Reparto de culpas

Las ocho semanas de campaña que nos quedan hasta el bis electoral van a girar monotemáticamente sobre una cuestión: quién ha tenido la culpa. De hecho, llevamos en estas desde que empezaron las presuntas negociaciones. Ahora ya sabemos que en esas mesas de ping-pong dialéctico lo fundamental nunca fue el acuerdo, sino la construcción de una mandanga retórica que permitiera endiñar al otro la responsabilidad del fiasco. Y a la vista de que esa esgrima va a determinar el resultado del 10 de noviembre, procede preguntarse del modo más desapasionado posible si cabe hacer una clasificación general de la culpa atendiendo a las actitudes acreditadas desde que se contaron los votos de las últimas generales.

La primera en la frente: no parece haber lugar para una respuesta objetiva. Como vemos, esto va de filias y fobias, de simpatías y antipatías. Cualquiera cercano al PSOE apuntará a Unidas Podemos como causante del desastre y, en simétrica correspondencia, los partidarios de Iglesias se lo atribuirán a Sánchez. Luego están los no alineados (aunque sí una gotita esquinados) que, tirando de manual, pontificarán que la responsabilidad mayor siempre recae en el líder de la fuerza más votada. Sin negarlo, y sin dejar de ver también que en estos meses Pedro Sánchez ha batido récords siderales de soberbia y humillación hacia los morados, no hay que ser ajenos a otra evidencia palmaria: Iglesias se lo ha puesto a huevo de principio a fin. Tan de Juego de Tronos que es, no ha olido el problemón en que habría metido a su antagonista con un simple apoyo gratuito. O no ha querido hacerlo. Esa culpa, nada pequeña, es suya.

Game Over

Ya lo dijo aquel filósofo cañí que daba matarile a los toros que le ponían por delante: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Nótese que en el caso que nos ocupa, la imposibilidad no radica en el hecho en sí sino en quienes debían ejecutarlo. Había un congo de formas de evitar las elecciones que se nos vienen encima el 10 de noviembre, pero la maldición divina disfrazada de signo de los tiempos (o viceversa) ha querido que el asunto estuviera en manos de cuatro mastuerzos ególatras metidos a estadistas de chicha y nabo. Con suerte, entre todos juntarían masa gris para regir los destinos de la cofradía de las albóndigas de Alpedrete.

Vaya tropa, diría el chorizo ilustrado Romanones. Pena, penita, pena que ninguno vaya a emular a Don Estanislao Figueras, aquel presidente de la primera República española que espetó a sus compañeros de gabinete: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”, antes de coger un tren a París. Descuiden, que esta recua de ineptos ventajistas —de acuerdo, unos más que otros, pero todos por un estilo— tendrán el cuajo de encabezar las listas de sus respectivas formaciones, donde sus acólitos y palmeros todavía les reirán la gracia. Y aquí es donde la responsabilidad se traslada a los fulanos que seguirán haciéndoles la claque… y a las ciudadanas y los ciudadanos que les votarán dentro de menos de dos meses. Qué rabia, no poder decir que con su pan se lo coman porque su decisión nos alcanzará querámoslo o no. El único consuelo es pensar que en estos lares podremos optar por siglas que sí han sabido estar a la altura.

Y dos huevos duros

Al humo de las velas, Napoleoncito Rivera sale de su modorrón postelectoral y propone lo que anteayer mismo juraba que no haría jamás de lo jamases: una abstención a cambio de que Pedro Sánchez le chupe la punta de los mocasines. Dice el figurín figurón que le bastan como condiciones, de menor a mayor, una bajada de impuestos, el compromiso de no indultar a los malotes del Procés y, como guinda, que Sánchez ordene a Chivite romper el gobierno de coalición de Navarra y entregarle la vara de mando a Navarra Suma. Y dos huevos duros, quedaría por redondear la carta a Olentzero (perdón, a los Reyes Magos) del cuervo amamantado por el ahora parece que un tanto arrepentido Ibex 35.

Hasta el menos ducho en análisis políticos es capaz de ver que esta postrera aparición del jefecillo de Ciudadanos no tiene más objetivo que sacudirse las culpas de la repetición electoral que todo quisque damos por hecha. A los naranjitos les canta el sobaco a UPyD que es un primor, y temen que una vuelta a las urnas les divida por equis la representación actual. Qué menos que intentar disimular a ver si cuela y se evita la sangría augurada en las encuestas publicadas e inéditas.

Con todo, y a horas de que sepamos si volvemos a votar en noviembre, confieso que no me atrevo a asegurar que este numerito de Rivera vaya quedarse en petardo bufado. De momento, y aunque sea a cambio de cuestiones no cumplibles, pone en el centro del tablero la posibilidad de una abstención que se descartaba. Eso, sin contar que la sola propuesta podría hacer que a Unidas Podemos le entrara el tembleque y se aviniera a investir a Sánchez por la jeró. Veremos.

Femimachismo

Nada por aquí, nada por allá… et voilá! ¡El gran prestidigitador Pedro Sánchez saca de su chistera sin fondo nada menos que 370 medidas para aplicar —implementar, gusta decir ahora— si algún decenio de estos deja de estar en funciones! Si el pomposo anuncio viniera inspirado por algo diferente a la pirotecnia desvergonzadamente preelectoral, cabría ponderar con la seriedad debida lo bueno de algunas de las propuestas, incluso obviando la cobardía de pasar de puntillas por cuestiones nucleares como la territorial. Pero como ya hemos renovado un porrón de veces el carné de identidad y hace tiempo que perdimos el vicio de chuparnos el dedo, no se nos escapa que todos esos castillos en el aire no son más que un puñado de giliprogreces.

Casi cada una merecería un comentario de texto, pero me van a permitir que me centre en la que en mi humilde opinión, es perfecto resumen y corolario del resto. Item más, me temo que es el retrato a escala del femimachismo que nos asola. Hablo de la promesa de hacer que el primer curso de las carreras técnico-científicas sea gratuito para las mujeres, supuestamente para combatir la actual escasa presencia femenina en esas titulaciones.

Aquí es donde le cedo la palabra a la reconocida química y divulgadora Deborah García Bello, que, de saque, hablaba de una medida “condescendiente, paternalista, sexista, machista e injusta”. Y después de una retahíla de collejas extraordinariamente repartidas, remataba: “No quiero que me digan qué debo estudiar. No quiero que me digan qué es lo mejor para mí, como si por ser mujer no lo supiese. Quiero que me dejen ejercer mi libertad”. Amén.

Todo sigue igual

Eché la persiana a esta columna unos días antes de la investidura fallida de Pedro Sánchez. Vuelvo al tajo, como ven, a las puertas de la nueva y definitiva intentona. ¿Qué ha sucedido digno de mención entre ambos momentos? Absolutamente nada. Los actores principales del psicodrama se han dedicado al mareo sistemático de la perdiz y, sobre todo, al señalamiento recíproco del antagonista como culpable de una más que posible repetición electoral.

Realmente, eso ha sido lo único coherente del discurso de PSOE y Unidas Podemos en estas seis semanas de estío políticamente estéril, la fijación en que la hastiada ciudadanía se cabreara con el adversario y le hiciera pagar la vuelta a las urnas. El resto de los mensajes de unos y otros han ido variando de un rato al siguiente en una sucesión infinita de contradicciones. Así, desde Ferraz/Moncloa o Moncloa/Ferraz, que tanto monta, la incansable Carmen Calvo tan pronto descartaba el acuerdo de septiembre como lo daba por casi hecho. En contrapartida, desde Galapagar, Pablo Iglesias aseguraba tajantemente que no pensaba ceder ni un milímetro justo antes de proclamar que aceptaría la propuesta de julio con los ojos cerrados.

Desconozco cómo acabará el folletón. Hace ya mucho tiempo que la política española no cabe en los análisis más o menos racionales. Responde más bien al caos, al azar, al interés de cada minuto o al puro capricho de personas que andan justas de escrúpulos y no tienen el menor empacho en hacer gala de ello. Es todo lo que soy capaz de sacar en limpio de esta inconmensurable tomadura de pelo de la que venimos siendo objeto desde hace medio año largo.

¿Con Iglesias no?

Es de sobra conocido que no soy, ni remotamente, el presidente del club de fans de Pablo Iglesias Turrión. Sin embargo, mi exigua simpatía por el personaje no me impide ver que el trato que le está dispensando Pedro Sánchez en los últimos capítulos del enredo negociador entra de lleno en el terreno de la humillación. “El principal escollo para que haya acuerdo con Podemos es la presencia de Iglesias en el Gobierno”, llegó a soltar ayer el presidente interino ante el confesor catódico Ferreras. Mi ya larga memoria en cuestión de cocina de pactos no tiene registrado nada ni parecido en materia de desprecios a la formación con la que se pretende alcanzar un mínimo entendimiento. Con aliados así, quién necesita enemigos.

No niego, como me hacía ver mi admirado Alberto Moyano, que es compresible que Sánchez albergue recelos respecto a un tipo que ha demostrado largamente su capacidad para liar pajarracas del quince. Eso, por no hablar de su querencia por los numeritos, la pirotecnia verbal o las maniobras orquestales en la oscuridad. Un peligro, sí, pero también un mal inevitable si de verdad se quiere llegar a algo con la fuerza que hoy por hoy supone el intento aritmético más viable para lograr la investidura, siempre teniendo en cuenta que todavía faltan apoyos. Y ocurre que el líder de esa fuerza es Iglesias, y que en calidad de tal, tiene todo el derecho del mundo a reclamar su presencia en un gobierno de coalición. Puede, como digo, que al socio mayoritario —el PSOE— no le guste, pero no se entiende el veto, y menos, acompañado de una descalificación pública… salvo que la intención sea dinamitar el pacto.

Que las convoquen ya

Aquí les vengo, al borde de la extenuación prevacacional, malsujetando la bandera blanca con una mano y mis tripas con la otra. Les anuncio mi rendición total sin condiciones. Me uno al enemigo con el que no puedo, y desde este instante me declaro partidario de la repetición electoral. De hecho, si por mi fuera, y en evitación de sufrimientos mayores, hasta prescindiría de la milonga de la investidura. Que pongan fecha y se dejen de sobetearnos la entrepierna con sus sobreactuados lanzamientos mutuos de trastos de porexpan a la cabeza. Como decía mi abuela, el que más pueda, capador.

Total, ¿qué puede pasar aparte de seguir otros tres meses y pico con todo manga por hombro? Personalmente, lo que más me despiporraría sería que quedasen las cosas tal cual están ahora. Sabrá Iván Redondo las cuentas que se ha hecho, pero no es descabellado pensar que, escaño arriba o abajo, resultara que los dos que no son capaces de consumar ahora la coyunda se siguieran necesitando para conseguir algo parecido a la mayoría que tampoco sería absoluta..

Y esa es la mejor alternativa. A partir de ahí, cabe temer que tras un nuevo paso por las urnas, a Ciudadanos se le curen los remilgos y, como quiere el Señor (o sea, el Ibex 35), los naranjas saquen del cajón el pacto con Sánchez de febrero de 2016. Claro que tampoco es descartable —¡al contrario!— la opción España Suma, haciendo realidad su nombre porque los votantes de izquierdas tienden a enfadarse y no respirar a la mínima contrariedad, mientras que los de derechas prefieren mostrar su cabreo a golpe de papeleta. Conste que todo esto lo escribo solo para que no ocurra. Ojalá.