Nada por aquí, nada por allá… et voilá! ¡El gran prestidigitador Pedro Sánchez saca de su chistera sin fondo nada menos que 370 medidas para aplicar —implementar, gusta decir ahora— si algún decenio de estos deja de estar en funciones! Si el pomposo anuncio viniera inspirado por algo diferente a la pirotecnia desvergonzadamente preelectoral, cabría ponderar con la seriedad debida lo bueno de algunas de las propuestas, incluso obviando la cobardía de pasar de puntillas por cuestiones nucleares como la territorial. Pero como ya hemos renovado un porrón de veces el carné de identidad y hace tiempo que perdimos el vicio de chuparnos el dedo, no se nos escapa que todos esos castillos en el aire no son más que un puñado de giliprogreces.
Casi cada una merecería un comentario de texto, pero me van a permitir que me centre en la que en mi humilde opinión, es perfecto resumen y corolario del resto. Item más, me temo que es el retrato a escala del femimachismo que nos asola. Hablo de la promesa de hacer que el primer curso de las carreras técnico-científicas sea gratuito para las mujeres, supuestamente para combatir la actual escasa presencia femenina en esas titulaciones.
Aquí es donde le cedo la palabra a la reconocida química y divulgadora Deborah García Bello, que, de saque, hablaba de una medida “condescendiente, paternalista, sexista, machista e injusta”. Y después de una retahíla de collejas extraordinariamente repartidas, remataba: “No quiero que me digan qué debo estudiar. No quiero que me digan qué es lo mejor para mí, como si por ser mujer no lo supiese. Quiero que me dejen ejercer mi libertad”. Amén.