Tiempo atrás, durante una improvisada charla sobre los diferentes mundos que hay dentro de este mundo, me preguntaron por el infierno o lado oscuro de la Existencia. Aquella pregunta me dio pie a comenzar este artículo.
El infierno (bajo mi prisma) está allí donde se prostituye el alma y se corrompen las ideas; Un lugar alejado de la razón, de la lucha individual y del juicio.
¿Cuándo se cae o como se llega a esos lugares? Cuando dejamos que la desidia, el conformismo o cualquier forma de pereza penetre en nosotros, o dicho de otra manera, cuando abandonamos nuestro templo interior y dejamos que lo habiten fantasmas. Cuanto más grande, más colosal o más alto sea el templo, mas fantasmas podrán gobernarlo si decidimos rendirnos.
Una vez que el estado mental está instalado es cuestión de tiempo caer en las diferentes trampas con las que nos podemos encontrar y no tardaran en aparecer las cohortes, las huestes del mal. Es en esos momentos donde la fortaleza de cada uno se ve sometida a prueba y donde los más débiles jamás volverán a levantar cabeza. Es un camino árido, lúgubre y siempre solitario.
Ese es el escenario del infierno y hay muchos, ante nosotros, cada día, pero no los vemos hasta que decidimos verlos y ser conscientes de la realidad, es entonces cuando descubres que hay muchos universos, miles de mundos, puertas que pueden transportarte al lado oscuro, donde emisarios y comandantes no dudaran en reclutarte si muestras un rasgo de debilidad, y solo contaras con tu capacidad y determinación como armas en esta cruzada.
Nadie está exento, nadie está libre ni dispensado, el margen es tan pequeño como lo son las casillas de un ajedrez; continuamente pasando de una cuadricula negra a una blanca y un simple mal movimiento, poco meditado o apresurado es suficiente como para determinar la partida. Continuamente nos movemos por ese tablero sin saberlo, sin ser conscientes de lo que nos jugamos en cada movimiento. La noche precede al día, o al revés, en un perpetuo ciclo de luz y oscuridad que nos da una sensación de continuidad, de movimiento y avance, es la promesa de que el amanecer llegara después de la oscuridad. Y nosotros, simples mortales, piezas en ese tablero que respondemos a la caprichosa y diestra mano del destino. O ¿tal vez, no? ¿sería posible que eso movimientos fuesen un reflejo de nuestras pasiones?, ¿que cada paso que damos en el tablero, cada desplazamiento no sea más que la proyección de nuestros deseos? ¿ Que un mal movimiento sea la traducción de una incontrolada pasión ?. Pero ante todo, lo que nos muestra el ajedrezado es la fragilidad a la que estamos sujetos, a una inestabilidad en la que lo que hoy existe puede que mañana deje de hacerlo. Es una condición tan delicada que, al igual que las piezas que se mueven por el damero, un simple movimiento irreflexivo, visceral o impulsivo puede propiciar el desplome de todo el trabajo anterior. De la misma manera que un golpe de suerte, o simplemente estar en el lugar adecuado en el momento justo, puede lanzarnos a una inesperada y fulgurante luz.
No en vano encontramos el ajedrezado presente en muchas construcciones románicas, en especial en la catedral de San Pedro de Jaca y después a lo largo de todo el camino de Santiago, sea cual sea la ruta; rubricando un poema en piedra que trasmite al peregrino el recuerdo de que forma parte de una vía de iniciación y de cambio personal donde ha de ser cauto en cada paso que dé, ya que hoy sabe dónde está pero mañana solo el azar y la intuición podrá decir.
Es, de todos los elementos simbólicos del juego, con el que más me identifico, ya que mi naturaleza es tender a los extremos, no como rasgo emocional si no como forma de actuar, tanto en lo tocante a relaciones, como a modas o hábitos, es por esto que al ser consciente de ello me vea significativamente atraído por el hipnótico icono de la contraposición, del elemento negro-blanco; oscuridad-luz; pasión-consciencia, y vea ahí mi campo de batalla. Ya que creo necesario utilizar más que controlar, es decir; mi trabajo ayudado por otra serie de herramientas, se centra en instrumentalizar esta condición personal, para llegar a transmutar algo que considero plomizo en oro, no forzar a encontrar el camino intermedio, si no entender que esta dualidad, es parte de mí esencia y que bien manejada puede aportarme (a mí y a quien me rodea) provecho o rentabilidad, pues no hemos de olvidar que gracias al contrario, podemos disputar la partida. Entiendo este rasgo siendo consciente de él, y mas allá, que se puede traducir en eficacia, con lo que volvemos a una alquimia del pensamiento y un trabajo que perfeccionarlo me lleve, posiblemente, toda una vida.
Y por último, no olvidar que tanto la noche con su oscuridad como la luz, la casilla blanca como la negra, son parte del día, son el tejido mismo del tablero y la clave no está en evitar los lados oscuros, si no en entenderlos y gobernarlos, que adaptarse a ellos (casilla blanca o negra) sin dejar que te cieguen o te abatan, puede ser un paso hacia la comprensión de que ambas caras son necesarias.