El lamento eterno del Papamoscas de la Catedral de Burgos es el amor imposible del rey Enrique III, el Doliente

Cuentan que en el Camino Francés a su paso por Burgos, en la Catedral de Santa Maria, se expone el Papamoscas, un afamado personaje que abre excesivamente la boca, cuando suenan las horas, lanzando, al mismo tiempo, un lamento chillón y estrepitoso que, habitualmente, provoca una sonora carcajada a los que le contemplan. Esta ingeniosa leyenda del grotesco Papamoscas narra el amor imposible del rey castellano, Enrique III, el Doliente; llamado así a causa de su precaria salud, pues, según parece, había nacido con un exiguo sistema inmunitario que le hacía «presa fácil» de enfermedades contagiosas. En joven y enfermizo monarca había venido al mundo en Burgos en el año 1379 y, puesto que era muy devoto, todos los días acudía, en secreto, a la seo burgalesa a rezar, por su salud. Este rey pertenecía a la Casa de Trastámara y fue rey de Castilla y Príncipe de Asturias durante pocos años ya que falleció en Toledo en 1406 a la edad de 27 años.

Volviendo a la leyenda del Papamoscas, una mañana de «invierno burgalés» el devoto Enrique III se encontraba rezando en la Catedral de Burgos cuando quedó paralizado por la presencia de una joven y bella muchacha, que también se hallaba orando en una capilla continua a la que él estaba. El monarca quedó enamorado de la lozana doncella y, cuando esta salió del templo, la siguió sigilosamente hasta descubrir la casa donde vivía. La escena se repitió, una y otra vez, durante algunos meses sin que mediara palabra entre los dos jóvenes, pero la muchacha decidió un día «tomar la iniciativa» y poco antes de llegar a su casa dejó caer su pañuelo, que Enrique recogió, pero que no hizo entrega, pues, prefirió guardarlo y ofrecer uno de los suyos. La muchacha y el tímido rey, sin mediar palabra y cruzando entre ellos una vergonzosa mirada, tomaron el camino de sus respectivas residencias, pero, de pronto, Enrique escuchó a su espalda un lamento comparable a un quejido que, a partir de ese momento, ya nunca olvidaría. 

Al día siguiente, la doncella no apareció por la Catedral y el rey salió a buscarla a la casa donde la había visto entrar, pero, cuando preguntó por sus residentes, recibió como respuesta: «en esa casa hace tiempo que ya no vive nadie». Enrique quedó aturdido y afligido mientras en su mente se repetía el lamento de la chica, por lo que decidió encargar a un taller de relojeros venecianos una figura acompañada de un reloj con el fin de perpetuar el gemido de su amada en cada toque de campana; aunque, la verdad, el resultado logrado por el incompetente constructor del robot se alejó demasiado del deseo del monarca, el cual se encontró una grotesca imagen que lanzaba, abriendo exageradamente la boca, más un graznido que un grato suspiro cuando sonaban las horas.

Los feligreses que entraban en la Catedral burgalesa descubrieron la talla, que bautizaron como Papamoscas, pues, cuando sonaba la campana con las correspondientes horas, no podían evitar una carcajada al verle abrir la boca.  

La Virgen de Santa Maria de la Buena Leche, testigo eterno del amor de los Condes de Lebeña

Cuentan que en el Camino Lebaniego los peregrinos y peregrinas encuentran la Virgen de Santa Maria de la Buena Leche, evidente testigo del amor eterno de los Condes de Lebeña, Alfonso y doña Justa, los cuales mandaron construir en el año de 925 la iglesia prerrománica de Santa Maria de Lebeña. Aunque, lo cierto, es que la edificación del templo fue inicialmente proyectado para acoger los restos de Santo Toribio de Liébana, que entonces estaban en el monasterio de San Martín de Turieno. El conde Alfonso de Lebeña ordenó levantar la iglesia en el centro de sus propiedades y dominios de poder religioso y civil pensando en convertirse en el guardián del sepulcro de Santo Toribio.

Los monjes se negaron a tales pretensiones y Alfonso reunió un pequeño ejercito de 50 hombres y se fue a desenterrar los restos del santo, pero cuando estaban cavando todos se quedaron ciegos. El hidalgo señor de Lebeña se encomendó a Dios para que le liberase de aquel castigo divino a cambio de renunciar a los restos del santo y a su propio patrimonio, que cedería a los frailes. De esta forma, todos los miembros de la comitiva del conde recuperaron la vista. Esta es la leyenda del conde de Lebeña, aunque también se refieren otras relacionadas asimismo con la iglesia prerrománica de Santa Maria de Lebeña.

El lugar donde se edificó el templo era un antiguo lugar donde crecía un tejo, árbol sagrado de los cántabros, que servía de reunión para ritos ancestrales de culto a la naturaleza, teoría sostenida por haber descubierto en la iglesia una losa con símbolos celtas de dibujos solares y espirales.

Por aquellos años de la construcción del templo, el conde Alfonso contrajo nupcias con doña Justa, una mujer mozárabe procedente de Al Andalus, pero la esposa añoraba el cálido sol del sur de la península. El amor del noble para con su esposa era tan grande que dispuso traer un olivo de Al Andalus, que fue plantado junto al tejo, a las puertas de Santa Maria de Lebeña, como símbolo del amor entre Alfonso y su esposa Justa. Hoy en día, el olivo milenario permanece en el lugar mientras que del tejo queda sólo el tronco ya que un rayo lo «arruinó» casi en su totalidad.

Desde entonces la Virgen de Santa Maria de Lebeña, conocida como la Virgen de la Buena Leche porque está amamantando al niño, es testigo eterno del amor de los Condes de Lebeña. Cuentan que hay parejas que vienen a este lugar para rezar y pedir a la Virgen que les ayude a tener hijos. 

La Leyenda del alquimista Nicolas Flamel que viajó a Santiago buscando la piedra filosofal

Cuentan que el alquimista francés Nicolas Flamel viajó en la baja Edad Media a Santiago de Compostela en búsqueda del conocimiento para descifrar los misterios que ocultaba el libro Aesch Zezareph, un grimorio alquímico, escrito por el cabalista hebreo Abraham, que explicaba a través de jeroglíficos la forma de lograr la Piedra Filosofal. Así, Flamel, que consideraba a Santiago como el patrón de los alquimistas y las ciencias cosmológicas, llegó a Compostela habiendo buscado por el camino jacobeo, sin éxito, algún erudito que le descubriera los enigmas del libro escrito por el rabino Abraham. Finalmente, a su regreso, llegó a León y junto a la catedral (en la foto, el tímpano de su entrada) encontró al maestro rabino Canches, que le explicó las fórmulas para deducir los secretos ocultos de los textos, que encierran todo un compendio de astrología, ángeles y demonios, akelarres, encantamientos y hechizos, además, de ser capaz de fabricar mezclas y fórmulas mágicas como, posiblemente, la Piedra Filosofal y el elixir de la eterna juventud.

Nicolas Flamel era un escribano ilustrado, copista y librero, nacido en 1330 en las cercanías de París, que se hizo con el mencionado manual cabalista Aesch Zezareph, del hebreo Abraham, y que, parece ser, se considera el origen de toda su fortuna; en vista de que en el libro de Figuras Jeroglíficas, de Nicolas Flamel, (1612) se describe como consigue «fabricar» unas porciones de plata y oro, junto con su esposa Perenelle. Así, el alquimista parisino financió, en principio, con su modesta fortuna asilos, capillas y hospitales.

La leyenda manifiesta también que Flamel y su esposa Perenelle obtuvieron el elixir de la eterna juventud. Está documentado que fallecieron entre 1410 y 1418 y fueron enterrados en el cementerio de San Jacques de la Boucherie, de París. Años más tarde, ante los rumores de apariciones del matrimonio alquimista en diferentes lugares del mundo (India y Turquía), las autoridades parisinas decidieron descubrir el panteón de los cónyuges. La sorpresa fue comprobar que estaba vacío.

Incluso en siglos posteriores han continuado las apariciones de Nicolás Flamel y su esposa Perenelle en distintos lugares del mundo, pero la certeza de estas visiones nunca han sido verificadas. La leyenda de Nicolas Flamel, además, se engrandece al ser mencionado en numerosas obras como: El Priorato de Sión, Hary Potter, El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo y muchas más novelas, películas e, incluso, videojuegos.

La leyenda del descubrimiento de la Virgen de Orreaga Roncesvalles del Camino Francés

Cuentan que la veneración a la Virgen de Orreaga Roncesvalles se ha vinculado al Camino de Santiago como protectora de peregrinos y peregrinas desde tiempos inmemorables. Sobre su «descubrimiento» en este lugar del inicio del Camino Francés se conocen leyendas similares, a lo largo de los itinerarios jacobeos, que cuentan cómo apareció la imagen de la Virgen para ser venerada por los caminantes a Santiago de Compostela. De hecho, la realidad —documentada— nos indica que la imagen es una talla del gótico francés, traída desde la localidad francesa de Toulouse, cuando se comenzaron los trabajos de construcción de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles, precisamente, en el lugar donde se produjo el prodigio de la aparición de la Inmaculada Concepción en el siglo X. En la actualidad, todas las tardes se celebra la Misa del Peregrino en la que se imparte la bendición de la Virgen para que los andarines tengan «Buen Camino».

La leyenda comienza cuando un canónigo asustado por las continuas invasiones de los francos y sarracenos a través de los Pirineos y, temiendo que la imagen de la Virgen fuera injuriada y profanada, decide ocultar la talla en el bosque pero, con el paso del tiempo, el sacerdote falleció sin revelar el lugar del escondite. 

Pasaron los años y el suceso quedó en el olvido por los habitantes de Orreaga Roncesvalles;  hasta que dos pastores en una oscura noche de niebla cerrada se cobijaron en una borda junto a sus ovejas. De pronto, vieron pasar delante de ellos un ciervo con su cornamenta iluminada con una luz cegadora. Los pastores, aterrados, corrieron a refugiarse en lo más profundo del aprisco y decidieron no contar el suceso en el pueblo. Así lo hicieron, pero durante la noche siguiente el ciervo volvió a mostrarse, esta vez, con las astas rodeadas de brillantes estrellas, que le otorgaban un aspecto sobrenatural. Los pastores, venciendo sus miedos, siguieron al animal, el cual se detuvo en una fuente, donde comenzó a arañar la tierra con sus pezuñas mientras se escuchaba una melodía angelical.

Los pastores decidieron acudir al obispo de Iruña Pamplona para contarle el celestial suceso, pero el prelado no les creyó, retirándose a dormir, pensando, que serían supercherías de aldeanos ignorantes e incultos; sin embargo, en la mitad del sueño del purpurado se le apareció un ángel que le conminó a acompañar a los pastores para comprobar el divino evento. 

El obispo se levantó a toda prisa y fue hasta el refugio de los pastores, justo en el momento en que el ciervo se acercaba a la fuente, y comenzaba a remover la tierra con sus patas. Todos los presentes se afanaron a excavar hasta que encontraron la imagen de la Virgen con su corona de plata reluciendo en la oscuridad de la noche. 

Hoy en día, muy cerca de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles, junto al albergue de peregrinos y peregrinas, se puede encontrar la fuente del prodigio «presidida» por una antigua escultura representativa del momento en que un ángel despierta al obispo.

El Hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz de San Martín de Islares

Cuentan que en el Camino del Norte, en la pedanía castreña de Islares, «sobreviven en pie» las antiguas piedras del hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz, datado a principios del siglo XVI, y a pocos metros de la ermita de San Roque. Los restos revelan una construcción en sillarejo y mampostería de dos plantas y varias estancias para albergue y cuidado de los peregrinos y peregrinas, que caminaban hacia Santiago de Compostela. Este refugio jacobeo (ya en 1617) estaba regido por los curas de Islares, los cuales nombraban un mayordomo, encargado de la administración y anotación de los ingresos, gastos y rentas del Hospital de la Vera Cruz; siendo los responsables de rendir cuentas ante el Visitador General del Arzobispado de Burgos, según consta en documentos de la época, donde se mencionan a media docena de comisionados enviados por el Arzobispo de Burgos, entre 1631 y 1661.

El fundador del Hospital de la Vera Cruz de Islares fue Juan Pérez de Çamal Carrança, nacido en Islares y cartujo en Medina de Pomar, usufructuario de cuantiosos bienes, como navíos de pesca y pingües rentas a lo largo de esta franja costera del Cantábrico entre Castro Urdiales e Islares; de hecho tenía como su administrador a Gonzalo de Rozas, mayordomo del monasterio de Santa Clara de Castro Urdiales. 

Además, este acaudalado religioso, a su fallecimiento, dejó ordenado en su testamento como heredero principal al Hospital de peregrinos y pobres de la Vera Cruz de San Martín de Islares. Y también, entre otras cosas, la celebración de varias misas rezadas por su alma en la iglesia de San Martín, sobre la sepultura de sus padres, y una cantidad de ducados para dar limosna a los pobres del pueblo: «que a ninguno se le dé menos de cuatro reales».

El «Tren del Aceite», convertido en una vía verde para senderistas y cicloturistas

Cuentan que el Camino Mozárabe recorre algunos tramos del «Tren del Aceite» en la provincia de Jaen, un ferrocarril que comenzó a construirse en 1879 y que se finalizó catorce años después. En la actualidad una parte del itinerario se ha transformado en una Vía Verde para ciclistas y senderistas entre Jaen y la estación de Campo Real a 6 kilómetros de Puente Genil. En realidad se trata de una ruta que tiene por protagonista a los miles de olivos con variedades de todo tipo de aceitunas, que se evidencian en la exposición del Jardín de Variedades de Alcaudete, uno de los finales de etapa del Camino Mozárabe. La Diputación de Jaen ha recuperado el trayecto como Vía Verde, en 2001, después la clausura por parte de RENFE en 1985, equipando el camino con algunos pocos servicios.

El «Tren del Aceite» partía, en realidad, de la localidad de Linares, pasaba por Jaen, Torredelcampo, Torredonjimeno, Martos, Alcaudete, Luque (desde donde se construyó una desviación hasta Baena), Zuheros, Doña Mencía, Cabra, Lucena y Moriles; el trazado se completó con el tramo cordobés, entre Puente Genil y Cabra. De esta forma, se facilitaba la salida a los productos de la metalurgia pesada de Linares y a los productos alimenticios, sobre todo aceite, de Jaén y Córdoba.

Varias son las localidades del «Tren del Aceite» que se corresponden con el Camino Mozárabe en varias etapas, como las de Lucena, Cabra, Doña Mencía, Alcaudete y Baena. En realidad, todo el trazado de la Vía Verde del Aceite se distingue por este singular atractivo, que justifica su nombre por la maravilla de un escenario, el cual se acredita claramente por su nombre. Sólo en la provincia de Jaen están acreditados 66 millones de olivos y, además, la de Córdoba ocupa en el ranking la segunda plaza con más hectáreas de olivar. Caminar o pedalear a lo largo del «Tren del Aceite» entre septiembre y enero es relajarse entre un perfume de aceitunas, que se origina de los centenares de almazaras convirtiendo la cosecha en «jugo de aceituna».

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/via-verde-del-aceite-59297542

https://www.viasverdes.com/noticias/noticia.asp?id=635&cat=*

Las tres conclusiones diferentes de la Leyenda de la Casa del Mono de Cáceres

Cuentan que en La Vía de la Plata, en el Casco Histórico de Cáceres, relatan la Leyenda de la Casa del Mono que, en su desenlace, guarda tres conclusiones diferentes para que cada cual interprete la que considere más oportuna. Los inicios de la historia se remontan al siglo XV en el palacio de una familia apellidada «De los Nidos» formada por un acaudalado matrimonio; el marido un rico comerciante, el cual se veía obligado a viajar durante largos períodos de tiempo para atender sus negocios, y una joven y bella esposa que se sentía sola durante las ausencias de su pareja en aquel palacio tan enorme. Los cónyuges, durante mucho tiempo, intentaron tener descendientes pero no lo lograron a pesar de acudir a hechiceros y santeros, sometiéndose y sufriendo los sortilegios mas extraños e insólitos. 

El mercader, preocupado por la tristeza de su amada esposa, le regaló un mono para que su compañera estuviera entretenida. La señora lo recibió con gran agrado y convirtió al animal en el centro de todas sus atenciones como si se tratase de un hijo. El comerciante, viendo que su señora estaba satisfecha y alegre, decidió regresar a prestar atención a sus negocios, los cuales le obligaron a ausentarse de su casa. 

Una noche de borrasca y ventisca de crudo invierno, un apuesto caballero solicitó cobijo a la noble dama, la cual ofreció su hospitalidad al aterido viajero, que terminó abrigado y reconfortado en el lecho de la dama. Al día siguiente, el joven, ya recuperado, continuó su camino.

Tiempo después, el marido regresó a su casa y fue recibido por su esposa con la «buena nueva, por la gracia de Dios» de encontrarse embarazada. El noble hidalgo, atónito, no preguntó cómo pudo haber ocurrido tal acontecimiento y aceptó el nacimiento de su hijo, que llenó de felicidad a toda la familia. Pero la llegada de tal «competencia» no fue del agrado del mono, pues perdió todos los cariños y atenciones de la noble dama. Así, una noche, el simio agarró al niño y lo mató arrojando a la criatura por la ventana. Tamaña desdicha hundió a la madre en una gran depresión, que le llevó, finalmente, a fallecer de tristeza y desconsuelo. El rico mercader, lleno de rabia y rencor, ordenó construir unos grilletes, a los que encadenó al mono, decretando que no se le diese agua ni alimento. El mico terminó sus días después de una larga agonía. 

Una segunda versión, expone que el noble señor marcha a la guerra, dejando a su esposa en compañía de un simio, pero cuando regresa se encuentra a un niño con rasgos de mono. El caballero lleno de furia y rabia, da muerte a su esposa y encadena al mico.

Y, la tercera interpretación cuenta que en el palacio los señores de la casa poseían un mono, siendo un esclavo negro quién se encargaba de su cuidado. Simplemente, la historia parece se inventa a través de las gárgolas de la fachada, que simbolizan esculturas del medievo: un hombre barbudo, una mujer llorando, y un simio con un niño; que cada uno escoja la interpretación que más le cautive. 

San Veremundo de Iratxe, el abad que alimentaba a los pobres peregrinos

Cuentan que el Camino Francés atraviesa  Tierra Estella por la localidad navarra de Villatuerta, donde nació San Veremundo (también sitúan su origen en el cercano pueblo de Arellano), monje benedictino y abad del Monasterio de Santa María la Real de Iratxe, que alimentaba a los pobres y a todos aquellos que pasaban por el convento; incluso, según cuenta la historia, en más de una ocasión los frailes de la abadía sufrieron continuos ayunos debido a la «compasión alimenticia» que ejercía su santo prior con los peregrinos y peregrinas. San Veremundo vivió entre los años 1020 y 1099 y con apenas doce años ingresó en el Monasterio de Iratxe, en el tiempo en que era rector su tío Don Munio, quien le «colocó» como portero para atender a los pobres del entorno y a los peregrinos y peregrinas, que por aquellos años caminaban hacia Santiago de Compostela. Es a partir de este generoso quehacer cuando se acrecienta la leyenda y milagros de San Veremundo, que hoy en día se mantiene en la fuente de la que brota agua y vino al pasar el Camino Francés por Bodegas Iratxe. 

Con 32 años, San Veremundo es designado abad, al fallecer su tío Don Munio, y es a partir de esos años cuando el Monasterio de Iratxe adquiere su mayor prestigio y gloria, sobre todo con los privilegios otorgados por reyes navarros como Sancho Garcés IV y Sancho Ramírez, aunque al ser nombrado prior, San Veremundo no abandona su valiente misión de atender a los mendigos y caminantes, que se presentaban en la puerta del claustro para recoger los alimentos y restos de la comida de los monjes.

La comunidad benedictina aceptaba resignada los ayunos a los que les obligaba su santo abad, pero un día San Veremundo fue descubierto por uno de los monjes con el hábito hinchado, quien le preguntó por la causa de tamaño «engorde», obteniendo como respuesta que eran «flores para la Virgen de Santa María del Puy». El fraile destapó su túnica dejando caer un montón de rosas recién cortadas.

San Veremundo es patrón de las dos localidades navarras de Villatuerta y de Arellano, las cuales custodian, alternativamente, durante cinco años las reliquias del monje benedictino. El intercambio de los restos tiene lugar en el mes de agosto mediante una romería por varias localidades de Tierra Estella, donde San Veremundo es venerado, con cánticos en su honor y  jotas navarras, al visitar la romería el Monasterio de Iratxe, Dicastillo, Arellano y Villatuerta. 

Un águila coronada indicó la morada de la Virgen de la Asunción de Ziortza Bolibar

Cuentan que, en los cartularios de San Millán de la Cogolla (La Rioja), está escrito que en el año 968 en la parroquia de Santa Lucía de Gerrikaitz (Bizkaia) los feligreses, durante la la celebración de la festividad de la Virgen de la Asunción, un águila coronada cruzó el cielo y se posó en el cementerio para recoger un cráneo del osario del camposanto. El águila retomó el vuelo con la calavera en sus patas surcando los cielos hacia la ladera noroeste del monte Oiz, donde dejó caer el cráneo sobre una fría pradera repleta arbustos de sauco. Los devotos campesinos interpretaron el suceso como un prodigio vinculado a la festividad de la de la Virgen Asunción y decidieron construir una ermita dedicada a la Virgen de Ziortza, pues en aquella «pradera fría» de pastizal era «abundante en sauco», el toponímico en Euskera del lugar indicado por el águila coronada. Así es como en el siglo X «arranca» el origen de la Colegiata de Zenarruza  y  Ziortza —por fría y por sauco: dos lineas de la evolución de los términos euskerikos— que, al ser paso obligado del Camino de Santiago del Norte o de la Costa, fue adquiriendo un grado de crecimiento y notoriedad, sobre todo, a partir de 1379 que fue elevada a la categoría de colegiata, la cual sin ser catedral está regida por un deán, abad o prior.

La Colegiata de Zenarruza obtuvo su máximo esplendor entre los siglos XVI al XIX, siendo a partir de este último cuando comienza su declive hasta terminar, prácticamente, en ruinas debido al olvido de la Santa Sede y a diferentes incendios; aunque por fortuna la Diputación Foral de Bizkaia decide su restauración en 1980. Una reducida congregación de los monjes cistercienses del Monasterio de Santa María La Real de La Oliva de Carcastillo (Navarra) se hace cargo de la Colegiata de Zenarruza.

El Camino del Norte o de la Costa atraviesa el patio del monasterio entrando, precisamente, bajo el escudo de la puerta oeste donde se recoge la imagen del águila coronada con la calavera en sus garras, que da paso al claustro renacentista de dos pisos; el único existente en Bizkaia, y la iglesia de estilo gótico tardío con su retablo dedicado a la Virgen de Ziortza y, además, su órgano barroco (en funcionamiento) también uno de los más antiguos de España.

Zenarruza cuenta con un albergue de peregrinos y peregrinas de tradición jacobea, es decir de acogida «caritativa», para una veintena de personas, agua caliente y cena comunitaria (la misma que los monjes) y desayuno. Toda esta admisión es gratuita y los monjes solamente solicitan el donativo de la voluntad, que considere cada caminante. Es posible también alojarse en la hospedería de la Colegiata que dispone de 14 habitaciones.

La comunidad de monjes cistercienses invitan a los peregrinos y peregrinas a participar en las liturgias de las oraciones del día, como las Vísperas, y en la «bendición del peregrino» para aquellos que la solicitan.

El Camino Ignaciano, un tránsito vital del soldado y guerrero Iñigo al santo Ignacio de Loyola

Cuentan que los peregrinos y peregrinas encuentran en el Camino Francés, en la etapa con final en Iruña Pamplona, una escultura que representa el momento en que resultó herido Iñigo de Loyola, quien años más tarde fundó la Compañía de Jesús. El monumento se encuentra situado en el mismo lugar donde el joven Iñigo, soldado de las tropas oñacinas, el 20 de mayo de 1521, cayó herido por una bala de cañón que le destrozó una pierna y dañó la otra, cuando defendía el Castillo de Pamplona del asedio de los ejércitos franco-agramonteses, que intentaban recuperar el trono de Navarra para los reyes Juan de Albret y Catalina de Foix.  El conjunto escultórico, concebido por el artista catalán Joan Flotats, reproduce a Iñigo de Loyola llevado sobre una camilla por tres compañeros mientras un perro mira al malherido combatiente. La escena es el punto de partida del tránsito vital del soldado y guerrero Iñigo al santo Ignacio de Loyola, que se reflejará, un año después, en su caminar, por el santuario de Arantzazu hasta la Virgen de Montserrat, donde depositó sus ropas militares, a través de lo que hoy se conoce como el Camino Ignaciano. 

Iñigo, durante su convalecencia en su casa natal de Loyola, dedicó su tiempo a la lectura de «La Vida de Cristo» y las historias de los santos de cada día, que le proporcionaba su hermana. Así fue como el repaso de estos libros religiosos cambió por completo su pensamiento y, de este modo, asumió la decisión de consagrarse «Caballero de Jesús». Un año después, una vez recuperado de sus heridas, Ignacio emprende una peregrinación de 650 kilómetros desde su Loyola hasta el monasterio catalán de la Virgen de Montserrat y la cueva de Manresa, donde pasó diez meses consagrado a la meditación y a redactar los Ejercicios Espirituales, que cambiaría su vida.

Hoy en día, lo que se conoce como el Camino Ignaciano es un nuevo itinerario de senderismo de reflexión y meditación (también se puede realizar en bicicleta) en el sentido contrario a las flechas amarillas que llevan a Santiago de Compostela. El Camino Ignaciano se inicia desde el lugar donde se ubicaba la casa torre de la familia de los Loyola, en el Santuario de la Compañía de Jesús, y atraviesa tierras vascas, La Rioja, Navarra, Aragón y Catalunya. En total son 27 etapas atravesando parques naturales como el de Aizkorri-Aratz o Izki; bosques, viñedos, huertas de cultivo, zonas desérticas, ermitas, monasterios, palacios y castillos; en realidad una gran cantidad de alicientes para la seducción de peregrinos y peregrinas.

 https://caminoignaciano.org/