Tenemos bandas sonoras para elegir. Podríamos tirar por Albert Hammond (“Échame a mí la culpa de lo que pase”), aunque somos más de Def Con Dos (“La culpa de todo la tuvo Yoko Ono”) o de Gabinete Caligari (“La culpa fue del chachachá”). No somos nadie señalando con el dedo, cuando en el caso que nos ocupa, el sexto subidón de contagios, no parece que sea ni justo ni acertado atribuir la responsabilidad a un solo elemento.
Ni siquiera es atinado centrarse en exclusiva en los que insolidariamente no han querido vacunarse, aunque estén documentados como fuente principal del aumento. Son solo una parte de la explicación, a la que no somos ajenos los que sí hemos pasado por los dos (o según casos, tres) pinchacitos. Que tire la primera piedra quien no haya bajado la guardia en la calle, en los bares, en el curro o en casa. Tampoco ganamos nada fustigándonos o, más hipócritamente, afeando la conducta de nuestros congéneres mientras nos damos por absueltos.
Y en cuanto a las autoridades sanitarias de distinto ámbito, desde el local al planetario, ya he escrito aquí mismo que no se libran de su cuota, sobre todo, por haber contribuido a difundir la idea de que habíamos superado la pandemia. Pero hasta ahí. Es de un ventajismo atroz que los partidos de oposición (me da igual dónde) se obstinen en aprovechar que pintan bastos para convertir en pimpampum a los gobiernos de turno. Máxime, si desde el minuto uno de la irrupción del virus, estas formaciones han actuado de doctores Tragacanto de aluvión y han ido pifiando cada uno de sus vaticinios apocalípticos.