Así como los comentaristas de las vueltas ciclistas han de esforzarse lo suyo en hablarnos del paisaje, la familia y cuantos sucesos ajenos a la carrera les ayuden a rellenar el espacio mediático necesario para mantener ante la pantalla a un espectador mirando unas piernas masculinas que no hacen otra cosa durante horas que dar pedales, así han de ingeniárselas los periodistas que han de contar algo de los Campeonatos del Mundo de Ajedrez, aparte de comunicar asépticamente los movimientos de las piezas realizadas por los oponentes sobre el tablero, arte del entretenimiento del que nuestro amigo Leontxo García sabe más que nadie en el oficio.
De sus crónicas comentando los tics y manías de los jugadores frente al tablero, de sus disputas personales, sus reclamaciones federativas y clásicas argucias para sacar de sus casillas al rival, las películas que abordan la temática ajedrecística obtienen el tropel de anécdotas con las que confeccionan sus guiones y ambientan el mundillo que rodea a los torneos del denominado deporte-ciencia. Por supuesto, las películas se ven en la necesidad de cargar las tintas para caracterizar los personajes y que estos se ajusten a los tópicos compartidos por legos y profanos, motivo por el cual, su visionado por el público suele retroalimentar la realidad, de una parte por poner una lupa sobre asuntos que aun reales no son mayores que los que puedan darse en cualquier otra faceta humana tan extendida como nuestro juego y de otra atrayendo la complaciente imitación de comportamientos por parte de los propios ajedrecistas que, por qué no reconocerlo, tampoco es que les disguste demasiado dar esta imagen de “locos geniales”.
Cuando me decidí a iniciar este espacio dedicado a las reseñas cinéfilas con temática de Ajedrez, sopesé muy mucho el hacerlo, porque no hay obra al respecto en el que la imagen que ofrecen de nuestro mundo personal y colectivo no sea propio de gente infantil que sólo sabe jugar al ajedrez, algo neuróticos, maniaco depresivos, paranoicos…que si bien puede responder a una pequeña parte de la realidad, obvia que al tiempo hay muchas otras realidades como que somos persona generalmente bien formadas, muy educadas, cultas y con vidas placenteras y bien estructuradas. Sin embargo, opté por introducir en TXIKI XAKE esta sección, precisamente para difundir el cine de ajedrez, pero con las debidas advertencias sobre su ficción al objeto de que se pueda disfrutar de la caricatura que hace de nosotros sin que ello nos desprestigie más de lo que por nuestra propia cuenta conseguimos.
La obra, mosaico de chascarrillos conocidísimos de los avatares de los Campeonatos del Mundo, arranca con una escena que recuerda a cómo se inició en el ajedrez el que posteriormente se convertiría en Campeón del Mundo, el cubano Capablanca. Trata de un niño prodigio llamado Thomas a quien sin embargo el juego le hace enfermar mentalmente al extremo de tener que dejar su práctica por prescripción médica. Veinte años después, siendo un experto informático, su empresa le encarga hacer un programa de ajedrez que en un acto publicitario se enfrenta al Campeón del Mundo. Su pública derrota, no por esperada es menos dolorosa para el protagonista que decide volver a la competición con el objetivo de convertirse en el mejor del mundo. Toda su peripecia recuerda en sus fulminantes éxitos y reclamaciones a la vida real de Bobby Fischer…
Con las debidas cautelas, se puede disfrutar de su visionado, aunque no la recomendaría para menores de 14 años. Bueno, tampoco para mayores de esa edad que no tengan en cuenta lo dicho: que es una película. Sólo eso.