En cierta ocasión, un pequeño príncipe salió del castillo sin permiso de sus padres para correr aventuras. Como se le hizo de noche, a su regreso puso como excusa que tres pastores le retuvieron cuando se encontraba salvando a una ternera de las fauces de un lobo pero que tuvo la suerte de poderse jugar su libertad en tres partidas sucesivas una con cada uno de ellos.
Su padre el rey, algo receloso requirió ver cómo transcurrieron las partidas; ni corto ni perezoso, el pequeño príncipe se las representó advirtiendo que él siempre conducía las blancas.
-Al primer pastor le gané así:
1 e4 e5; 2 Dh5 d6; 3 Ac4 Cf6 4 Dxf7++
-Al segundo pastor fue igual de fácil:
1 e4 e5; 2 Dh5 Cc6; 3 Ac4 Ac5 4 Dxf7++
-Y con el tercer pastor tuve que esforzarme más:
1 e4 e5; 2 Dh5 Cc6; 3 Ac4 g6; 4 Df3 Ac5; 5 Dxf7++
-¡Qué hijo más inteligente tengo! – Exclamó el rey lleno de orgullo y satisfacción.
-¡Que inventiva tiene tu hijo! Querrás decir – Interrumpió la reina – porque no ha dicho nada al derecho: Resulta que no ha jugado al ajedrez con tres pastores, sino sólo con uno, a saber, el párroco del pueblo que es Pastor de la Iglesia y que en sus ratos libres cuida de unas ovejas para engordar su hacienda por lo que también es pastor y que para más señas, se apellida Pastor. Y ¡sí! ha jugado tres partidas, pero las ha perdido tal y como te las ha descrito. En cuanto a que protegía a la pobre ternera…antes me lo imagino molestándola…
Por este motivo nadie da mate al Pastor, sino del Pastor.