Desmemoriados vocacionales

Con toda la razón del mundo, llevamos agarrados dos o tres cabreos siderales con el ministro Grande-Marlaska y sus ganas de echar pelillos a la mar en el caso de Mikel Zabalza. Que bueno, que sí, que qué pena, pero que en un Estado de Derecho hay que confiar en las instituciones y no buscar el rédito político de unos hechos desgraciados, viene a decir el juez en excedencia para encorajinarnos más. No es muy diferente de la respuesta de manual del PP cuando se le pide que reprueben los crímenes del franquismo y el postfranquismo, da igual los paseíllos con empujón a fosa común que los asesinatos del 3 de marzo en Gasteiz. Inevitablemente, la reacción es torcer el morro y acusar a quien le insta a algo tan básico de guerracivilismo, de negarse a cerrar heridas y, cómo no, de búsqueda de rédito político.

Y miren por dónde, que exactamente ese es el comodín que emplea EH Bildu para anunciar que votará en contra de las mociones que PNV y PSE presentarán en los ayuntamientos vascos para pedir que se evite recibir como héroes a asesinos o cómplices de asesinatos. Que esa es la agenda de Vox y del PP, sostienen quienes ya nos dijeron que matar estaba bien o mal según el relato. Félix González, sustituto de Miren Larrion en el ayuntamiento de Gasteiz se estrenará mañana defendiendo eso. Curioso.

Otra pintada miserable

Nuestros fantasmas del pasado son insistentes y persistentes. Unos auténticos pelmazos, en realidad. Y claro, tienen nostálgicos amorales con mucho mando en plaza y cero empatía que les echan pienso ideológico cada dos por tres. Qué hazaña, no sé si de un puñado de cachorros o de una reata de viejas glorias jatorras, la pintada que ayer apareció en el obelisco monumental del puente de Maria Cristina junto al que el pasado 30 de diciembre cayó al Urumea un coche de la Ertzaintza con dos agentes, uno de los cuales no pudo salir del agua. “Urteko salto onena” (“El mejor salto del año”), rezaba el graffiti hecho con esprai negro tirando de plantilla.

Debería ser difícil imaginarse un alma lo suficientemente miserable como para evacuar semejante atrocidad. Por desgracia, conocemos de sobra el paisaje y el paisanaje como para que tal actitud ni siquiera nos sorprenda. Ese tipo de seres despiadados que celebran la muerte de los señalados como enemigos del pueblo con profusión de regüeldos como si tuviera una gracia del copón es una parte no pequeña —tampoco mayoritaria, ojo— de nuestros conciudadanos. Y si se conducen por la vida así es, lisa y llanamente, porque pueden. Al fin y al cabo, no son más que escribas al dictado de lo que proclaman sin el menor atisbo de pudor sus amados líderes políticos.

Lección de Lasa a Portero

Haber sido víctima de la violencia injusta y despiadada de ETA no vacuna contra la miseria moral. Tuvimos la enésima prueba el pasado fin de semana, cuando Daniel Portero, hijo, efectivamente, de una persona asesinada por la banda, vertió quintales de ponzoña contra la viuda de Juan Mari Jauregi, al que también le arrebató la vida la siniestra cofradía del hacha y la serpiente. “[Maixabel] Lasa estaba separada o divorciada cuando asesinaron al que fue su marido. No le tenía el mismo cariño”, vomitó en Twitter el fulano, que para más inri, es representante del PP en la Asamblea de Madrid. Como muestra postrera de cobardía e indecencia, borró la bárbara andanada sin mediar nada remotamente similar a una petición de disculpas.

Lo que vino a continuación pudieron leerlo en este mismo diario. Lasa, imagino que después de contar hasta cien, le regaló a Portero —sin necesidad de nombrarlo— una lección de dignidad que, por demás, se basaba en el catón del sufrimiento. Simplemente, no existe una única manera de ser víctima del terrorismo. De hecho, hay víctimas que escogen libre y voluntariamente no convertirse en profesionales del daño padecido ni vivir a cuenta de su condición. Frente a los monopolistas del dolor con sigla adosada, hay personas que optan por su propio camino. Y eso merece todo el respeto.

Nuestros negacionistas

La pandemia produce extraños compañeros de cama. Ni en mis más profundos delirios habría sido capaz de concebir que el negacionismo gamberro, egoísta y descerebrado se fuera a casar en segundas nupcias con el nacional-jatorrismo que nos llenó las calles de cascotes, incendios y cristales rotos. Pero los hechos repetitivos son tozudos y no dejan lugar a dudas. Mungia, Ondarroa, Donostia, Pasaia, y como corolario, mi propio pueblo, Santurtzi, donde unos botelloneros reincidentes de aluvión encontraron el auxilio de tipos con amplia bibliografía violenta acreditada para evitar que la por ellos motejada como zipaiada acabara con el festejo insalubre.

Una vez más, la anécdota es una categoría. Los campeones mundiales de cantarnos las mañanas con lo que hay que hacer para acabar con el virus se alían con sus propagadores más cerriles porque en realidad son tal para cual o, sin hacer precio de amigo, porque son los mismos. Su negocio consiste en que todo vaya lo peor posible, que ahí hay pesca segura. Lo que no se esperaba es que se sumara al jolgorio la coalición aquí llamada Elkarrekin Podemos, negándose a censurar el comportamiento incívico de los Euskal Kaietanoak (Copyright, Iñaki González) y señalando con su dedo acusador a la Ertzaintza. Cosas, supongo, de la lucha por la hegemonía de la oposición.

Fue injusto y punto

No quise escribir en caliente sobre la aberrante teoría de Maddalen Iriarte según la cual el daño causado por ETA fue injusto o no dependiendo del relato. Lancé, es verdad, un par de tuits al aire, pero para extenderme más, preferí esperar una explicación de semejantes declaraciones a Vocento. Me refiero a algo que fuera más allá del socorrido “El perro me ha comido los deberes”, equivalente en este caso a “Han manipulado mis palabras”, que fue la decepcionante salida de Iriarte. Esa y, de propina, otro comodín de carril: “Mi compromiso con los derechos humanos está fuera de toda duda”. Pues no. Quizá lo estuviera hasta el instante mismo en que pronunció esas palabras, las vio publicadas y no corrió a aclarar que jamás quiso decir lo que apareció en el entrecomillado.

Una rectificación a tiempo es una victoria y en la cuestión de la que hablamos habría evitado la frustración de ver cómo la persona que representa la superación de los viejos tabúes de la izquierda soberanista acaba profiriendo una frase que hiela la sangre en el más rancio y descorazonador estilo de los irreductibles del matarile. ¿De verdad, señora portavoz parlamentaria de EH Bildu, los asesinatos de Brouard o Muguruza fueron justos o injustos en función del relato? Claro que no. Y lo mismo con los de Blanco, Buesa, Jauregi…

(Otro) Día de la Memoria

El día de la Memoria es cada vez más el día de la marmota. A tal punto, que según he anotado la frase anterior, he tenido la impresión de haberla escrito antes. Y aun así, pese a esa sensación de estar girando en un bucle infinito, sigue resultando conveniente dejar que el calendario nos obligue a hacer un alto en el camino, aunque sea de trámite, para mirar atrás con la menor cantidad de ira que nos sea posible. En este sentido, debo reconocer que yo todavía no he sido capaz de desprenderme de unas cuantas garrafas de bilis hirviente, no tanto por lo que pasó, sino por el descaro con que se le quita hierro, se niega, se justifica o, directamente, se glorifica.

Me hace gracia, por lo demás, que la conmemoración llegue en medio de una especie de borrachera de productos audiovisuales sobre el asunto. Se diría que los años del plomo se han convertido, como pasó (y pasa todavía) con la guerra civil, en materia para un entretenimiento con pedigrí o la captación de audiencias. No me quejaré por ello. Pienso sinceramente que se han hecho películas de ficción, series y documentales muy interesantes, aunque cada título tienda a enseñar la patita de un modo más o menos grosero. Gajes, supongo, de la dichosa batalla del relato que, como ya sabemos, nos seguirá acompañando por los siglos de los siglos.

Abusar, violar, matar

Había que superar la milonga de la acetona y no defraudó el gran repentizador que atiende por Arkaitz Rodríguez. Con el pie que le brindaba una pregunta sobre el enésimo guateque a mayor gloria de alguien que había participado en vaya usted a saber cuántos crímenes, el secretario general de Sortu enhebró otra seguidilla para las antologías: “Los presos políticos no son violadores ni pederastas y tienen el respaldo de parte del pueblo”. Hay que tomar aire, contar hasta mil y darse a la gimnasia ayurvédica para no responder con un mecagontodo a la altura. Pero es que ni siquiera merece la pena. Quien no esté definitivamente envenenado de fanatismo ciego encuentra a la primera la réplica: ¿acaso llevarse por delante la vida de seres humanos es menos grave que abusar de menores o que violar?

Lo terrible llega al pensar que uno sabe con absoluta seguridad que, más allá del propio individuo que soltó semejante desatino, unas cuantas decenas de miles de nuestros convecinos creen sin lugar a dudas que determinados asesinatos fueron una minucia que solo nos emperramos en recordar los enemigos de la paz. Lástima, como anoté hace no demasiado, que yo no tenga la intención de comulgar con tal rueda de molino. Pero lástima mayor, albergar la terrible certeza de que ahora mismo formo parte de una minoría.