Gernika: no olvidar

84 años del horror de Gernika. Todavía ayer, día del aniversario, tuve que leer a un imbécil con la matraca de que la culpa fue del deficiente servicio de bomberos del Gobierno vasco de la época. Y a otro que deslizaba que era mucha casualidad que hubieran quedado en pie la Casa de Juntas y las fábricas de armas. Por no mencionar al zascandil con título de historiador que se montaba un ejercicio de onanismo mental sobre no sé qué del cuadro de Picasso y los malvados nacionalistas.

No están los tiempos para entregarse al lujo del olvido. Si frecuentan estas líneas, saben que no soy dado a las exageraciones ni a los toques a rebato. Ni por asomo temo una reedición de la guerra incivil, pero tengo ojos en la cara y un par de orejas a los lados. Veo y escucho a un puñado de hijos de Satanás que tienen como sueño húmedo la vuelta a las andadas. Unos, para volver a ganar y otros, mucho me temo, porque tienen las tragedias ajenas como inspiración para sus tuits heroicos y grandilocuentes. Siempre a cubierto y libres de sus consecuencias, faltaría más.

En nombre de las víctimas de ese día, de los previos y de los posteriores —más de cuarenta años duró la represión franquista—, debemos conjurarnos para mantener viva la memoria de lo que ocurrió aquel infausto lunes de mercado en la villa foral.

Desmemoriados vocacionales

Con toda la razón del mundo, llevamos agarrados dos o tres cabreos siderales con el ministro Grande-Marlaska y sus ganas de echar pelillos a la mar en el caso de Mikel Zabalza. Que bueno, que sí, que qué pena, pero que en un Estado de Derecho hay que confiar en las instituciones y no buscar el rédito político de unos hechos desgraciados, viene a decir el juez en excedencia para encorajinarnos más. No es muy diferente de la respuesta de manual del PP cuando se le pide que reprueben los crímenes del franquismo y el postfranquismo, da igual los paseíllos con empujón a fosa común que los asesinatos del 3 de marzo en Gasteiz. Inevitablemente, la reacción es torcer el morro y acusar a quien le insta a algo tan básico de guerracivilismo, de negarse a cerrar heridas y, cómo no, de búsqueda de rédito político.

Y miren por dónde, que exactamente ese es el comodín que emplea EH Bildu para anunciar que votará en contra de las mociones que PNV y PSE presentarán en los ayuntamientos vascos para pedir que se evite recibir como héroes a asesinos o cómplices de asesinatos. Que esa es la agenda de Vox y del PP, sostienen quienes ya nos dijeron que matar estaba bien o mal según el relato. Félix González, sustituto de Miren Larrion en el ayuntamiento de Gasteiz se estrenará mañana defendiendo eso. Curioso.

De Barrionuevo a Marlaska

Tengo edad para recordar aquella heladora frase del ministro de Interior José Barrionuevo a las preguntas del diputado del PNV Marcos Vizcaya sobre el paradero de Mikel Zabalza. “Aparecerá o será encontrado”, espetó el que, andando el tiempo, acabaría en la cárcel de Guadalajara por haber ordenado el secuestro de Segundo Marey. Como bien sabemos, y ahora tenemos certificado por las estremecedoras grabaciones de los infames Perote y Gómez Nieto, efectivamente, Zabalza apareció en el Bidasoa. Lo habían arrojado después de que a sus torturadores se les fuera la mano. Palabras literales.

35 años después, el que ocupa el cargo de Barrionuevo en un gobierno también con un presidente del PSOE, Fernando Grande-Marlaska, pareció ayer un digno —o sea, indigno— remedo de su antecesor. Ante la pregunta del senador jeltzale Imanol Landa sobre lo que haría su Ejecutivo para esclarecer el asesinato de Zabalza tras la revelación de la espeluznante conversación, el juez al que Europa ha sacado los colores seis veces por mirar hacia otro lado en casos de tortura, volvió a despejar a córner. “Ese asunto tendrá que ser valorado por el Poder Judicial, que es quien lleva, sustenta y dirige la investigación”, fue su bochornosa a la par que ilustrativa respuesta. Los ministros de la porra son, en esencia, iguales.

3 de marzo, 45 años

Sin desdeñar ninguno, de los aniversarios que se nos han venido y se nos vienen encima estos días, me quedo con el de hoy. 45 años de la matanza de Gasteiz. Por fortuna, a diferencia de muchísimos otros casos, esta vez sí se ha conseguido mantener vivo el recuerdo de lo que el propio patrullero que hablaba por radio con sus jefes calificó como masacre. Desde el primer minuto, prácticamente desde el conmovedor e indescriptible funeral por los cinco asesinados, los supervivientes, las familias, el movimiento obrero, la mayoría de los partidos políticos y una parte no pequeña de los vecinos de la capital alavesa se conjuraron contra el olvido. Y con los años entrarían también las instituciones, aunque no todas: las gobernadas por el PP siempre evitaron no ya la condena, sino una mínima reprobación.

Esa cerrilidad con aroma culpable no ha impedido, como digo, que en Gasteiz —y diría que en cualquier lugar del Estado— se tenga una conciencia muy nítida de la injusticia todavía sin reparar que cometieron hace tres decenios y medio personas cuya responsabilidad tampoco ha sido señalada por los órganos supuestamente competentes. Ese debería ser el siguiente paso. Sin ánimo de venganza, y aunque ni siquiera acarree consecuencias penales, es necesario que quede claro quiénes fueron los culpables.

¿Salvar qué democracia?

A cuenta de los cuatro decenios del 23-F, llevamos varios días echándonos las manos a la cabeza porque los jóvenes —ojo, que hablamos de los que tienen de cuarenta para abajo— no saben quiénes fueron el golpista Tejero, el héroe tardío Adolfo Suárez y no digamos ya el (como poco) oscuro Santiago Carrillo. Y sí, no digo yo que no vendría bien una gotita de barniz cultural para desasnar a las nuevas y no tan nuevas generaciones que pasan un kilo y pico de la sacrosanta y falsaria Transición española. Tanto o más me duele, fíjense ustedes, que a los de treinta y casi cincuenta tacos les resulten desconocidos los nombres de José Barrionuevo, José Luis Corcuera, Rafael Vera, José Amedo Fouce o del reciente finado por coronavirus que atendía por Enrique Rodríguez Galindo, conde Drácula de Intxaurrondo.

Claro que lo que verdaderamente me hiere es la desmemoria respecto a las víctimas de los recién citados. Hablo de Mikel Zabalza, muerto en el potro de tortura benemérito, o de Joxi Zabala y Joxean Lasa, que además de haber corrido el mismo infortunio que el anterior, tuvieron que cavar su propia tumba, como acabamos de saber. O de Joxe Arregi, también asesinado a manos de sus torturadores apenas diez días antes de que el hoy celebrado rey emérito salvara lo que aún tienen el cuajo de llamar democracia.

23-F, operación limpieza

En medio de mis cambios personales y profesionales, prácticamente se me ha venido encima otro aniversario del 23-F. ¿Otro? En realidad, uno con los toques particulares que marcan las efemérides redondas. Oigan, que son ya 40 años, y seguimos en la inopia más absoluta de lo que pasó antes, durante y después de las chuscas imágenes del bigotón del tricornio pistola en mano en el Congreso de los Diputados. Diría, incluso, que con el transcurso de estos cuatro decenios hemos ido avanzando en el desconocimiento de los hechos a base de mezclar intentos serios de documentación con las más peregrinas teorías de la conspiración. Claro que lo peor es que a quienes tienen menos años que los sucesos todo aquello les importa una higa. Supongo que esa era y sigue siendo la idea: mejor correr un tupido velo.

No les niego, en todo caso, que del presente aniversario sí me está resultando golosamente llamativo el intento indisimulado de aprovechar el viaje para quitarle emérito el manto de roña que se le ha ido pegando al trascender sus pufos diversos. Allá al fondo a la derecha, pero también un poco más acá, hacia el tibio centro-izquierda, comienza a venderse la especie de que hay que ser indulgente con los mangoneos del turista de Abu Dabi porque hace 40 años salvó la democracia española. Esperemos que no cuele.

(Otro) Día de la Memoria

El día de la Memoria es cada vez más el día de la marmota. A tal punto, que según he anotado la frase anterior, he tenido la impresión de haberla escrito antes. Y aun así, pese a esa sensación de estar girando en un bucle infinito, sigue resultando conveniente dejar que el calendario nos obligue a hacer un alto en el camino, aunque sea de trámite, para mirar atrás con la menor cantidad de ira que nos sea posible. En este sentido, debo reconocer que yo todavía no he sido capaz de desprenderme de unas cuantas garrafas de bilis hirviente, no tanto por lo que pasó, sino por el descaro con que se le quita hierro, se niega, se justifica o, directamente, se glorifica.

Me hace gracia, por lo demás, que la conmemoración llegue en medio de una especie de borrachera de productos audiovisuales sobre el asunto. Se diría que los años del plomo se han convertido, como pasó (y pasa todavía) con la guerra civil, en materia para un entretenimiento con pedigrí o la captación de audiencias. No me quejaré por ello. Pienso sinceramente que se han hecho películas de ficción, series y documentales muy interesantes, aunque cada título tienda a enseñar la patita de un modo más o menos grosero. Gajes, supongo, de la dichosa batalla del relato que, como ya sabemos, nos seguirá acompañando por los siglos de los siglos.