Nada cambia (parece)

¡Y después de día y medio de pressing catch parlamentario, el ganador es…! El que cada cual tenía en mente mucho antes de que los contendientes subieran al cuadrilátero de las Cortes. He ahí la primera enseñanza de la tercera moción de censura desde que justo hoy hace 40 años se volvió a la más o menos sana costumbre de votar. La iniciativa no parece haber cambiado nada ni a favor ni en contra. Las opiniones están donde estaban. Iba decir “exactamente donde estaban”, pero ni eso. Siguiendo los usos habituales, las posturas se han cerrilizado un par de grados. Los de Pablo son más de Pablo. Los de Mariano, más de Mariano. Y los otros, entre los que me incluyo, somos más de tener la sensación de inmensa pérdida de tiempo y de haber asistido a un show a mayor gloria del que se proponía como candidato alternativo sabiendo que no le daban los números ni por casualidad. A todos se nos ha cumplido la autoprofecía.

Claro que si hay que ser sincero, habrá que reconocer que el espectáculo estuvo orlado de una docena de destellos. Por lo que nos toca más de cerca, y para que vean lo ecléctico o lo bienqueda que soy, me gustaron mucho las intervenciones de Marian Beitialarrangoitia y Aitor Esteban, defendiendo el sí condicionadísimo en el primer caso y la abstención porque no hay más bemoles en el segundo. En el lado opuesto, el vocero por turno de UPN, Iñigo Alli, traspasó los límites de lo patético rebozando su “no” sumiso con las habituales alusiones a ETA y los pérfidos vascones que en su comunidad les han quitado el juguete de gobernar. Y luego, sí, el señor ese del PSOE tan encantado de conocerse.

Foco y alcachofa

Pasen y vean. La política convertida en espectáculo por los mismos que dijeron venir a recuperar su digno nombre. ¿Hace una moción de censura, Don Camilo? ¡Venga! Y desde el anuncio hasta hoy, en que la gachupinada toma cuerpo en el Congreso de los Diputados, semanas de cháchara sin más objeto que acumular minutos de foco y alcachofa. Qué inmensa excusatio non petita, cuando tienes que montar quintales de actos en cada esquina para explicar lo que sabes inexplicable. Incluso el gurú en cap tiene asumido que el destino del birlibirloque es un rechazo como la copa de un pino.

¿Y entonces? Pues verán ustedes el tal entonces convertido en parrapla desde el atril. Apuesto y creo que gano, que esta vez no habrá lugar para los chistes de cinco duros. Saldrá con cara de vinagre el cid vallecano a cantarle las cuarenta al baldragas de Moncloa. Le pondrá a bajar de una manada de burros con su incisivo piquito de oro. Y al otro, plim, puesto que duerme en el Pikolín de la aritmética parlamentaria. En el caso que nos ocupa, con tal holgura, que no le va a hacer falta negociar nada con nadie. El fuego fatuo se desvanecerá por sí mismo, y en cuanto los números canten, a otra cosa, mariposa.

¿Que Mariano Rajoy y su partido corrupto no puede estar ni un minuto más en el gobierno? Puede ser, aunque es difícil pasar por alto que no ha transcurrido ni un año desde las últimas elecciones en que bailó al partido que ahora le sitúa en la picota. Por no mentar, y ahí sí que escuece, que apenas tres meses antes de esos comicios, Podemos pudo haber mandado al banquillo a Rajoy… apoyando la investidura de Pedro Sánchez.

Despatarre

menssEs el último grito en materia de pijerío reivindicador, bautizado, cómo no, con un palabro en perfecto inglés. Bueno, ni eso. Porque salvo que venga algún erudito a sacarme los colores, tiene toda la pinta de que el vocablo en cuestión es un invento de anteayer. Manspreading es el cuqui nombre de la cosa, construido provocando una cópula sin lubricante de los términos Man (hombre) y Spreading (expansión). O sea, que el engendro léxico viene a significar expansión o explayamiento masculino. Lo podemos dejar, para que se comprenda fuera del círculo de los que mean colonia, en desparrame o, quizá de modo más gráfico, en despatarre.

Pero ojo, que esto entra en el examen de chachipirulismo: solo en el caso de que lo practique un hombre. Miren por dónde, no hay denominación equivalente para aquella circunstancia en que sea una mujer quien manifieste su mala educación esparciendo su mismidad hasta arrinconar al prójimo. Y sí, soy capaz de hacerme cargo de la connotación machista que suele (o puede) acompañar a la actitud cuando incurre en ella un varón y la sufre una mujer. Sin embargo, no acabo de ver la procedencia de la generalización, salvo, que sea para marcarse una más de postureo progresí. ¿A qué viene, por ejemplo, que el ente que gestiona el transporte público en Madrid ponga en los autobuses pegatinas para denunciar la conducta discriminatoria e incívica? ¿No es más fácil aplicar las ordenanzas que la sancionan? Por lo demás, qué risas las mil y una fotos que circulan de los hombrecitos de la cúpula de Podemos practicando Manspreading sobre sus compañeras. ¡Ellos, que encabezan la pancarta!

Democracia según Alba

Como sé que andan ayunos de conocimiento sobre lo que es la democracia verdadera, dejo que la gran chef de la política con dos estrellas pabletín y artista del trapecio intelectual, Nagua Alba, les sacie de un solo golpe de cuchara. En una entrevista en El Correo y Diario Vasco le recordaban a la secretaria general de Podemos en la CAV y diputada en Madrid que su formación no tiene el respaldo suficiente para que prospere la [grotesca] moción de censura contra Mariano Rajoy. Conociendo el paño, mayormente porque llevo semanas haciendo la misma [inútil] apostilla a varios portavoces de la cosa morada, me esperaba una de las peteneras de rigor. Que si ya se verá, que si se trata solo de que los partidos se mojen, empezando por el PSOE recuperado de Pedro Sánchez, que si también decían eso de la Felipe contra Suárez y luego pasó lo que pasó… Y sí, casi toda la retahíla vino después, pero como aperitivo, Alba dejó para las antologías lo que sigue: “El problema está en que la mayoría parlamentaria no refleja lo que es la mayoría social, la mayoría real”.

Podrá cada cual hacer su comentario de texto, pero incluso las interpretaciones más benévolas tendrán que concluir que, dado que la gente no tiene ni pajolera idea de votar, la representación social es la que se le pone a ella en la punta de la nariz, y al que no le guste, que le eche azúcar. Es difícil escoger si despatarrarse de la risa, llorar un océano o empezar a ciscarse en lo más barrido. Sin desdeñar ninguna de las opciones, apuesto por tomar tal demostración de descaro como un preciso retrato ideológico de quien la ha aventado y de su partido.

Virgen con medalla

Somos laicos, pero solo a ratos. Mayormente, a la hora de los discursos y las proclamas. Pero en cuanto bajamos la guardia, a san Fermín venimos por ser nuestro patrón. O, como ha pasado en Cádiz, a la Virgen del Rosario, que acaba de ser condecorada con la Medalla de Oro —así, con mayúsculas—de la ciudad gobernada por Podemos. ¿Pe, pe, pero…? Sí, la concesión del honor a la protectora de la Tacita de Plata ha salido adelante gracias al respaldo de los munícipes de la cosa morada, empezando por su singular alcalde, el que atiende antes al alias Kichi que a su nombre de, ejem, pila bautismal, José María González.

¿Y qué hacemos, nos escandalizamos? Por lo que a este juntaletras respecta, ni media. Prefiero ejercitar los músculos faciales sonriendo hacia dentro, no tanto por la noticia en sí, que ya les digo que me la trae al pairo, como por las reacciones que está provocando. De miccionar y no echar gota, las justificaciones de los más aguerridos legionarios pableristas, que han salido en tromba a hostiar a los que, por motivos que no parecen difíciles de entender, han recordado al exministro que imponía distinciones a otras versiones de la madre de Cristo.

¡No es los mismo lo de Kichi que lo de Fernández Díaz!, braman los tuiteros de Corps, incurriendo en una excusatio non petita del tamaño de la Bahía de Cádiz. Luego están las buenas gentes del “Yo, personalmente, no lo habría hecho, pero…”, sudando tinta china en la defensa de lo que saben indefendible. Claro que aun resultan más divertidos los requeteortodoxos que sulfuran por lo que barruntan claudicación de su camarada alcalde. Más palomitas.

Tocar las mociones

Algo sí hemos avanzado. Esta vez Iglesias Turrión no se presentó con la lista completa y cerrada de los ministerios que se pide. Ni siquiera dijo que el obligatorio candidato alternativo debía tener coleta, perilla y una pareja que, en el mejor estilo de los croqueteros que se cuelan a las bodas, se autoinvita a las tertulias de emisoras privadas. Lástima que de nuevo se olvidara un paso que se antoja fundamental cuando alguien va a presentar una iniciativa que incluye a otros y requiere impepinablemente de su concurso, se trate de salir de cañas o, como es el caso, presentar una moción de censura.

Efectivamente, al erigido en martillo pilón de corruptos se le olvidó consultar con sus necesarios socios qué les parecía la idea de juntarse para tumbar el gobierno del Tancredo pontevedrés. Casi parece un chiste que el método elegido por el cid regenerador vallecano para comunicar la ocurrencia a sus pretendidos socios haya sido mandarles un SMS. Sí, como el de Rajoy a Bárcenas o, más recientemente, el de Catalá a Ignacio González. Enorme desparpajo del mengano, broma interna dentro de la guasa principal, que es el anuncio posturero de la moción.

Posturero y tramposo. Salvo el todavía nutrido grupo de palmeros acríticos, cualquiera con los conocimientos básicos de los usos políticos es capaz de ver el trile. Esto no va de echar a los malvados peperos del banco azul, sino de marcar paquete salvapatrias, mantenerse bajo el foco y poner en un presunto brete al resto de los partidos para poder culparles después del fracaso anunciado. Exactamente igual que hace un año. Y en esta ocasión tampoco colará.

Piel de periodista

¡Vaya! Se oye comentar que los de Podemos no tratan muy bien a algunos de mis congéneres de la especie plumífera. La que se ha liado, de hecho, con la denuncia de la asociación gremial en la capital del reino, por buen nombre, Asociación de la Prensa de Madrid. ¿Cuánto habrá de verdad en la acusación sin nombres, piedra lanzada de mano inmediatamente escondida? Seguro que algo, no les voy a decir que no. Ya hemos visto a Iglesias Turrión y alguno de sus subalternos en plan matoncete o, según el café de esa mañana, perdonavidas con algún osado cronista que no ha bajado la testuz ante el sagrado manto morado. También sabemos, y en ese caso hasta por experiencia propia, lo cansinos que pueden ser los incontables troles —profesionales y/o voluntarios— al servicio de la formación.

¿Y es grave, doctor? Decididamente, no. Para los usos y costumbres de este oficio de tinieblas, lo anteriormente descrito se queda en incomodidad o en los tan mentados gajes, palabra que en origen significa, por cierto, sobresueldo. Es decir, que quizá proceda una queja o un par de cagüentales, pero no hay motivo para montar un campañón del carajo. Y menos, para que venga el egregio novio de Isabel Preysler a meter a ETA por medio. No soy en absoluto partidario de esa visión de los periodistas como héroes o mártires por obligación. Necesitamos comer exactamente igual que los sexadores de pollos. Sin embargo, sí tengo meridianamente claro que, salvo en el caso de determinados corchos humanos que siempre se dejan llevar por los vientos que toquen, dedicarse a esto implica disgustar mucho a muchos. Cada vez a más, me temo.