Cuando un ajedrecista reconoce estar enfadado consigo mismo, es que antes lo parecía estar con el reloj, con las piezas, con el rival, con el árbitro y con el primero que pasara por allí.
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Cuando un ajedrecista reconoce estar enfadado consigo mismo, es que antes lo parecía estar con el reloj, con las piezas, con el rival, con el árbitro y con el primero que pasara por allí.