Los agotes, una casta que ha sufrido discriminación social desde el siglo XII

Cuentan que en el Camino del Baztán al pasar por el pueblo navarro de Arizkun se encuentra el barrio de Bozate, donde se asentaban los agotes, una casta que ha sufrido discriminación social desde el siglo XII hasta bien entrado el siglo pasado al ser acusados, entre otras cosas,  de herejes y «leprosos mentales». La primera mención sobre los agotes data de 1288 al ser vinculados con descendientes de los visigodos; otra les conecta con los musulmanes, derrotados en Francia por la dinastía Carolingia, y obligados a convertirse al cristianismo para no ser «pasados por la espada»; aunque la teoría mas verosímil es que los agotes fueron los cátaros huidos de las masacres de la Cruzada Albigense, que se refugiaron en varios lugares recónditos de los Pirineos, como este caso de Arizkun, al encontrar la protección del noble navarro Señor de Ursúa (en la foto la casa torre de la familia), quien en 1673 defendió ante las cortes Castellanas y Aragonesas la consideración de los agotes como personas «normales» del Valle del Baztán.

Los agotes fueron apartados de la sociedad, en parte, porque se enfrentaron a la autoridad eclesiástica al negarse a pagar el impuesto a la Iglesia, de hecho, existen varios conflictos documentados por ser tratados de forma diferente: estaban obligados a entrar en la iglesia por una puerta mas pequeña y asistir a las celebraciones religiosas desde el fondo del templo, debajo del coro, además eran bautizados en una pila bautismal diferente al resto de la comunidad. A la hora de recibir el beso de la paz con el crucifijo, el sacerdote lo volvía del revés y lo tapaba con un paño.

Las cotas de «apartheid» que sufrían los agotes en esta época medieval eran increíbles: vivían en barrios diferentes a los núcleos de población, sólo estaban autorizados a casarse entre ellos, y su vestimenta tenía que ser reconocida de lejos, además, llevaban el bordado de una pata de gato de color rojo en la espalda; sonaban una campanilla para anunciar su presencia, al igual que los leprosos. 

Y no sólo «atesoraban» todas estas falacias sino que se les acusaba de hechiceros, lujuriosos, homosexuales y transmisores de la lepra; que no tenían lóbulo de la oreja y una era más grande que la otra, además de rodeada de largos pelos. Los embustes en contra de los agotes llegaban a tales extremos que tenían prohibido caminar descalzos, pues se aseguraba que «donde un agote ponía un pie descalzo, ya no volvía a crecer la hierva» bajo castigo de quemarles las plantas de los pies con un hierro al rojo vivo.

Lo cierto, es que los agotes fueron trabajadores excelentes, artesanos de la madera, la piedra y el hierro, hasta lograr, poco a poco, a través de los tiempos, girar todas estas marginaciones y ser considerados, reconocidos e integrados en su comunidad. Aunque esto no ocurrió de pleno derecho hasta los primeros años del siglo pasado.

El «Bispo Santo» Gonzalo de Mondoñedo hundió con sus oraciones las naves vikingas en la ría de Foz

Cuentan que hacia el año 900 una gran flota vikinga fue avistada en la costa Lucense, en concreto, en la embocadura de la ría de Foz, lugar de paso de peregrinos y peregrinas por el Camino de la Costa, lo cual causó un enorme temor y miedo entre los focenses. Por entonces, los invasores normandos cuando se presentaban en los litorales europeos eran feroces y despiadados guerreros que se dedicaban a saquear pueblos y ciudades, esclavizar a sus habitantes y rapiñar las riquezas que encontraban a su paso. Así, los habitantes de Foz, horrorizados, huyeron despavoridos hasta Mondoñedo, donde hallaron en su Catedral Basílica de San Martiño (en la foto) al «Bispo Santo» Gonzalo, un anciano clérigo muy respetado, que todavía no era santo, reunido con el Cabildo de la localidad al que conminaron a reunir un ejército y empuñar las armas contra la flota vikinga recordando, además, al prelado que su nombre significaba «dispuesto a la lucha». Pero la autoridad eclesiástica, como respuesta, requirió una pesada cruz que alzó sobre sus hombros mientras comenzaba a caminar. 

Ante este gesto del «Bispo Santo», todos se pusieron a caminar tras él en dirección a las costas lucenses. Los vikingos se encontraban a punto de entrar por la ría de Foz y se disponían a desembarcar para asaltar la localidad focense, pero en ese momento el séquito gallego llegó a la cima de una montaña denominada «A Grela» desde la que se podía ver la desembocadura de la ría de Foz. 

Gonzalo, de rodillas, alzó la cruz e inició, una plegaria a los cielos, que comenzaron a oscurecerse sobre del estuario de Foz, mientras, al mismo tiempo, una galerna rodeaba a la flota normanda con gigantescas olas, que precipitaban los drakkar contra los acantilados de la costa. En poco tiempo la «armada pirata» quedó reducida a la mitad, cuando el «Bispo Santo» preguntó: ¿Cuántos quedan? siendo la respuesta, demasiados, todavía quedan muchos. Entonces el obispo de Mondoñedo volvió a hincarse de rodillas y repitió la súplica hasta que sólo quedaron tres navíos sin hundirse: Esos pueden marcharse —-dijo— para que cuenten lo ocurrido hoy a los demás y, de esta forma, no vuelvan nunca.

Desde entonces, se recuerda el milagro el lunes de Pascua de Pentecostés mediante una romería desde San Martiño de Mondoñedo hasta la ermita del santo en el monte «A Grela» en conmemoración del milagro del «Bispo Santo» Gonzalo, al que la tradición también le atribuye haber conseguido brotar agua milagrosa en un lugar donde Gonzalo tiro una zapatilla, que se conoce como la «Fuente de A Zapata».

El monasterio navarro de Urdax compraba mineral de hierro vizcaíno de las minas de Pobeña

Cuentan que en el Camino del Baztán a su paso por la localidad de Urdax (Urdazubi en Euskera), se encuentra el Monasterio de San Salvador de Urdax, único de la orden premonstratense en el territorio de Navarra. Sancho, el Sabio, fundó este convento, que en los siglos XIII al XV atesoró un brillante período de expansión, prosperidad económica e influencia política y religiosa; pues sus abades eran mitrados, con asiento, voz y voto, en las Cortes de Navarra, y ocupaban el primer lugar, después del obispo, en el Sínodo de Bayona. Históricamente, ya desde 1298 es de destacar la participación de los monjes en la coronación de los reyes navarros, como en el caso de Felipe de Evreux y Juana en 1329 y la de Carlos III en 1390. Todo este esplendor del cenobio de Urdax logró su cenit en el siglo XV, sobre todo, mediante su «poderío» forestal, ganadero y agrícola, además, de sus dos ferrerías, que se convirtieron en el soporte económico del monasterio.

El Monasterio de San Salvador se beneficiaba del usufructo de los bosques comunales, que le proporcionaban madera de roble para la construcción y también carbón vegetal a utilizar en sus ferrerías, que fundían y forjaban el mineral de hierro en metal. Todo este «imperio» económico era administrado por el Monasterio de Urdax mediante arrendamientos o cesiones a familias de los alrededores; sólo les faltaba conseguir el mineral de hierro en cantidad suficiente para que sus beneficios continuasen prosperando. 

Las minas de Somorrostro y Galindo de Bizkaia se convirtieron en proveedores del Monasterio de Urdax, aunque, inicialmente, se encontraron con la prohibición, según el Fuero Antiguo de «sacar del Señorío de Bizkaia mineral, ni otro metal, para hacer hierro para otros reinos». Pero los frailes premonstratenses eran hábiles litigadores pues llevaban pleiteando con los valles vecinos de Baztán y Zugarramurdi durante muchos años. Así, lograron, por real cédula y mandato real, la autorización y adjudicación de 10.000 quintales anuales de mineral de hierro de los yacimientos vizcaínos, que era traslado desde Portugalete, en barcaza por mar hasta San Juan de Luz (Donibane Lohizune en Euskera), donde los frailes poseían un muelle en usufructo; luego, aguas arriba por el rio Urdazuri hasta Askain y, desde aquí, en una carreta tirada por una yunta de bueyes hasta Urdax, donde los religiosos regateaban el precio al intermediario vizcaíno hasta llegar a un acuerdo.

Esta es, a grandes rasgos, la relación comercial que el Monasterio de San Salvador de Urdax tuvo con los yacimientos de mineral de hierro vizcainos en la Edad Media y que, hoy en día, se «reconstruye» todos los años en la primera semana de agosto. La historia posterior cuenta que los problemas fueron «acorralando» el poder y prosperidad del convento urdazubitarra en los siglos venideros, sobre todo desde el fallecimiento de Carlos, el Principe de Viana; el incendio de julio de 1526 que destruyó la iglesia y la biblioteca y el asalto y saqueo en la noche del 13 y 14 de septiembre de 1793 por las tropas francesas, que incendiaron y saquearon el pueblo, destruyendo el hospital de peregrinos, el molino, las ferrerías, el órgano y la biblioteca con todo su archivo, incluidos manuscritos e incunables, además, de parte de un bosque cercano.

El lamento eterno del Papamoscas de la Catedral de Burgos es el amor imposible del rey Enrique III, el Doliente

Cuentan que en el Camino Francés a su paso por Burgos, en la Catedral de Santa Maria, se expone el Papamoscas, un afamado personaje que abre excesivamente la boca, cuando suenan las horas, lanzando, al mismo tiempo, un lamento chillón y estrepitoso que, habitualmente, provoca una sonora carcajada a los que le contemplan. Esta ingeniosa leyenda del grotesco Papamoscas narra el amor imposible del rey castellano, Enrique III, el Doliente; llamado así a causa de su precaria salud, pues, según parece, había nacido con un exiguo sistema inmunitario que le hacía «presa fácil» de enfermedades contagiosas. En joven y enfermizo monarca había venido al mundo en Burgos en el año 1379 y, puesto que era muy devoto, todos los días acudía, en secreto, a la seo burgalesa a rezar, por su salud. Este rey pertenecía a la Casa de Trastámara y fue rey de Castilla y Príncipe de Asturias durante pocos años ya que falleció en Toledo en 1406 a la edad de 27 años.

Volviendo a la leyenda del Papamoscas, una mañana de «invierno burgalés» el devoto Enrique III se encontraba rezando en la Catedral de Burgos cuando quedó paralizado por la presencia de una joven y bella muchacha, que también se hallaba orando en una capilla continua a la que él estaba. El monarca quedó enamorado de la lozana doncella y, cuando esta salió del templo, la siguió sigilosamente hasta descubrir la casa donde vivía. La escena se repitió, una y otra vez, durante algunos meses sin que mediara palabra entre los dos jóvenes, pero la muchacha decidió un día «tomar la iniciativa» y poco antes de llegar a su casa dejó caer su pañuelo, que Enrique recogió, pero que no hizo entrega, pues, prefirió guardarlo y ofrecer uno de los suyos. La muchacha y el tímido rey, sin mediar palabra y cruzando entre ellos una vergonzosa mirada, tomaron el camino de sus respectivas residencias, pero, de pronto, Enrique escuchó a su espalda un lamento comparable a un quejido que, a partir de ese momento, ya nunca olvidaría. 

Al día siguiente, la doncella no apareció por la Catedral y el rey salió a buscarla a la casa donde la había visto entrar, pero, cuando preguntó por sus residentes, recibió como respuesta: «en esa casa hace tiempo que ya no vive nadie». Enrique quedó aturdido y afligido mientras en su mente se repetía el lamento de la chica, por lo que decidió encargar a un taller de relojeros venecianos una figura acompañada de un reloj con el fin de perpetuar el gemido de su amada en cada toque de campana; aunque, la verdad, el resultado logrado por el incompetente constructor del robot se alejó demasiado del deseo del monarca, el cual se encontró una grotesca imagen que lanzaba, abriendo exageradamente la boca, más un graznido que un grato suspiro cuando sonaban las horas.

Los feligreses que entraban en la Catedral burgalesa descubrieron la talla, que bautizaron como Papamoscas, pues, cuando sonaba la campana con las correspondientes horas, no podían evitar una carcajada al verle abrir la boca.  

La Virgen de Santa Maria de la Buena Leche, testigo eterno del amor de los Condes de Lebeña

Cuentan que en el Camino Lebaniego los peregrinos y peregrinas encuentran la Virgen de Santa Maria de la Buena Leche, evidente testigo del amor eterno de los Condes de Lebeña, Alfonso y doña Justa, los cuales mandaron construir en el año de 925 la iglesia prerrománica de Santa Maria de Lebeña. Aunque, lo cierto, es que la edificación del templo fue inicialmente proyectado para acoger los restos de Santo Toribio de Liébana, que entonces estaban en el monasterio de San Martín de Turieno. El conde Alfonso de Lebeña ordenó levantar la iglesia en el centro de sus propiedades y dominios de poder religioso y civil pensando en convertirse en el guardián del sepulcro de Santo Toribio.

Los monjes se negaron a tales pretensiones y Alfonso reunió un pequeño ejercito de 50 hombres y se fue a desenterrar los restos del santo, pero cuando estaban cavando todos se quedaron ciegos. El hidalgo señor de Lebeña se encomendó a Dios para que le liberase de aquel castigo divino a cambio de renunciar a los restos del santo y a su propio patrimonio, que cedería a los frailes. De esta forma, todos los miembros de la comitiva del conde recuperaron la vista. Esta es la leyenda del conde de Lebeña, aunque también se refieren otras relacionadas asimismo con la iglesia prerrománica de Santa Maria de Lebeña.

El lugar donde se edificó el templo era un antiguo lugar donde crecía un tejo, árbol sagrado de los cántabros, que servía de reunión para ritos ancestrales de culto a la naturaleza, teoría sostenida por haber descubierto en la iglesia una losa con símbolos celtas de dibujos solares y espirales.

Por aquellos años de la construcción del templo, el conde Alfonso contrajo nupcias con doña Justa, una mujer mozárabe procedente de Al Andalus, pero la esposa añoraba el cálido sol del sur de la península. El amor del noble para con su esposa era tan grande que dispuso traer un olivo de Al Andalus, que fue plantado junto al tejo, a las puertas de Santa Maria de Lebeña, como símbolo del amor entre Alfonso y su esposa Justa. Hoy en día, el olivo milenario permanece en el lugar mientras que del tejo queda sólo el tronco ya que un rayo lo «arruinó» casi en su totalidad.

Desde entonces la Virgen de Santa Maria de Lebeña, conocida como la Virgen de la Buena Leche porque está amamantando al niño, es testigo eterno del amor de los Condes de Lebeña. Cuentan que hay parejas que vienen a este lugar para rezar y pedir a la Virgen que les ayude a tener hijos. 

La Leyenda del alquimista Nicolas Flamel que viajó a Santiago buscando la piedra filosofal

Cuentan que el alquimista francés Nicolas Flamel viajó en la baja Edad Media a Santiago de Compostela en búsqueda del conocimiento para descifrar los misterios que ocultaba el libro Aesch Zezareph, un grimorio alquímico, escrito por el cabalista hebreo Abraham, que explicaba a través de jeroglíficos la forma de lograr la Piedra Filosofal. Así, Flamel, que consideraba a Santiago como el patrón de los alquimistas y las ciencias cosmológicas, llegó a Compostela habiendo buscado por el camino jacobeo, sin éxito, algún erudito que le descubriera los enigmas del libro escrito por el rabino Abraham. Finalmente, a su regreso, llegó a León y junto a la catedral (en la foto, el tímpano de su entrada) encontró al maestro rabino Canches, que le explicó las fórmulas para deducir los secretos ocultos de los textos, que encierran todo un compendio de astrología, ángeles y demonios, akelarres, encantamientos y hechizos, además, de ser capaz de fabricar mezclas y fórmulas mágicas como, posiblemente, la Piedra Filosofal y el elixir de la eterna juventud.

Nicolas Flamel era un escribano ilustrado, copista y librero, nacido en 1330 en las cercanías de París, que se hizo con el mencionado manual cabalista Aesch Zezareph, del hebreo Abraham, y que, parece ser, se considera el origen de toda su fortuna; en vista de que en el libro de Figuras Jeroglíficas, de Nicolas Flamel, (1612) se describe como consigue «fabricar» unas porciones de plata y oro, junto con su esposa Perenelle. Así, el alquimista parisino financió, en principio, con su modesta fortuna asilos, capillas y hospitales.

La leyenda manifiesta también que Flamel y su esposa Perenelle obtuvieron el elixir de la eterna juventud. Está documentado que fallecieron entre 1410 y 1418 y fueron enterrados en el cementerio de San Jacques de la Boucherie, de París. Años más tarde, ante los rumores de apariciones del matrimonio alquimista en diferentes lugares del mundo (India y Turquía), las autoridades parisinas decidieron descubrir el panteón de los cónyuges. La sorpresa fue comprobar que estaba vacío.

Incluso en siglos posteriores han continuado las apariciones de Nicolás Flamel y su esposa Perenelle en distintos lugares del mundo, pero la certeza de estas visiones nunca han sido verificadas. La leyenda de Nicolas Flamel, además, se engrandece al ser mencionado en numerosas obras como: El Priorato de Sión, Hary Potter, El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo y muchas más novelas, películas e, incluso, videojuegos.

La leyenda del descubrimiento de la Virgen de Orreaga Roncesvalles del Camino Francés

Cuentan que la veneración a la Virgen de Orreaga Roncesvalles se ha vinculado al Camino de Santiago como protectora de peregrinos y peregrinas desde tiempos inmemorables. Sobre su «descubrimiento» en este lugar del inicio del Camino Francés se conocen leyendas similares, a lo largo de los itinerarios jacobeos, que cuentan cómo apareció la imagen de la Virgen para ser venerada por los caminantes a Santiago de Compostela. De hecho, la realidad —documentada— nos indica que la imagen es una talla del gótico francés, traída desde la localidad francesa de Toulouse, cuando se comenzaron los trabajos de construcción de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles, precisamente, en el lugar donde se produjo el prodigio de la aparición de la Inmaculada Concepción en el siglo X. En la actualidad, todas las tardes se celebra la Misa del Peregrino en la que se imparte la bendición de la Virgen para que los andarines tengan «Buen Camino».

La leyenda comienza cuando un canónigo asustado por las continuas invasiones de los francos y sarracenos a través de los Pirineos y, temiendo que la imagen de la Virgen fuera injuriada y profanada, decide ocultar la talla en el bosque pero, con el paso del tiempo, el sacerdote falleció sin revelar el lugar del escondite. 

Pasaron los años y el suceso quedó en el olvido por los habitantes de Orreaga Roncesvalles;  hasta que dos pastores en una oscura noche de niebla cerrada se cobijaron en una borda junto a sus ovejas. De pronto, vieron pasar delante de ellos un ciervo con su cornamenta iluminada con una luz cegadora. Los pastores, aterrados, corrieron a refugiarse en lo más profundo del aprisco y decidieron no contar el suceso en el pueblo. Así lo hicieron, pero durante la noche siguiente el ciervo volvió a mostrarse, esta vez, con las astas rodeadas de brillantes estrellas, que le otorgaban un aspecto sobrenatural. Los pastores, venciendo sus miedos, siguieron al animal, el cual se detuvo en una fuente, donde comenzó a arañar la tierra con sus pezuñas mientras se escuchaba una melodía angelical.

Los pastores decidieron acudir al obispo de Iruña Pamplona para contarle el celestial suceso, pero el prelado no les creyó, retirándose a dormir, pensando, que serían supercherías de aldeanos ignorantes e incultos; sin embargo, en la mitad del sueño del purpurado se le apareció un ángel que le conminó a acompañar a los pastores para comprobar el divino evento. 

El obispo se levantó a toda prisa y fue hasta el refugio de los pastores, justo en el momento en que el ciervo se acercaba a la fuente, y comenzaba a remover la tierra con sus patas. Todos los presentes se afanaron a excavar hasta que encontraron la imagen de la Virgen con su corona de plata reluciendo en la oscuridad de la noche. 

Hoy en día, muy cerca de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles, junto al albergue de peregrinos y peregrinas, se puede encontrar la fuente del prodigio «presidida» por una antigua escultura representativa del momento en que un ángel despierta al obispo.

El Hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz de San Martín de Islares

Cuentan que en el Camino del Norte, en la pedanía castreña de Islares, «sobreviven en pie» las antiguas piedras del hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz, datado a principios del siglo XVI, y a pocos metros de la ermita de San Roque. Los restos revelan una construcción en sillarejo y mampostería de dos plantas y varias estancias para albergue y cuidado de los peregrinos y peregrinas, que caminaban hacia Santiago de Compostela. Este refugio jacobeo (ya en 1617) estaba regido por los curas de Islares, los cuales nombraban un mayordomo, encargado de la administración y anotación de los ingresos, gastos y rentas del Hospital de la Vera Cruz; siendo los responsables de rendir cuentas ante el Visitador General del Arzobispado de Burgos, según consta en documentos de la época, donde se mencionan a media docena de comisionados enviados por el Arzobispo de Burgos, entre 1631 y 1661.

El fundador del Hospital de la Vera Cruz de Islares fue Juan Pérez de Çamal Carrança, nacido en Islares y cartujo en Medina de Pomar, usufructuario de cuantiosos bienes, como navíos de pesca y pingües rentas a lo largo de esta franja costera del Cantábrico entre Castro Urdiales e Islares; de hecho tenía como su administrador a Gonzalo de Rozas, mayordomo del monasterio de Santa Clara de Castro Urdiales. 

Además, este acaudalado religioso, a su fallecimiento, dejó ordenado en su testamento como heredero principal al Hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz de San Martín de Islares. Y también, entre otras cosas, la celebración de varias misas rezadas por su alma en la iglesia de San Martín, sobre la sepultura de sus padres, y una cantidad de ducados para dar limosna a los pobres del pueblo: «que a ninguno se le dé menos de cuatro reales».

El «Tren del Aceite», convertido en una vía verde para senderistas y cicloturistas

Cuentan que el Camino Mozárabe recorre algunos tramos del «Tren del Aceite» en la provincia de Jaen, un ferrocarril que comenzó a construirse en 1879 y que se finalizó catorce años después. En la actualidad una parte del itinerario se ha transformado en una Vía Verde para ciclistas y senderistas entre Jaen y la estación de Campo Real a 6 kilómetros de Puente Genil. En realidad se trata de una ruta que tiene por protagonista a los miles de olivos con variedades de todo tipo de aceitunas, que se evidencian en la exposición del Jardín de Variedades de Alcaudete, uno de los finales de etapa del Camino Mozárabe. La Diputación de Jaen ha recuperado el trayecto como Vía Verde, en 2001, después la clausura por parte de RENFE en 1985, equipando el camino con algunos pocos servicios.

El «Tren del Aceite» partía, en realidad, de la localidad de Linares, pasaba por Jaen, Torredelcampo, Torredonjimeno, Martos, Alcaudete, Luque (desde donde se construyó una desviación hasta Baena), Zuheros, Doña Mencía, Cabra, Lucena y Moriles; el trazado se completó con el tramo cordobés, entre Puente Genil y Cabra. De esta forma, se facilitaba la salida a los productos de la metalurgia pesada de Linares y a los productos alimenticios, sobre todo aceite, de Jaén y Córdoba.

Varias son las localidades del «Tren del Aceite» que se corresponden con el Camino Mozárabe en varias etapas, como las de Lucena, Cabra, Doña Mencía, Alcaudete y Baena. En realidad, todo el trazado de la Vía Verde del Aceite se distingue por este singular atractivo, que justifica su nombre por la maravilla de un escenario, el cual se acredita claramente por su nombre. Sólo en la provincia de Jaen están acreditados 66 millones de olivos y, además, la de Córdoba ocupa en el ranking la segunda plaza con más hectáreas de olivar. Caminar o pedalear a lo largo del «Tren del Aceite» entre septiembre y enero es relajarse entre un perfume de aceitunas, que se origina de los centenares de almazaras convirtiendo la cosecha en «jugo de aceituna».

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/via-verde-del-aceite-59297542

https://www.viasverdes.com/noticias/noticia.asp?id=635&cat=*

Las tres conclusiones diferentes de la Leyenda de la Casa del Mono de Cáceres

Cuentan que en La Vía de la Plata, en el Casco Histórico de Cáceres, relatan la Leyenda de la Casa del Mono que, en su desenlace, guarda tres conclusiones diferentes para que cada cual interprete la que considere más oportuna. Los inicios de la historia se remontan al siglo XV en el palacio de una familia apellidada «De los Nidos» formada por un acaudalado matrimonio; el marido un rico comerciante, el cual se veía obligado a viajar durante largos períodos de tiempo para atender sus negocios, y una joven y bella esposa que se sentía sola durante las ausencias de su pareja en aquel palacio tan enorme. Los cónyuges, durante mucho tiempo, intentaron tener descendientes pero no lo lograron a pesar de acudir a hechiceros y santeros, sometiéndose y sufriendo los sortilegios mas extraños e insólitos. 

El mercader, preocupado por la tristeza de su amada esposa, le regaló un mono para que su compañera estuviera entretenida. La señora lo recibió con gran agrado y convirtió al animal en el centro de todas sus atenciones como si se tratase de un hijo. El comerciante, viendo que su señora estaba satisfecha y alegre, decidió regresar a prestar atención a sus negocios, los cuales le obligaron a ausentarse de su casa. 

Una noche de borrasca y ventisca de crudo invierno, un apuesto caballero solicitó cobijo a la noble dama, la cual ofreció su hospitalidad al aterido viajero, que terminó abrigado y reconfortado en el lecho de la dama. Al día siguiente, el joven, ya recuperado, continuó su camino.

Tiempo después, el marido regresó a su casa y fue recibido por su esposa con la «buena nueva, por la gracia de Dios» de encontrarse embarazada. El noble hidalgo, atónito, no preguntó cómo pudo haber ocurrido tal acontecimiento y aceptó el nacimiento de su hijo, que llenó de felicidad a toda la familia. Pero la llegada de tal «competencia» no fue del agrado del mono, pues perdió todos los cariños y atenciones de la noble dama. Así, una noche, el simio agarró al niño y lo mató arrojando a la criatura por la ventana. Tamaña desdicha hundió a la madre en una gran depresión, que le llevó, finalmente, a fallecer de tristeza y desconsuelo. El rico mercader, lleno de rabia y rencor, ordenó construir unos grilletes, a los que encadenó al mono, decretando que no se le diese agua ni alimento. El mico terminó sus días después de una larga agonía. 

Una segunda versión, expone que el noble señor marcha a la guerra, dejando a su esposa en compañía de un simio, pero cuando regresa se encuentra a un niño con rasgos de mono. El caballero lleno de furia y rabia, da muerte a su esposa y encadena al mico.

Y, la tercera interpretación cuenta que en el palacio los señores de la casa poseían un mono, siendo un esclavo negro quién se encargaba de su cuidado. Simplemente, la historia parece se inventa a través de las gárgolas de la fachada, que simbolizan esculturas del medievo: un hombre barbudo, una mujer llorando, y un simio con un niño; que cada uno escoja la interpretación que más le cautive.