuesto para el aislamiento es Vox? Quizá hace unos meses —pongamos tras las elecciones de abril— hubiera contestado que era contraproducente llevar al córner a los abascálidos. Es posible que también hubiera encontrado reparos ante el hecho de que, en definitiva, esa formación debía su representación a los centenares de miles de personas que decidieron meter la papeleta con su nombre en una urna.

Sin embargo, menos de un mes después de lograr la condición de tercera fuerza política española —gracias, Pedro Sánchez—, hemos tenido sobradas muestras de a qué puntos de indignidad son capaces de llegar los tipejos y las tipejas con asiento en cualquier institución representativa. No hablamos de menudencias ni de cuestiones de matiz. Ni siquiera de profundas pero legítimas discrepancias. Lo que Vox ataca de manera sistemática, alevosa y continuada forma parte de los principios mínimos que cualquier persona honrada debería defender. Es urgente el cordón.

Injusticia con sordina

Pues no. Esta vez no ha habido rasgado de vestiduras ni concurso de soflamas incendiarias contra la manga ancha de la Justicia. Será en vano que busquen pronunciamientos de campeones siderales del Yo acuso, ni airadas peticiones de cambio inmediato del Código Penal. Qué va. Únicamente silencio en la grada progresí y algarabía en la de enfrente, la ultramontana, que ha disfrutado sin competencia de una denuncia que debería haber sido compartida por cualquiera con un mínimo sentido de la decencia. Pero es que en este viaje no molaba por quiénes eran el criminal y la víctima. Les cuento, por si no acaban de caer.

Ocurre que la Audiencia de Zaragoza ha absuelto a un fulano llamado Rodrigo Lanza, de oficio sus antisistemeces, del delito de asesinato de un tipo al que pateó hasta la muerte porque le provocó… ¡llevando unos tirantes rojigualdos! Los togados, a medias con un jurado popular, le han hecho precio de amigo y dejan el matarile —por la espalda y a traición— en homicidio imprudente. En román paladino, de 25 años a un máximo de 12, que todo quisque apuesta que será mucho menos.

Es bastante fácil imaginar la explosión de bilis que se hubiera producido de haber estado cambiados los papeles. De hecho, sin llegar a eso, me consta que más de media docena de los lectores de estas líneas las habrán dejado cabreados antes de llegar aquí. No pocos de los que alcancen el punto final verán confirmada su tesis de que soy un fascista que lamenta que le hayan dado su merecido a un individuo que sobraba de la faz de la tierra. Eso, sin contar con los que se encogerán de hombros y concluirán que no les gusta la columna.

Votar con rabia

Hoy habrá quienes depositen la papeleta en la urna y quienes la evacuen. Más nos vale que los primeros sean infinitamente más que los segundos. Es verdad, en todo caso, que lo que ocurra al final del recuento será el resultado de la voluntad de las personas que hayan votado. Lo anoto para que no cedamos a la tentación de calificar como ignorante al mismo pueblo que trataríamos como sabio si el reparto de escaños saliera a nuestro gusto. Como dicen esos guasaps que han circulado estos días, la manifestación contra el fascismo es entre las 9 y las 20 horas del domingo en los colegios electorales y no el lunes por la tarde frente a los ayuntamientos.

A partir de ahí, también creo que antes de ejercer el derecho a voto, merece la pena no perder de vista cómo hemos llegado a esta jornada. De entrada, ustedes y yo sabemos que esta enésima fiesta de la democracia desvaída no ha sido en absoluto necesaria. Fue aritmética y políticamente posible haber evitado la repetición. Su convocatoria obedeció a un grosero cálculo sumado a algo en lo que casi no hemos reparado: la prolongación de las noches dormidas en el famoso colchón de La Moncloa.

Manda muchos bemoles que, llegado el momento de hacer el bis electoral, casi lo mejor a lo que podemos aspirar sea a que el escrutinio depare lo mismo que el 28 de abril. Ese sería el mal menor frente a la otra suma que nos hace temblar las rodillas. Ojalá lo único que tengamos que lamentar sea la certificación de que para este viaje no hacían falta semejantes alforjas. Pero solo pensar que existe el riesgo de revolcón azul verdoso o verde azulado a mi me hará votar con mucha rabia.

Campañas… ¿sucias?

Cuentan que un fulano de obediencia pepera se ha gastado unos miles de euros —tampoco un pastizal, no se crean— en difundir en Facebook mensajes en nombre de Errejón que pedían a los votantes progresistas (ejem) que castigaran a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Una jugarreta muy fea, eso no lo discute nadie. Ojalá le caiga una buena por la fechoría. Pero a partir de ahí, permítanme que me ría. Pasando por alto que el éxito de la propaganda chungalí se basaría en la membrillez de quienes no son capaces de decidir las cosas con su propia materia gris y que en su pecado llevarían la penitencia, la bronca exagerada que ha causado el episodio resulta entre enternecedora y brutalmente cínica.

De nuevo debo traer a colación al personaje más citado en estas columnas, aquel gendarme de Casablanca que mandaba cerrar el garito del que era parroquiano al grito de “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Se habla ahora de una campaña sucia, como si cuarto y mitad de los usos y costumbres cuando se abre la veda del voto fueran la caraba de la pulcritud. ¿Qué hay de limpio en las trolas sin cuento que se sueltan en los mítines y/olos debates electorales y se multiplican en las redes sociales? ¿Cómo de aseado es recurrir a datos inventados que, según de quién vengan, merecen la vista gorda de los beatíficos desmentidores de bulos? ¿Y qué me dicen de los titulares de este o aquel medio, arrimando el ascua a la sardina propia y la manguera a la ajena? Por no mencionar la difusión de sondeos con datos imaginarios cuyo propósito no es retratar la realidad sino tratar de cambiarla. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que vale todo. Un poco tarde para enfadarse.

Expoliadores impunes

Hoy mi pueblo, Santurtzi, vuelve a movilizarse contra una injusticia. Como ya hicieran nuestras vecinas y nuestros vecinos de Portugalete para recuperar la casa de Vitori de sus usurpadores, los habitantes de la villa marinera —¡y quien quiera sumarse desde donde sea!— estamos convocados frente a otra vivienda que en el eufemismo de los medios llamamos ocupada o, si nos ponemos todavía más estupendos, okupada, con k megamolona. Menos mal que a estas alturas del tercer milenio, llevamos las suficientes caídas de guindos coleccionadas para saber que hablamos, sin menos y sin más, de un domicilio particular tomado al asalto por unas personas a las que ni siquiera puedo nombrar como presuntos delincuentes.

De hecho, la broma macabra empieza ahí. La ley está de su parte. Contra todo lo que nos enseñan, son los propietarios del inmueble los que tienen que demostrar que lo son y/o que los expoliadores no son víctimas de un perverso casero que les quiere poner de patitas en la calle por capricho o por codicia. Si, como yo, les preguntan a sus jurisconsultos de cabecera, les dirán sin arrugarse la toga que se trata de la más elemental de las garantías constitucionales. Acto seguido, señalarán a los legisladores como responsables del inconveniente menor que resulta que arramplen con tu casa y afearán a la inculta plebe por desconocer los rudimentos básicos del Derecho. La autoridad nominalmente competente se llamará andanas, no sea que la beatífica progritud saque a paseo la demagogia tramposa y ventajista. Y al final solo queda la presión popular, con el inconmensurable peligro de que la cuestión se vaya de las manos.