Y la reforma, sin derogar

En el penúltimo capítulo del culebrón sobre el cruce de zancadillas y bofetadas entre los dos socios del gobierno español, Sánchez ha tenido que convocar a sus dos vicepresidentas enfrentadas a una reunión para templar gaitas. Hay que contar hasta cien para no caer en la tentación de escribir lo que inspira la sola imagen del tal encuentro. Pero como todo va de controlar la batalla comunicativa, en los titulares se ha conseguido colar que PSOE y Podemos han llegado a un acuerdo. ¿Y exactamente para qué? Pues para encontrar el modo de ponerse de acuerdo, he ahí la perogrullada. Más o menos, como cuando en las asambleas de la facultad sometíamos a votación si había que votar.

Resumiendo, que estamos en la enésima patada a seguir. Nada se ha resuelto realmente, salvo que las dos contendientes pueden contar a sus respectivas parroquias que se están saliendo con la suya. Nadia Calviño, porque la negociación de la derogación estará tutelada por representantes socialistas, y Yolanda Díaz, porque será su ministerio el que la liderará. Mientras, ni cenamos ni se muere padre. Sigue vigente la supuestamente perversa reforma laboral que este gobierno ha prometido cien veces echar abajo. Para cuando llegue el momento de la verdad, puesto que una nueva normativa no es algo que se haga de un día para otro, estaremos al final de la legislatura. Y todo, seguramente, por la dañina costumbre de aferrarse a los maximalismos y los eslóganes. Si el compromiso hubiera sido más realista —simplemente anular los aspectos más lesivos—, ahora sería más fácil cumplirlo.

Gobierno de coalición en crisis

Leo por enésima vez que la bronca entre los socios de gobierno en España no da más de sí. Esta, y no las otras mil anteriores, es la remadrísima de todas las batallas. Están a un tris de la ruptura. Tanto, que se ha convocado la comisión de crisis del pacto y en el congreso de Comisiones Obreras, Yolanda Díaz ha sido recibida al grito de “¡Presidenta, presidenta!”. Ella, claro, se ha sentido obligada y ha proclamado que a Marx (¿Karl o Groucho?) pone por testigo de que la reforma laboral de Rajoy se va a derogar, diga la diga la neoliberalota esa de Calviño. Creo que ni merece la pena recordar que la promesa lleva diez reediciones y año y pico de retraso. Y menos mal, porque si no es por los ERTE contemplados en esa malvada legislación, a ver cómo narices se había bandeado el tantarantán de la pandemia.

Y luego está lo de Batet haciendo lo que tenía que hacer porque será muy majo el diputado Rodríguez, pero quién le manda liarse a patadas con un uniformado. Hasta el que reparte los refrescos sabe que si el Supremo hubiera condenado a uno de Vox, todos estaríamos gritando con los ojos fuera de las órbitas que debía abandonar la casa de la soberanía popular. Concluyendo, que menos fingirse víctima de traiciones sin cuento. O dicho en plata, que ya está bien de tanta deslealtad. Si verdaderamente Unidas Podemos siente que está siendo objeto de ultrajes intolerables, la directa es romper el acuerdo con el PSOE de una pajolera vez y asumir el riesgo de retratarse frente a las urnas, donde amén de su propia hostia, quizá propiciaría un gobierno del PP con Vox. ¿Hay los bemoles suficientes para jugársela así? Pues háganlo o dejen de jorobar la marrana.

Hasta nunca, 2020

Me llega el recuerdo difuso de las uvas de hace 366 días. Qué poco imaginábamos entonces que el feliz año que nos deseábamos cándidamente sería una sucesión de pesadillas. Era imposible por aquellas horas creer que podríamos pasar dos meses encerrados en casa prácticamente a cal y canto. O que irían cayendo una detrás de otra las mil y una fiestas que jalonan el calendario. O que se suspenderían las clases en todos los niveles educativos. O que miles de nuestros conciudadanos fueran arrojados al paro o, en el mejor de los caso, a ese barbecho laboral con fecha de caducidad llamado ERTE. Qué contarles de los comercios o las empresas pequeñas y medianas que bajaron la persiana y no volverán a levantarla.

Y todo eso que enumero, amén de lo que dejo sin nombrar, es el mal menor al lado de lo que ustedes y yo estamos pensando. Este es el minuto en el que ni conocemos realmente cuántas vidas se han quedado en el camino. 50.000 rezan las cifras oficiales para el conjunto del Estado, aunque hasta el menos ducho en matemáticas sabe que son bastantes más. Claro que lo más terrorífico llega al pensar que no es ni de lejos un balance cerrado. Nos quedan meses por delante para ver cómo se incrementa. No pretendo amargarles el brindis de esta noche; solo recordarles que 2020 se va pero el virus sigue ahí.

Diario del covid-19 (18)

Por si no tuviéramos bastante con la hemorragia diaria de datos sobre contagios y fallecimientos, ayer nos impactaron como una patada en la boca del estómago los de paro. Tan brutales como desgraciadamente previsibles. Y eso, que ahí no salen las millones de personas —decenas de miles en Euskal Herria— puestas en ese barbecho llamado ERTE, que no en pocas ocasiones solo será una pasarela hacia la tarjeta de desempleo definitiva.

Qué decir de quienes no aparecen ni en una ni en otra lista de damnificados porque ni siquiera gozaban de la condición de trabajadores por cuenta ajena. Pobres parias autónomas y autónomos, a los que no les queda más que bajar la persiana, seguir pagando la cuota y los gastos corrientes y callar. ¡Ay, si encima tienen algún currela a su cargo! Si lo manden a casa serán señalados como despiadados capitalistas explotadores. Y si pretendieran mantener la actividad, aunque fuera al trantrán, se les acusará de poner en peligro lo más importante, que es la vida.

¿La vida? Por descontado, pero versionando a Quintín Cabrera, qué vidas más diferentes, las de quienes están ya o se van a quedar en bolas y las de aquellos que tienen la absoluta certeza de que en ningún caso serán carne ni de paro, ni de ERTE ni de declaración de quiebra. Justamente, los que más lecciones dan.

¡Y lo que nos queda!

Renuevo mis votos para que un día podamos recordar con una sonrisa lo que estamos viviendo. Algo me dice, sin embargo, que nos queda muy lejos esa fecha. Incluso sin dejarse llevar por los trompeteros del apocalipsis que abundan en las cadenas donde el miedo engorda los índices de audiencia, parece claro que está ocurriendo algo que no debemos tomar a la ligera.

Si es preocupante, grave o letal, el tiempo lo irá diciendo. Por el momento, incluso aunque se acabe haciendo torcer el brazo a la amenaza, es evidente que en los últimos días se han producido acontecimientos inusuales que en mayor o menor medida han provocado alteraciones en nuestra vida cotidiana. Fijándonos solo en nuestro entorno, se ha decretado el cierre preventivo de centros educativos, se han clausurado plantas enteras de hospitales, se han dispuesto cuarentenas en residencias de ancianos, hay decenas de profesionales sanitarios en aislamiento, se han cancelado numerosos eventos y en más de una empresa —incluso de mi gremio— se trabaja desde casa. Y todo apunta a que solo estamos en el principio. Me temo que pronto veremos limitaciones de concentraciones populares de todo tipo, desde las reivindicativas a las festivas pasando por las deportivas. Creo que a nadie le extrañaría que la final copera que tanto nos hace suspirar tuviera que jugarse a puerta cerrada o, directamente, fuera suspendida.

Así las cosas, y como el minúsculo átomo de la ciudadanía que soy, deseo suerte y, sobre todo, acierto a las autoridades sanitarias. A quienes están enfrente y sienten la tentación de pescar en el río revuelto les ruego que lo dejen para mejor ocasión.

Crisis a la vista

Si no fuera por la rabia y la impotencia que provoca, tendría su punto cómico. Lo de anunciarnos las crisis por entregas, digo. Tengan la absoluta certeza de que nos va a caer otra porque los signos son un calco, casi una caricatura, de la vez anterior. Empiezan con un datito vago, siguen con media docena de indicadores que dan mala espina, un puñadito de desmentidos nada convincentes, un ramillete de correcciones de crecimiento a la baja o, por quedarnos en la fase en la que estamos, un llamamiento a ir apretando los esfínteres. A partir de ahí, efectivamente, toca rezar lo que sepamos y pedir que la guadaña se cebe con nosotros lo menos posible. Pero sí, dense —démonos— por jodidos: viene otra temporada de vacas flacas, o sea, de vacas convenientemente adelgazadas.

Les juro que soy muy poco dado a las teorías de la conspiración. Sin embargo, cuesta mucho no pensar mal cuando ves cómo se repite por enésima vez una coreografía que apesta a profecía que se cumple a sí misma. Anuncian que va a ocurrir y, efectivamente, ocurre, ensañándose siempre en los mismos, o en los siguientes en la lista, y pasando sin siquiera rozar a otros que, por lo visto, no nacieron para martillos. Ojo, que no necesariamente hablo de Ortegas, Roigs y demás archimillonarios. Unos cuantos escalones más abajo, hay una porción de suertudos sociales, es decir, económicos —muchos de ellos, los que más van a poner el grito en el cielo— que no solo se libran sistemáticamente del tantarantán, sino que les vendrá de perlas que bajen los viajes, los adosados, los coches, los gintonics y las raciones de ibéricos. Los demás, pónganse a temblar.

Cumpleaños de la Reforma

Seis años de la Reforma laboral del PP, nada menos. Y para conmemorarlo, deslucidas manifestaciones aquí y allá, más prueba de la derrota que del espíritu de lucha. Echen atrás la moviola y recordarán calles atestadas de santa indignación con la promesa de no sé qué estallido social al que le quedaban entre diez minutos y un cuarto de hora. Cuánta bendita ingenuidad rentabilizada por oportunistas avispados que supieron convertir el cabreo en una poltronilla para sus culos. Un saludo desde estas líneas a los profetas de cuarenta dioptrías que en aquellos días de rabia vaticinaron no ya la revuelta de la plebe que les acabo de mentar, sino la caída con estrépito del capitalismo al completo. Crisis sistémica, decían los muy cachondos, haciendo su cuento de la lechera. En lo que toca a España, se iban a ir por el desagüe de la Historia el bipartidismo, la monarquía borbónica y la economía de mercado. Lo primero, puede que haya ocurrido, pero si ven el resultado práctico actual y el que parece que se anuncia, con los naranjas pillando mucho cacho, el cambio ha sido a lo Lampedusa.

La Reforma que da origen a estas líneas es el perfecto resumen de lo que les digo. Prometió Soraya Sáenz de Santamaría al anunciarla que supondría un antes y un después. Y tal ha sido. En esta media docena de años, con la llamada crisis como coartada, se ha aprovechado para hacer una limpia a fondo del patio laboral. El resultado evidente ha sido convertir en crónico un nivel de precariedad que no se conocía desde mediados del siglo XX. Pero si miran los números de consumo, verán que en realidad que todo sigue igual. ¿Por qué?