Hace unos días, les lloraba aquí mismo las penas de Murcia, o sea, las de la Carrera de San Jerónimo, por los deplorables espectáculos que nos depara, con creciente frecuencia e intensidad, el Congreso de los Diputados de Madrid. O las Cortes, incluyendo esa peculiar cámara que es el Senado, donde lo mismo sestean los viejos elefantes que tratan de hacer su trabajo contra los elementos varios entusiastas de la política que todavía se lo creen. Era el mío un llanto a beneficio de inventario, casi una pataleta impotente, al ver cómo los supuestos representantes de la soberanía popular se han entregado a una competición ya decididamente alocada por hacer el mayor ruido posible para tapar su incapacidad —¿O será su falta de voluntad?— de encontrar soluciones a los problemas de la ciudadanía que los ha colocado ahí.
Por supuesto, la descarga no era de aplicación a la totalidad de los ocupantes de escaño. Ya dejaba caer que había algunos que clamaban en el desierto contra esa impostura desbocada y pedían un cambio de actitud a sus compañeros. Añado aquí y con doble subrayado entre los dignos titulares de acta de diputado al representante canario de Unidos Podemos, Alberto Rodríguez, que en esa misma bronca sesión de la que les hablaba el otro día, tuvo la gallardía de dedicarle unas emotivas palabras a su adversario del PP, Alfonso Candón, que se despedía de la cámara. “Nunca pensé que diría esto en el Congreso, y menos a alguien del Partido Popular. Le vamos a echar de menos. Es usted una buena persona y le pone calidez humana a este sitio”, dijo Rodríguez desde el atril. Un gesto que merece un enorme aplauso.