La tumba de César Borgia es pisoteada «por hombres y bestias»

Cuentan que en la ciudad navarra de Viana, en el Camino Francés, a su paso por «Tierra Estella», se encuentra enterrado el segundo hijo natural del Papa Alejandro VI y de su amante Vannozza dei Cattanei, llamado César Borgia, el cual fue cardenal, obispo de Iruña Pamplona, arzobispo de Valencia, mecenas y protector de Leonardo da Vinci, y protagonista del famoso relato «El Principe», escrito por Nicolás Maquiavelo. También, fue general de las milicias del Vaticano y de los ejércitos del Reino de Navarra, además de poseedor de innumerables títulos nobiliarios. Entonces transcurría el siglo XV del Renacimiento, una época en la que nació y se crió César Borgia en una Italia, plagada de peleas y conflictos entre clanes, «acunado» y protegido por el inmenso poder de su padre, el Papa Alejandro VI.


Según cuenta la historia, César Borgia aprendió en la Italia del Renacimiento a intrigar, negociar, conspirar y traicionar, según su conveniencia, para convertirse en el principal caudillo de la dinastía de los Borgia, que  lideraba, en un principio, su valenciano padre Alejandro VI, el cual tuvo cuatro vástagos: Juan, César, Lucrecia y Jofré. El primogénito Juan era el preferido del Papa Alejandro VI, asunto que no gustaba a su hermano César, el cual fue destinado a la carrera eclesiástica, que abandonó después de la misteriosa muerte de su hermano Juan. 

En una noche de verano Juan y César cenaron juntos y, al final, cada uno se fue a sus correspondientes viviendas, pero el hermano mayor desapareció y nada se supo de él hasta que fue encontrado flotando en las redes de un pescador en las aguas del río Tiber. Nada se supo de quién le mató aunque algunos cronistas de la época señalan a César como el autor de su muerte, lo cual nunca se ha demostrado. Era el momento ansiado por César Borgia para sustituir a su hermano Juan y convertirse en el  capitán de los ejércitos vaticanos. Fue entonces cuando hizo cincelar en su espada el lema «¡Aut Caesar aut nihil!» (¡O César, o nada!), prueba de su ambición. 

A partir de este momento, la trayectoria de César Borgia ascendió como la espuma con el refrendo y las conspiraciones de su padre, el sumo pontífice. Pero el punto de inflexión se produce cuando el progenitor y su hijo acuden a una banquete, invitados por el cardenal Adriano de Corneto. Días después, Alejandro VI enferma, al igual que César, pero el Papa fallece mientras su heredero logra salvarse. Por esas fechas había una epidemia de malaria en Roma, aunque todos los indicios señalan a que fueron envenenados. 

Ha llegado el tiempo de la decadencia de César Borgia que, finalmente, se ve encarcelado en Italia y, después de diferentes avatares, termina acudiendo al reino de Navarra, acogido por su cuñado el rey Juan II de Aragón, que le nombra condestable y capitán de los ejércitos navarros en un intento de ganar la guerra que se desarrollaba entonces entre los agramonteses, los seguidores de los reyes navarros y los beaumonteses, los partidarios del condestable del reino de Navarra.

El final de César Borgia está ya cerca, cuando en el asedio a la ciudad de Viana —el Castillo se mantiene firme— se produce una escaramuza que encoleriza al capitán navarro. César Borgia sale a caballo en persecución de los hombres, que han evadido el cerco, sin darse cuenta que ha dejado a sus hombres rezagados. Es el momento aprovechado por sus enemigos en el llamado Barranco Salado para darle muerte.

Su cuerpo, recogido por sus soldados, es llevado para darle sepultura en presbiterio de la iglesia de Santa María de la Asunción de Viana, pero, pasado un tiempo, el obispo de Calahorra decide que César Borgia no tenga privilegios y ordena sepultarle en la calle, a la entrada del templo, para que «los hombres y las bestias pisen sobre su tumba y de esta forma, purgue los pecados cometidos». 

La ciudad romana de Cáparra, parada obligada de peregrinos y turistas en la Vía de la Plata

Cuentan que Cáparra fue un enclave de la época romana donde los legionarios licenciados de los ejércitos romanos «hacían una parada» para descansar antes de llegar a Emérita Augusta (Mérida), donde disfrutaban de su jubilación. Estas ruinas se encuentran en la ruta hoy conocida como la Vía de la Plata, a mitad del camino de la larga etapa entre Carcaboso y Aldeanueva del Camino en la provincia de Cáceres; que, según dicen, son de origen vetón, pueblo prerromano guerrero, ganadero  y agricultor, el cual supo adaptarse a la conquista romana de la Península Ibérica. 


Los estudios arqueológicos realizados en el yacimiento de Cáparra demuestran, en cierta medida, que se trataba de una ciudad próspera y de gran actividad. Destaca sobre todo el conjunto el Arco de cuatro puertas o Terapylum situado en el centro de la población y desde el que se entraba al Foro, donde se encontraba la Basílica, lugar de impartición de justicia, y la Curia, el órgano de gobierno de Cáparra. Al fondo, había tres templos siendo uno de ellos dedicado a Júpiter, el más distinguido.

Por otra de las puertas del arco de Cáparra se llegaba a lo que hoy en día conocemos por el mercado, donde se situaban pequeños comercios y tabernas de todo tipo. Y, además, perpendicularmente a esta avenida, confluía otra avenida, a través de otra de las puertas del arco, donde se encontraban las termas y las insulae o viviendas de los pobladores de Cáparra. 

Cáparra era parada obligada para los legionarios romanos licenciados por su situación geográfica privilegiada en la ruta de la calzada romana, que unía Emérita Augusta (Mérida) y Astúrica Augusta (Astorga). Hoy en día, es igualmente una pausa turística inedulible para los peregrinos que caminan por la Vía de la Plata y, también, para muchos viajeros.

https://www.turismoextremadura.com/es/explora/Ciudad-romana-de-Caparra/

El milagro de la luz equinoccial: La televisión de la astrofísica del siglo XI

Cuentan que en los equinoccios de primavera y otoño se produce el «Milagro de la Luz» en las iglesias románicas de Santa Marta de Tera, en Zamora, y en San Juan de Ortega, en Burgos, respectivamente, en el Camino Sanabrés y en el Camino Francés. Este es un fenómeno que tiene como protagonista al sol al iluminar los capiteles medievales de las localidades mencionadas y que, metafóricamente, se puede definir como la televisión de la astrofísica en el siglo XI. Así, los cristianos de la Edad Media podían comprender los misterios de la Encarnación y la Ascensión. Este próximo viernes, 18 de marzo, se repetirá el prodigio durante unos pocos días, cuando el sol cruza el ecuador celeste y el día y la noche tienen la misma duración. Oficialmente, la primavera entrará el domingo 20, a las 15,33 hora UTC (Tiempo Universal Coordinado, que en España es UTC+1). 


En Santa Marta de Tera todo comenzará este viernes 18 de marzo, hacia las 9 de la mañana, y durará hasta el jueves 24, cuando la luz del ventanal abocinado incida —durante unos 5 minutos— sobre el capitel de la izquierda donde se encuentra la representación de la Ascensión de Jesucristo. La iglesia de Santa Marta, considerada como la más antigua de Zamora, es de estilo románico y, según se cree, formaba parte de un monasterio mozárabe. En su portada se encuentran las imágenes de Santiago Peregrino y San Pedro.La principal celebración prevista en Santa Marta de Tera será el próximo 19 de marzo a partir de las 9 de la mañana, con la Schola Cantorum de Zamora que interpretará el concierto «Dominica in palmis». Aunque, para aquellos que deseen acudir, se aconseja rellenar un formulario de inscripción para asistir al «Milagro de la Luz» y al concierto en el siguiente enlace: 

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSejtfYN6vCW5yLQXIllJdmpVlZb4wDSOKZJ_SgE0iSuajkElA/viewform

En el caso de San Juan de Ortega la luz de un rayo de sol ilumina el único capitel historiado, —durante 10 minutos— a las 17 horas (hora solar), el cual recorre a través de una secuencia perfecta, que representa la Anunciación de la Virgen María. La sucesión de la estampa alumbra primero a María y la notificación por el arcángel Gabriel de la Encarnación del Hijo de Dios, la Virgen embarazada a continuación, y el saludo a su prima Santa Isabel, mientras San José se encuentra adormilado en siguiente el vértice, y la escena se completa, finalmente, con el pesebre con el Niño Dios y la «buena nueva» a los pastores.


La iglesia de San Juan de Ortega fue restaurada en el siglo XV por el artista Simón de Colonia, el cual poseía elevados conocimientos matemáticos y de astronomía adquiridos durante su formación en su Alemania natal. En el interior del monasterio se encuentra el sepulcro de San Juan de Ortega, considerado patrono de la fertilidad, donde las mujeres que quieren quedarse embarazadas acuden a rezar a su sepultura para alcanzar su propósito.

La «Virxe da Barca», que llegó a Muxía en una barca tripulada por los ángeles

Cuentan que cuando Santiago estaba predicando la palabra de Dios en tierras gallegas la Virgen se le apareció por el mar de la Costa da Morte, navegando en una barca de piedra tripulada por los ángeles; al llegar a tierra la Virgen dijo al apóstol que sus sermones habían tenido éxito, pero que era necesario que regresara a Jerusalén para su martirio. La Madre de Dios entregó a Santiago una imagen suya para que fuera venerada en aquel lugar, donde se construiría una ermita, la cual llevaría por nombre el santuario de La Virgen de la Barca de Muxía. Ya en el siglo VI había una capilla y, posteriormente, en el XV se amplió con una nueva iglesia y, al final, en el XVIII se erigió el monasterio actual. Este es uno de los finales de los muchos Caminos de Santiago, junto al clásico de Fisterra en la Costa da Morte.

Este es el inicio de la leyenda de «la Virxe da Barca de Muxía», donde se pueden encontrar tres grandes piedras que sugieren, según sus formas, la vela de un barco, su quilla y su timón, las cuales han recibido los nombres de «la Pedra de Abalar», «la Pedra dos Cadrís» y «la Pedra do Timón»; son los restos de la barca pétrea de la Virgen cuando se apareció a Santiago en la Costa da Morte. A todas ellas se les atribuyen, según arcaicas creencias, propiedades milagrosas y curativas, que han sido modificadas por la tradición cristiana.  

El domingo siguiente al 8 de septiembre se celebra la romería de la Virgen de la Barca y los romeros intentan mover «la Pedra de Abalar» subiéndose a ella, aunque, según aseguran, sólo se mueve si la Virgen lo quiere. Suelen ser muchos los que, interiormente, realizan una pregunta a la «pedra», la cual responde afirmativamente, si se menea, o negativamente si se queda inmóvil. 

«La Pedra dos Cadrís» —-cadrís en gallego significa riñón—- está considerada como la vela de la barca y se le atribuyen propiedades curativas sobre los dolores de espalda, el reuma, lumbago, artritis o ciática. La forma de mejorar de estos males suele ser arrastrarse por el hueco que deja la «pedra» en su parte inferior un total de nueve veces y colocar la cabeza en una cavidad, a la que también se le atribuye el alivio del dolor de cabeza. 

Y, finalmente, «la Pedra do Timón» no parece tener ceremonia ordinaria, aunque para compensar la visita a esta «pedra», muy cerca se encuentra «la Pedra dos Namorados» a la que se aplica la propiedad de amor eterno. Hoy en día, todas estas ceremonias se utilizan como un elemento añadido a la romería de septiembre.

La leyenda del Puente de Valentré de Cahors que «atrapa» las garras del diablo

Cuentan que el Puente de Valentré de Cahors en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay (Francia) tiene «atrapadas» las garras del Diablo. Se trata de la repetición de la leyenda de la construcción de un puente y el trato con Lucifer para que ayude con la edificación, aunque, en este caso, resulte un poco diferente. La historia de la construcción de este viaducto se remonta al siglo XIV y ha llegado hasta nuestros días a través de las coplas de los juglares y trovadores. En 1306 los cónsules de Cahors decidieron  dotar a la villa de una entrada defensiva sobre el río Lot como protección en las guerras franco-inglesas. El Puente de Valentré tiene un largo «vuelo» sobre el lecho del río y consta de ocho arcos y tres torres de 40 metros de altura, además, de una capilla en la torre occidental dedicada a la Virgen.

Lo cierto fue que el asentamiento de la construcción de los pilares sobre el cauce del río Lot resultó ardua y complicada, de forma que las tareas se eternizaban, asunto que irritaba al maestro de obras ya que no lograría finalizar los trabajos en el plazo convenido. Así que, la leyenda narra, que el arquitecto invocó a Lucifer y pactó, a cambio de su alma, que le ayudase a terminar la edificación en el período acordado. Pero el constructor era un buen cristiano e ideó una artimaña para engañar al diablo, poco tiempo antes de que las obras estuvieran terminadas; de modo que, llegado el momento, el maestro de la obra desafía a Satanás a transportar agua en un cedazo para saciar la sed de los picapedreros, objetivo que, lógicamente, no pudo cumplir. 

El diablo monta en cólera por haber perdido la apuesta y toma venganza lanzando un encantamiento sobre una piedra de la torre central de forma que todas las noches se caería al río y el Puente de Valentré nunca estaría finalizado.Sin embargo, en 1879 los gobernadores de Cahors deciden acometer los trabajos de restauración del viaducto al arquitecto Paul Gout, el cual constata que siempre falta una piedra en el mismo lugar y decide encargar a un cantero que cincele un diablillo agarrando el pedrusco como si quisiera arrancarla de su hueco. 

Hoy en día, todavía puede verse en lo alto de la torre central, a Satanás «atrapado» por toda la eternidad a la piedra que trata de llevarse. 

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Los segadores gallegos y la Virgen de las Nieves del Santuario de La Tuiza en el Camino Sanabrés

Cuentan que durante muchos años, hacia el final de la primavera entre abril y mayo, numerosas cuadrillas de jornaleros gallegos caminaban en dirección a los «anchos» campos de Castilla para ocuparse de las siegas del cereal, la alfalfa o el trigo. Los segadores gallegos descendían a través de los Montes de León, por los puertos de Piedrafita de O Cebreiro o por el Padornelo y A Canda dispuestos a ganarse su jornal —por ejemplo, unas 700 u 800 pesetas de los años cincuenta del siglo pasado— después de unas semanas en las que se concentraba la siega de los campos en la meseta castellana; hacían el mismo recorrido de ida y de vuelta, como el caso que nos ocupa del Santuario de La Tuiza, en las cercanías del pueblo de Lubián, en la comarca zamorana de Sanabria.


El Santuario de La Tuiza se encuentra entre los puertos de montaña de El Padornelo y el de A Canda, lugar donde la tradición cuenta que estos colectivos de segadores gallegos eran los más devotos de la Virgen de las Nieves, al igual que los peregrinos de este Camino Sanabrés, obligados a superar estas sierras habitadas por lobos. El viaje de los segadores gallegos era una práctica que se remonta desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX con las lógicas diferencias de los tiempos modernos de desplazarse, a pie, en ferrocarril y, finalmente, en autocares contratados por las mismas cuadrillas. Una odisea de penurias que comenzaba en el viaje de ida y no finalizaba hasta que volvían a casa.

Los braceros gallegos, provistos de su «fouce» (hoz), un atillo con unas prendas para cambiarse y poco más, viajaban rápido, y al pasar, en la ida, por el Santuario de La Tuiza se encomendaban a la Virgen de las Nieves y, a la vuelta, solían dejar sus ofrendas en agradecimiento por regresar a Galizia. Atrás dejaban jornadas de trabajo de 16 horas, bajo el abrasador sol de Castilla, desde el amanecer hasta el anochecer y de lunes a domingo. 

Ya en 1863 la poetisa Rosalía de Castro  en su obra «Cantares Gallegos» reprochaba a Castilla el maltrato que obtenían los segadores gallegos: 
¡Castellanos de Castilla,
tratade ben ós gallegos;
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros!
… 
Van probes e tornan probes,
van sans e tornan enfermos,
que anque eles son como rosas,
tratádelos como negros.

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La ermita del Cristo del Amparo de Guardo y su importancia como cruce de caminos

Cuentan que en el Vexu Kamin de la montaña, en la localidad palentina de Guardo había un castillo, ya desaparecido, donde se encontraba una capilla con un Santo Cristo, que no tenía brazos, en una de las esquinas del oratorio. En el mencionado palacio trabajaba como criado un niño llamado Miguel, muy piadoso, el cual frecuentemente visitaba la imagen de Jesús crucificado para rezarle y llevarle flores. Lo cierto es que Miguel se entristecía mucho cada vez que terminaba sus oraciones y regresaba a sus quehaceres diarios, porque el Santo Cristo no tenía brazos. 


Pasado un tiempo, el joven sirviente decidió construir unos brazos para el Santo Cristo y con mucho cariño elaboró dos preciosos miembros que completaron la imagen del Cristo crucificado. Así, Miguel quedó muy contento con el trabajo realizado y continuó acudiendo a la capilla para sus rezos diarios. 

Meses más tarde, en uno de los viajes que Miguel realizaba en mula al servicio de su señor, tuvo que vadear el río Carrión, el cual bajaba muy crecido. La mula perdió el equilibrio y se ahogó dejando al muchacho, desamparado a merced de la corriente, y pasando grandes apuros de muerte.

Fue entonces cuando Miguel prometió al Santo Cristo de su devoción hacerle una ermita si se salvaba. Se salvó y fiel a su promesa vendió todo cuanto tenía y comenzó a construir el templo, hasta donde trasladó al Santo Cristo, en una explanada cercana al castillo, en un lugar que era cruce de caminos. A los pies de la imagen del «Crucificado» puso un letrero que decía: «A devoción de Miguel, de apellido Santiago, se va a construir aquí una ermita para el Cristo del Amparo». 

Con las limosnas que Miguel iba recaudando y con la ayuda de cinco mil reales que consiguió del rey, construyó el oratorio. A partir de entonces, la ermita del Santo Cristo del Amparo se convirtió en parada obligada de peregrinos y peregrinas del Vexu Kamin de la Montaña a Santiago, arrieros y pastores de la Cañada Real Leonesa, que allí encontraban hospedaje y descanso. Esta capilla del Cristo del Amparo, que también se encuentra bajo la advocación de la Virgen del Carmen, es el principal santuario de la devoción guardense. En torno a esta iglesia y coincidiendo con las fiestas religiosas los días de la víspera de la Ascensión, el Carmen y el primer domingo de setiembre se reúnen en la explanada los devotos de toda la comarca. 

La Torre de La Quadra

Cuentan que en el Vexu Kamin, Camino de la Montaña o Camino Olvidado se mantiene en pie la casa torre de La Quadra, en el municipio vizcaíno de Güeñes. La torre tiene una larga historia, enclavada en la Edad Media, protagonista de luchas banderizas e instrumento de financiación de nobles y eclesiásticos. Esta torre de La Quadra está situada en un lugar estratégico pues era el lugar idóneo para controlar el derecho de pontazgo  —de paso— por el río Cadagua y los caminos cercanos, por donde transitaban mercancías en dirección a la costa cantábrica y Bilbao, que debían pagar un peaje para el señor feudal; en aquellos tiempos exigido por un hijo bastardo de Ordoño de Zamudio, el cual se estableció en este punto fundamental de Bizkaia en el siglo XV.  


Esta época medieval se encuentra marcada por las luchas banderizas entre Oñacinos y Gamboínos, en las que los señores de la torre de La Quadra forman parte del bando de los Oñaz, aunque en alguna ocasión tuvieran que enfrentarse a familias de su mismo bando oñacino.

Como detalle histórico, hacia 1453 un señor del linaje de los Salazar se apropió de la torre y forzó a la viuda de Juan de la Quadra, propietaria entonces de la fortificación, a casarse con él, apoderándose así del patrimonio del linaje. Pero el prestamero, el funcionario de más autoridad  del Señorío de Bizkaia y, además, ejecutor de la justicia, acompañado por linajes oñacinos y gamboínos reunió un ejercito de 1.500 hombres para atacar a los Salazar, los cuales atrincherados, con tan sólo 800 hombres, derrotaron a los asaltantes. Pese a todo este éxito, los Salazar hubieron de restituir el torreón al linaje de los La Quadra.

Parece que esta guerra destrozó algunas partes de la torre, que hubo de ser reconstruida y, años después transformada en un caserío hasta que, finalmente, en 1981, un incendio destruyó la estructura interna y la casa fue abandonada.

Los 126 milagros de la Virgen Negra de Rocamadour

Cuentan que los monjes Benedictinos escribieron en el año 1172 los 126 milagros realizados por la Virgen Negra de Rocamadour, en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay, en Francia. En realidad, Rocamadour no es un lugar de obligado paso de caminos de Santiago, aunque muchos peregrinos y peregrinas se acercan desde el Camino de Le Puy  para rezar sus plegarias a la Virgen Negra y visitar el mágico conjunto, formado por siete santuarios, un castillo y una monumental escalera de 260 peldaños, por la cual abundantes pecadores suben de rodillas como penitencia para conseguir que su petición se haga realidad. Desde la ruta de Le Puy se camina a Rocamadour desde Figeac por el GR-6 (https://es.wikiloc.com/rutas-outdoor/figeac-rocamadour-gr6-3080821) después de 47 kilómetros, dividiendo el recorrido en dos etapas; hasta la localidad de Thémines (24 kilómetros) donde hay dos albergues y la siguiente hasta Rocamadour. Luego, para retornar al camino Le Puy se toma el GR-46 hasta Labastide-Murat y Cahors. 


Según cuentan, los benedictinos fueron los que comenzaron a divulgar que Zaqueo de Jericó, después de la muerte de Cristo, se estableció en la ladera del río Alzou fundando una capilla que se llamó Roca de Amadour, la cual, pasados varios siglos, cayó en el olvido quedando sólo el Santuario de la Virgen, hasta que en el siglo X se descubrió el cuerpo integro del anacoreta San Amadour, motivo por el que se activó la fama del lugar, convirtiéndose en un lugar de peregrinación. Los benedictinos en 1172 redactaron los 126 milagros realizados por la Virgen Negra y convirtieron a Rocamadour en un lugar de paso obligado para los peregrinos y peregrinas que cruzaban Europa siguiendo los caminos de Santiago.

Entre los 126 milagros que se atribuyen a la Virgen Negra de Rocamadour, se puede destacar el número 36 «La mujer que no pudo ser ahogada» correspondiente a Sancha Garcés, hija de García Ramírez y hermana de Sancho el Sabio, reyes de Navarra. Cuenta la leyenda que la infanta navarra enviudó de Gastón de Bearne, señor de la histórica región francesa de Bearn, estando encinta, situación que alegró a los bearneses, pero a los 40 días la infanta abortó y fue acusada de haber dado muerte a la criatura y condenada a sufrir «la prueba del agua». Así, Sancha de Navarra fue atada de pies y manos a un escudo de acero y arrojada al río Grave. Sin embargo, la infanta invocó el auxilio de la Virgen, a la cual puso por testigo de su inocencia, cuando ante el asombro de los bearneses, el escudo flotó sobre el agua deslizándose hasta la orilla donde quedó posada sana y salva. Los bearneses la llevaron a su palacio y Sancha, en agradecimiento a la Virgen, confeccionó un precioso tapiz que entrego a Geraud, el abad de Rocamadour, que regresaba de Compostela.

Rocamadour es un pueblo enclavado sobre una peña de 150 metros de altura, con las casas y los santuarios construidos en la misma piedra a lo largo de esa pared sobre el río Alzou, que durante siglos ha sido un lugar de peregrinación de santos como, Santo Domingo Guzmán y San Bernardo, además, de personajes famosos como Enrique II de Inglaterra, Luis XI de Francia, Alfonso III de Portugal, Blanca de Castilla y Henri Plantagenêt, padre de Ricardo Corazón de León, que viajó hasta allí en 1159 para agradecer a la Virgen Negra su curación. La Virgen Negra es una talla de madera del siglo XII, ennegrecida por el humo de las velas y cubierta de exvotos.

Sobre la tumba de San Amadour se encuentra, clavada en la roca, la espada Durandal de Roland, el cual, herido de muerte en la batalla de Orreaga Roncesvalles, hizo sonar el olifante para pedir ayuda a su tío Carlomagno, que nada pudo hacer por su sobrino. Pero Roland, antes de morir, encomendó al arcángel San Miguel su sagrada espada, lanzándola con todas sus fuerzas a los cielos del Pirineo, hasta que llegó a clavarse en Rocamadour. 

El palacio árabe de oro macizo de Vegapujin

Cuentan que en el pueblo leonés de Vegapujin en el Vexu Kamin o Camino Olvidado narran una leyenda sobre la existencia de un palacio árabe con todos sus muebles de oro macizo, en una colina denominada El Teso de las Pozas, que los vecinos intentaron localizar hace muchos años. No es de extrañar que este cuento tenga como protagonista al oro, pues los romanos, ya en los siglos I y II, buscaron este vil metal en las montañas que baña el río Omaña por medio de varias explotaciones auríferas del Valle Gordo y la red hidráulica construida para buscar el oro en estas montañas leonesas donde, hoy en día, todavía se enseña a los turistas a explorar el río Omaña «a la caza» del rico metal.


Así, un buen día, los vecinos de Vegapujin se reunieron en asamblea y decidieron encontrar el palacio y repartirse los muebles de oro macizo; en realidad sabían, aproximadamente, dónde debían excavar para descubrir el tesoro. Poco a poco, hicieron una gran fosa hasta encontrar un pórtico de bronce que no lograron abrir a pesar de tirar, con todas sus fuerzas, de las argollas de aquel enorme portal. Uno de los vecinos propuso la idea de utilizar unos bueyes para abrir las puertas y penetrar en el palacio; tarea que hicieron enganchando los animales a las anillas de la entrada. La pareja de bueyes tiró y tiró, pero el portón no se movió un ápice hasta que, de pronto, las anillas cedieron hasta romperse dejando a los lugareños muy desanimados.
Otro de los vecinos tuvo otra idea, desviar un cercano riachuelo y echar agua en la fosa para ablandar la entrada y lograr echar las puertas abajo. Así lo hicieron pero el regato no sólo reblandeció el terreno sino que taponó la fosa con tierra, piedras y barro, de forma que ya no había nada que hacer.
En la actualidad el agua que viene de la montaña leonesa se precipita por un gran hoyo, que según dicen, corresponde a la fosa perforada por los vecinos, y sale en la parte baja de la colina para bañar el pueblo de Vegapujin.

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