Ya no recuerdo si fue en esta campaña, en la otra, o en el interregno entre ambas, cuando la alegre muchachada lila sacó a paseo a sus abuelitos y abuelitas. Ese corral de La Pacheca a lo bestia llamado Twitter se llenó de tiernas fotos de mozalbetes de entre 16 y 50 tacos exhibiendo impúdicamente a sus adorados yayos. En un desafío a las matemáticas, la inteligencia y el conocimiento de la historia reciente de nivel medio, todos los entrañables veteranos eran glosados sin excepción como pertinaces luchadores antifranquistas y el copón de la baraja de la resistencia a los poderosos de cualquier signo. Se llegaba a preguntar uno cómo el malvado sistema no había caído hacía cinco o seis decenios.
Qué contraste, ese derroche de empalagoso almíbar hacia los decanos con la obscena descarga de bilis contra las personas mayores a la que nos toca asistir cada vez que unas elecciones o un referéndum no salen al gusto del chachidemócrata estándar. Se vio en el no escocés, en el dichoso Brexit del jueves pasado, y como resumen y corolario, en las elecciones del domingo. El inesperado atracón de votos del PP, el fracaso del anunciado sorpaso al PSOE y, sobre todo, la pérdida de un millón largo de papeletas de Unidos Podemos desencadenó un torrente de furia desatada. “Hay que eliminar las pensiones, a ver si los viejos la van cascando”, escupía uno. ”Qué ganas de que pasen 20 años y se mueran los putos viejos que votan al PP”, se engorilaba otro. Y como esas, decenas y decenas de aberrantes invectivas. Patanes anónimos, dirán. Cierto, pero no crean que ni uno solo de los conocidos salió a afearles la conducta.