Oro de Bilbao para comprar armamento

Entre julio y octubre de 1936, nada más estallar la Guerra Civil, el PNV llevó a Baiona lingotes del Banco de España en Bilbao para adquirir armas en Checoslovaquia y Alemania

Un reportaje de I. Gorriti

CUANDO la Guerra Civil golpeó a Gipuzkoa, los habitantes del territorio se encontraron prácticamente desarmados ante los golpistas militares españoles y sus leales. Para ahogar aún más la indefensa situación, el presidente del Gobierno francés, León Blum, acordó el 8 de agosto de 1936 prohibir la exportación de armas a España, de acuerdo con el criterio adoptado en un Consejo de Ministros celebrado el 25 de julio del mismo año.

En un primer momento, Blum no pensó en actuar de este modo cuando recibió una llamada de socorro desde el otro lado de los Pirineos. El 20 de julio de 1936, el mandatario francés leyó las siguientes palabras en un telegrama de su homónimo español: “Sorprendidos por peligroso golpe militar. Stop. Solicitamos ayuda inmediata armas y aviones. Stop. Fraternalmente José Giral”. Según la interpretación realizada por investigadores e historiadores, Blum quiso responder afirmativamente, pero acabó echándose atrás y se atrincheró en la “No Intervención”.

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A partir de ahí, los republicanos y nacionalistas vascos pudieron conseguir alguna cantidad de metralla y escasos fusiles de cuarteles franceses. Unos 300 fusiles pudieron pasar la frontera pese al “cierre firme y absoluto” de la misma, como valoraba el secretario del gobernador civil de Bizkaia y miembro del PNV, Pedro de Basaldua, según documentos atesorados en Sabino Arana Fundazioa.

El jeltzale recordaba en sus testimonios una anécdota al respecto: Los obreros ferroviarios de Burdeos lograron, bajo pretexto de maniobrar los vagones de una vía a otra, soltar un vagón y enviarlo a gran velocidad a Hendaia. Cuando este llegó, el Gobierno francés ya había fijado su posición, prohibiendo toda exportación de armas. El vagón repleto de ametralladoras, fusiles y munición permaneció mucho tiempo a escasos metros de Irun, mientras esta ciudad caía en manos del enemigo por falta de material de guerra, explicaba Basaldua. Para más inri, meses después ese vagón salió hacia “la España facciosa”.

Los meses pasaron con el previo viaje del exdiputado Telesforo Monzón a Barcelona en busca de armas para defender Gipuzkoa. A juicio de Basaldua, la lentitud desesperante de las gestiones y el fracaso de las mismas en no pocas ocasiones llevaron al PNV a designar a Anton Irala como la persona que se trasladaría a Francia para hacer examen de la situación y de las posibilidades reales de adquirir armamento. Irala se entrevistó en París con Rafael Picabea y, a su regreso, inició gestiones con el mundo financiero, así como con consejeros de banca. “Todo fracasó, pues la duda, el recelo y la pasividad habían ganado sus espíritus mercantilizados”, estimaba el que fuera secretario del gobernador civil de Bizkaia.

Por este motivo, Irala y Monzón viajaron al país vecino con el objetivo de hacer un llamamiento desde territorio galo a los vascos del mundo con el fin de adquirir armamento. A este respecto, Basaldua valoraba: “Digamos que el patriotismo respondió mejor, en rasgo ejemplar y emocionante en uno de los casos concretos, que aquel que se hizo con anterioridad con la banca”.

Lingotes en pesqueros

Con esos mimbres, el PNV acordó con Eliodoro de la Torre, delegado del Departamento de Finanzas de la Junta de Defensa de Vizcaya, llevar a la práctica un plan, aceptado por el gobernador civil, “a base de disponer del oro -apunta Basaldua- que como reserva tenía el Banco de España en Bilbao”, en el mismo inmueble donde sigue a día de hoy, en la Gran Vía. “El plan se llevó a cabo entre julio y octubre de 1936”, acotaba Anton Irala en testimonios concedidos en 1989 a Eduardo Jauregi, investigador de Sabino Arana Fundazioa. Irala fue secretario general de la presidencia del Gobierno vasco, miembro de la Delegación vasca en París y delegado del Gobierno vasco en Nueva York.

La acción comenzó con la apertura de las cajas que contenían los lingotes de oro. Se procedió al correspondiente inventario “con todo detalle” y, a medianoche, se trasladó su contenido en dos automóviles al puerto de Ondarroa. El embarque de las cajas se registró a las dos de la madrugada: “Se hizo en cinco pesqueros, una caja en cada barco por si llegaran a tropezar con algún buque rebelde y para evitar de esa forma que su totalidad cayera en poder de los sublevados”. Al frente de la expedición viajaban De la Torre, Monzón e Irala.

Ya en aguas jurisdiccionales francesas, se transportó todo el oro en un solo barco con Eliodoro de la Torre al cargo hacia Donibane Lohizune y Baiona. Era sábado. Hubo que esperar al lunes. Solo el Credit Lyonnais admitía oro. De la Torre viajó a París y se quedaron al cargo Monzón y Picabea, que fueron quienes iniciaron las gestiones con Checoslovaquia e incluso Alemania, con la garantía de aquel dinero en depósito.

Las gestiones dieron sus frutos. En octubre, poco después de constituirse el Gobierno de Euzkadi, llegaba el primer barco con armas a Bilbao, procedentes curiosamente desde la ciudad alemana de Hamburgo, “ante la indiferencia de la policía y las autoridades fascistas”. Hasta entonces, según Basaldua, Bizkaia contaba con poco armamento para hacer frente a los sublevados. El Cuartel de Montaña registraba 1.200 fusiles, 16 ametralladoras Hotchkiss, dos morteros de 81 milímetros y doce de 50 milímetros y un cañón Schneider.

La Guardia Civil tenía 500 fusiles y cuatro ametralladoras. Asalto y Seguridad poseía otro medio millar de fusiles y seis ametralladoras, así como tres morteros de 50 milímetros. Los carabineros, por su parte, sumaban 300 fusiles y los miñones 110. La suma total era de 2.610 fusiles, 26 ametralladoras Hotchkiss, 17 morteros y un cañón Schneider de montaña.

Más adelante llegaría todo lo conseguido in extremis gracias al oro de Bilbao y a las donaciones de patriotas vascos de fuera de las mugas de los territorios de Hegoalde.

Detectores de nuestra memoria histórica

Un grupo de buscadores de metales participa en un proyecto arqueológico foral para el estudio de la guerra civil.

Un reportaje de Iban Gorriti.

Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).
Guerra Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).

UN grupo de amigos con forma desde hace más de una década un equipo que hace prospecciones por nuestros montes con detectores de metales. Han hallado numeroso material que aporta información a la memoria histórica. Hoy son noticia porque van a formar parte activa de la iniciativa de la Diputación Foral de Bizkaia Proyecto arqueológico para el estudio de la Guerra Civil (1936-1939) en Bizkaia a partir de materiales metálicos recuperados.

Son una decena de amigos, la mayoría de Bizkaia y algunos de Gipuzkoa. Algunos suman más de doce años de experiencia en la búsqueda con detectores de metales. Sus edades van desde la veintena hasta la cincuentena. “Nuestro campo de trabajo es la Guerra Civil desde el interés histórico, la investigación histórica”, explican a DEIA, lunas atrás, durante una prospección sin contraprestación económica en la que ayudaron a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en Muxika. No constituidos como colectivo, han cedido parte de sus hallazgos al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. “Otros los regalamos a Aranzadi si nos los piden… Los usamos sobre todo para exposiciones en municipios como Ugao, Elorrio, Oñati… Cuando una asociación relacionada con la memoria histórica quiere montar una pequeña exposición, se lo cedemos, y la parte que es munición siempre está vacía, descargada. Porque queremos dejar claro que aparte de obuses y granadas, también salen bayonetas, insignias, plaquitas, cazos, platos, balas, no son solo cosas que explotan, que es lo que aparece en los medios. De forma paradójica, los obuses y granadas son lo que menos aparece”, matizan.

Según inciden, con los detectores de metales lo que más se encuentran enterrado en las líneas del frente de las montañas son balas: “Solo viéndolas ya sabes el calibre, el arma que la disparaba, el año de fabricación, qué bando la podía tener e investigando el mes de fabricación. Todo el recorrido que hizo ese envío de cargamento hasta estallar a Euskadi”. En su quehacer, han dado con elementos muy curiosos. “De la guerra ruso-japonesa de primeros de 1900 llegaron materiales de guerra dando mil vueltas a Euskadi. Los rusos se lo cogieron a los chinos o japoneses y de allí fueron a Polonia y, de pronto, te lo encuentras en un monte vasco”, enfatizan.

Los detectores de este colectivo dieron con la carcasa de un obús japonés, de la citada guerra ruso-japonesa, que aterrizó en Euskal Herria y, como no tenían adaptador porque no habían llegado espoletas japonesas, le hicieron uno aquí. “Tiene entonces -subrayan- un vaso japonés, con un adaptador vasco y una espoleta francesa. ¡Eso es algo que en ningún museo del mundo vas a encontrar!”. A la pregunta de dónde lo conservan, señalan que “está pendiente de ser llevado al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. Ahora se está limpiando”.

En cambio, el grupo no almacena munición. “Yo tengo una colección de balas, pero está controlada por la Guardia Civil. Tienes que pasar unos controles. Luego hay otras cosas que no se pueden coleccionar”, explica uno de los prospectores. Otro agrega que “cada año tienes que dar cuenta de las altas y bajas en la Guardia Civil. Y para vaciar un cartucho o bala, lo hace cualquier cazador”.

Legado Estos amigos son pioneros en el uso de detectores. “No hay nadie con más de diez años de experiencia con detectores por aquí. Además, nosotros todo lo que encontramos lo vamos identificando”. Colaboraciones como la que tuvo lugar días atrás con la Sociedad de Ciencias Aranzadi se llevan a cabo “sin contraprestación económica, dependiendo del tiempo que tengamos. Tan solo nos solemos poner su camiseta. Casi siempre venimos un montón”, apostillan, y van más allá en su discurso: “que la gente no piense que solo vamos buscando bombas y cosas de esas… A nosotros nos emociona encontrar un tintero, un cazo, un katilu lleno de agujeros, eso nos gusta…”, matizan.

“Mira, la pieza más chula que he encontrado fue una chapita con un número y un agujero, que se supo que pertenecía a un miliciano del batallón Dragones. Y ni la tengo ya, se la di a la familia, porque ese número puso nombre a unos huesos”. Respecto a si este variado material se puede vender, a si existe un mercado para estas reliquias, valoran que “hay gente que lo hace en internet. Hay mercado, pero nunca vendemos. Como mucho cambiamos insignias. Lo que tiene una parte emocional no la cambias. El Ejército vasco fue derrotado, no guardaban insignias, pormiedo. En Santoña las tiraban al río. Hallamos insignias inéditas y hacemos réplicas”.

Estos estudiosos de los temas de la Guerra Civil estiman que hay episodios por analizar. “Queda por estudiar la microhistoria: de dónde sale la munición, insignias, calzado, el armamento vasco… Hasta que no encuentras el primer ejemplar en el monte, es inédito. Más interesante que la pieza es la información que te aporta, que se desconocía”.

Emakumes y andereños, exilio en Gran Bretaña


Todo comenzó cuando el 21 de mayo de 1937 salió de Santurtzi, en el Habana, rumbo a Southampton, una nutrida expedición vasca, en la que los niños era el grupo más numeroso, cerca de 4.000 en total, con edades comprendidas entre los 7 y 15 años. Les acompañaban más de 200 emakumes, entre jóvenes maestras y auxiliares, amén de quince sacerdotes y varias enfermeras y médicos vascos. Este personal adulto salió con la promesa de un pequeño sueldo mensual por parte del Gobierno vasco, promesa que después no se cumplió con la debida regularidad.

Ya en el destino, y después de pasar un tiempo en un campamento establecido en Stoneham, Eastleigh, sur de Inglaterra, todos fueron trasladados gradualmente y en grupos a las diferentes colonias y casas de acogida que las organizaciones británicas les habían preparado por toda la geografía del país, en más de cien colonias. Todo se hizo bajo la supervisión del Comité central inglés, en el que destacaban dos grandes figuras, Leah Manning (socialista) y la duquesa de Atholl (conservadora).

Los alojamientos que les prepararon se pueden calificar de excelentes, en ocasiones en buenos colegios, grandes edificios y mansiones. Eran también buenas las condiciones sanitarias y alimentarias, en términos generales.

Pero no sucedió lo mismo en el aspecto educativo, que dependía en gran manera del Departamento de Cultura del Gobierno vasco y, en su caso, de los adultos destacados en el extranjero. Los niños estaban en edad escolar, pero el tema educativo no funcionó en la medida de lo esperado, por diferentes motivos. Para empezar, a algunos grupos de niños les costó acostumbrarse a la nueva vida, les costó acostumbrarse a la rutina diaria y a la exigente disciplina de los internados (las colonias eran unos internados), seguramente por haber vivido en la etapa anterior sin apenas una escolaridad regular durante los meses que duró la guerra en Euskadi. Las andereños, por su parte, ocupadas en mil quehaceres docentes y no docentes todo el santo día de Dios, hacían lo que podían en materia de enseñanza. Estaban señaladas cinco horas de clase diarias (tres por la mañana y dos por la tarde), pero al decir de las propias protagonistas, unas veces por falta de medios didácticos y libros de texto, y otras por otros motivos, era bastante poco lo que podían hacer sobre todo con los chicos de más edad (de 15 y 16 años para arriba); a lo sumo, repasar lo ya aprendido antes de la salida de Bilbao. Aisladas en sus colonias, las maestras estaban desconectadas del Departamento de Cultura del Gobierno vasco, cuyas máximas figuras educativas residían mayormente entre París y Barcelona. Tampoco se había previsto el establecimiento de algún tipo de coordinación o inspección educativa en Inglaterra, a pesar de existir allí una población infantil tan numerosa. Al final, muy al final, algo se enmendó la situación, con el nombramiento de un representante de Cultura.

Vicente de Amezaga, director general de Primera Enseñanza, reconoce en sus informes el mal funcionamiento de la educación y subraya el desigual rendimiento de las maestras, por diversas causas: la mala distribución del personal adulto al servicio de los niños; la extrema juventud de las maestras y su falta de experiencia para tratar a los chicos y chicas mayores, con los que no sabían qué hacer; su casi total desconocimiento del inglés les impedía comunicarse directamente con las direcciones y comités respectivos, y por último -a juicio de Amezaga-, había que tener en cuenta el excesivo trabajo del personal femenino y la natural depresión causada por el destierro, que hacían que, a pesar de su capacidad y buena voluntad, no rindieran «lo que en un estado normal habría derecho a esperar de ellas». Ya nos imaginamos lo que puede suponer el exilio en la vida de las personas. La realidad del exilio ha sido definida a menudo como un espacio dominado por el dolor, la impotencia y el desvalimiento; en ocasiones, equivalía a tener que comenzar de nuevo, sobre todo en tierras de lengua ajena y desconocida.

Pero en el balance final de su estancia en el extranjero no todo fue negativo, ni mucho menos. Había también aspectos muy positivos, sobre todo en actividades como el desarrollo del folklore vasco, a través de cantos y danzas; e incluso se atrevieron con algunas pequeñas piezas teatrales. Sus actuaciones en público eran muy del agrado de la gente inglesa; y de paso servían para recaudar unos fondos extra para el mantenimiento de los residentes. Lo mismo ocurrió en otros países de acogida.

En esta mención de aspectos más gratificantes, no se puede olvidar que, excepcionalmente, algunos grupos de niños tuvieron la oportunidad de estudiar en las escuelas públicas de la correspondiente localidad (al lado de alumnos ingleses), progresando mucho en el conocimiento del inglés. También son dignos de mención el ejemplar comportamiento y las atenciones de las familias inglesas del entorno, que, deseosas de hacer más felices a los niños, no dudaban en sacarlos fuera de los internados, llevarlos a menudo a sus casas a tomar el té o lo que fuera, haciéndoles igualmente regalos de todo tipo. Bien que lo recuerdan los que estuvieron en Inglaterra.

Entre los años 1937 y 1940 regresó la mayor parte de los menores, quedando en Inglaterra solo unos 500 chicos y chicas (unos años después bajarían a la mitad aproximadamente); estos últimos tenían muy fundadas razones para quedarse: porque eran huérfanos y porque sus padres y familiares estaban en prisión o en paradero desconocido.

Con la vuelta de los niños, se cerraron la mayor parte de las colonias y casas de acogida, por lo que las andereños quedaron sin colocación, prácticamente en la calle. Lo mismo sucedió con algunos sacerdotes. Muchas maestras y auxiliares regresaron entonces a su tierra, otras reemigraron a los países americanos, y un cierto número de ellas (cerca de 50) quedaron en Inglaterra por el momento, empleadas en ocupaciones diferentes, en oficios bastante humildes, como empleadas de hogar, en hospitales y algunas fábricas. A pesar de su formación pedagógica, esto era lo que les ofrecieron, no había más. Fue el momento también de algunos enlaces matrimoniales, con jóvenes vascos o ingleses.

La Asociación ‘Euzko Emakumiak’

Pasando ahora al otro punto (que hemos dicho puede ser algo distinto), nos preguntamos cómo y por qué surgió entre las que quedaron (maestras y auxiliares en su mayoría) la idea de unirse con otras mujeres y trabajar conjuntamente en tareas de asistencia y solidaridad. La respuesta es que, con la llegada de la Guerra Mundial, cambiaron mucho las circunstancias, cambiaron mucho las exigencias y necesidades de los refugiados.

En la primera mitad de los años 40 (en plena Guerra Mundial), se constituyeron en Inglaterra varias organizaciones de tipo social, cultural y político, creadas por los propios exiliados; eran unas entidades de muy diferente tendencia ideológica -incluso dentro de una misma organización-, pero todas ellas tenían en principio el mismo objetivo: servir a los emigrados (jóvenes y adultos) en todos los aspectos de la vida: en lo humano, social y cultural, e incluso en materia de alojamiento. Juan Negrín y los refugiados españoles que se hallaban en Londres -y disponían de medios económicos-, crearon muy pronto el llamado Hogar Español primero y después el Instituto Español Republicano y la Fundación Juan Luis Vives, ésta para otorgar becas para hacer los estudios. Los catalanes crearon el Casal Catalá de Londres. Y los vascos se lanzaron a constituir las dos entidades de Euzko Etxea y la asociación Euzko Emakumiak, inauguradas ambas en la capital inglesa en torno al año 1942.

Por estos años de que hablamos (principios de los 40), muchos de los niños vascos se convirtieron en unos verdaderos jóvenes, y las anteriores organizaciones españolas y vascas trabajaban para lograr su adhesión, a toda costa. Se consideraba necesaria la presencia de gente joven en las organizaciones, porque tras la dispersión los adultos vascos propiamente dichos eran relativamente pocos en Inglaterra, andarían en torno a unas 200 personas en total, la mayoría de ellos en Londres.

Euzko Etxea, creada sin distinción de matices políticos, sociales o religiosos, era una casa que debía servir de lugar de reunión y solaz para la emigración vasca, además de impulsar el conocimiento de la cultura, costumbres y características fundamentales del País, ante la opinión inglesa.

La asociación Euzko Emakumiak, por su parte, algunas de cuyas componentes figuraban también como socias de Euzko Etxea, retomó de alguna manera el espíritu y la tradición de la primera Emakume-Abertzale-Batza, a pesar de que ahora había dentro de la organización mujeres vascas de todas las tendencias ideológicas, especialmente emakumes de filiación nacionalista, republicana y socialista. Después de pasar un tiempo en la Delegación de Euzkadi, establecieron su domicilio en uno de los pisos de Euzko Etxea.

No eran muchas las mujeres asociadas, unas 50 en total (la mayoría, antiguas maestras y auxiliares), pero se esperaba mucho de ellas, especialmente en lo que respecta a la situación educativa de los niños y jóvenes, la situación de los soldados, los enfermos y los refugiados en general.

Las ayudas a los refugiados

No es fácil contar en unas palabras todo lo que fueron capaces de hacer estas emakumes en el tiempo en que estuvo activa la asociación, es decir, entre 1942 y 1947.

Una de sus primeras actuaciones fue ponerse en contacto con la Delegación vasca y el Comité central inglés para mejorar la asistencia a los niños vascos, que en ese momento se encontraban distribuidos en familias, el hogar y la escuela. Las emakumes se preocuparon de visitarlos y establecer relaciones con sus padres o parientes. Existe, al respecto, una amplia correspondencia entre estos niños y las mujeres vascas. Se preocuparon igualmente de buscar alojamiento y colocación a las chicas en edad de trabajar, y fueron al hospital donde había vascos que sufrían. Las emakumes organizaron las celebraciones de las fiestas de Navidad y de Reyes, porque era una de las formas más satisfactorias y efectivas para relacionarse con los chicos, sobre todo con los menores de 16 años.

La asociación femenina creó en 1944 la llamada Institución de asistencia a los vascos, con miras no solo a los vascos de Inglaterra, sino también a los refugiados que vivían en Francia en muy difíciles circunstancias. En los años siguientes se hizo un gran esfuerzo, y se enviaron a Francia muchas cajas de ropa y comida, todo según sus posibilidades económicas existentes que no eran muy grandes. En el destino, las emakumes de San Juan de Luz y Biarritz, presididas por Concha Azaola, se encargaron de la recogida y distribución del cargamento recibido.

Fue en este proyecto común de asistencia a los refugiados vascos de Francia, donde se unieron las emakumes de Inglaterra y de América. Como se amplía más y mejor en el mencionado libro sobre los vascos en Inglaterra, desde Venezuela, Argentina y otros países americanos se enviaron grandes cantidades de dinero, ropas y medicinas, con destino a los refugiados y enfermos de Francia. En los informes de las emakumes de América se habla de cantidades valoradas en muchos miles de francos. Aparte estaban, naturalmente, las ayudas enviadas directamente al Gobierno vasco.

Artículo escrito por Gregorio Arrien

«Bilbao ha caído…»

Eduardo Jauregi

A las siete de la tarde del 16 junio de 1937, en la zona del Malmasín, en una edificación llamada la ‘casa de máquinas’ estalló un obús que destrozó uno de los fortines de defensa establecido por el batallón Otxandiano en las afuera de Bilbao. Así comienza la narración de lo hechos sobre la rendición de Bilbao de Francisco de Maidagan Irakulis, comisario de la Brigada nº 16 en aquel momento. Él y su hermano Matai fueron los que iniciaron los contactos con los rebeldes que amenazaban con arrasar Bilbao y que concluyeron con la capitulación de la villa -hace 75 años el próximo día 19-. El objetivo de la rendición fue salvar la vida de los ciudadanos y de los centenares de gudaris que permanecieron en la villa para evitar los desmanes y proteger y controlar el orden durante la evacuación hasta el último momento.

Tanto el testimonio de los hermanos Maidagan, informaciones de la presidencia del EBB del PNV y Gobierno vasco, como la documentación de otro importante intermediario en el conflicto, Juan de Larrazabal y Capestany, cónsul de Cuba y de los Estados Unidos de México en Bilbao y amigo íntimo del comandante franquista Aguilar, se conservan en el Archivo del Nacionalismo. Este conjunto documental nos permite conocer detalles inéditos de este capítulo de nuestra historia más reciente desde ambos lados del frente.

Los últimos momentos

Horas antes de la entrada de los fascistas en la villa, Bilbao vivía sus últimos momentos de libertad entre el cansancio de los gudaris, las deserciones de algunos, los desmanes de otros y los esfuerzos de los gudaris de batallones como el Otxandiano o el Gordexola por hacerse -como así fue- con el control y el orden en todo el centro (zona asegurada y de relativa tranquilidad). Por otro lado, los componentes de los batallones Kirikiño, Itxasalde e Itxarkundia, dando su vida en un esfuerzo sin precedentes, reconquistaron palmo a palmo posiciones en Artxanda que serían arrebatadas pocas horas después. Combates que sirvieron para retrasar el avance franquista y ayudar a las tareas de evacuación. Debido a la presión de las fuerzas enemigas, y en un último intento por humanizar la guerra, las autoridades vascas dejaron en libertad a los presos de derechas -políticos y militares- que se encontraban en la cárcel de Larrinaga. Con la protección necesaria fueron llevados al Alto de Santo Domingo donde fueron entregados a las fuerzas atacantes. Uno de aquellos presos, el comandante Aguilar, alegando problemas de salud, pidió ser trasladado al centro de Bilbao, a casa de su amigo el cónsul de Cuba, quedando bajo su protección.

El cerco sobre la villa se estrechaba a cada minuto con el fuego cruzado de las fuerzas enemigas desde Artxanda y la llegada de tropas a pie desde el alto de Kastrexana. Las llamadas al Gobierno de la República solicitando armas para la defensa de Bilbao eran acuciantes: Este ejército, aunque agotado y sujeto a una aviación y artillería potente en extremo, reacciona como hoy causando admiración a los extranjeros, pero si no recibe aquellos medios, sucumbirá con heroísmo. (Frases del telegrama enviado por Mariano Gamir Ulibarri, general en jefe del Ejército vasco a Indalecio Prieto, ministro de Defensa republicano, el 18 de junio de 1937).

Hacia las 9 de la mañana del sábado 19 de junio una nota de la jefatura del Ejército vasco ordenaba la inmediata evacuación de los mandos y oficiales que quedaban todavía en Bilbao, saliendo por el único camino posible: desde los astilleros de Euskalduna hacia Zorrotza. Sin embargo, la oficialidad del batallón Otxandiano, desobedeciendo el comunicado, decidió por unanimidad correr la misma suerte que sus hombres y permanecer en la villa de Bilbao.

Es entonces, en estos precisos momentos, cuando Matai Maidagan, teniente del batallón Otxandiano propuso la idea de visitar a Juan Larrazabal -cónsul de Cuba- para ver qué podría hacerse en caso de admitir una rendición de las fuerzas del Euzko Gudarostea, sitas en Bilbao. Los rumores que circulaban de que batallones de asturianos y santanderinos tenían la intención de saquear, incendiar y destruir Bilbao en el momento en que Sigue leyendo «Bilbao ha caído…»

Noel Monks: odio a la guerra y amor a la verdad

Luis de Guezala

BILBAO. Ahora que conmemoramos el 75 aniversario del bombardeo de Gernika, desde la Biblioteca de Sabino Arana Fundazioa recordamos uno de sus libros, publicado en 1940, que con el título de Nothing but Danger-Nada más que Peligro, recopila las crónicas de diez corresponsales británicos en la Guerra Civil.

Uno de ellos, el que nos interesa para este artículo, fue Noel Monks, uno de los tres corresponsales británicos, junto a Steer y Holme, que estuvieron en Bizkaia en aquellos trágicos días de 1937. Menos conocido y reconocido entre nosotros que su colega George L. Steer, famoso con toda justicia por sus crónicas recopiladas en su libro El Árbol de Gernika, y a quien todos los vascos creo que debemos gratitud por su denuncia valiente y profesional de las atrocidades que los sublevados cometieron al invadir nuestro territorio.

Noel Monks era otro joven ciudadano del Imperio Británico, no sudafricano como Steer, sino australiano, y no protestante, sino católico, habiendo nacido en Melbourne el 18 de diciembre de 1907. Estuvo también trabajando como free-lance en la guerra de Abisinia, desde el bando etíope, y, al comenzar la Guerra Civil española, también como Steer, empezó a informar desde el bando rebelde, en su caso para el Daily Express. Su experiencia con los dirigentes de los sublevados, en las limitaciones para desarrollar su profesión con los obstáculos que le imponía la naciente censura franquista, no fue tan mala como la de Steer, sino mucho peor.

Tuvo la mala suerte de que una de sus crónicas, que enviaba para que, por su seguridad, fueran publicadas en el diario británico sin indicación de autor, apareciera impresa con su nombre. Informando nada menos que de la derrota rebelde en Guadalajara. La reacción de los fascistas fue inmediata, y el encargado de controlar a los corresponsales extranjeros, Luis Bolín, ordenó su detención. De este personaje, antiguo corresponsal de Abc en Londres, no podía esperar Noel Monks nada bueno, habiendo tenido ya suficientes muestras de su crueldad durante la campaña de Málaga: «Cada vez que veíamos una patética pila de rojos recién ejecutados, con las manos atadas a la espalda, escupía a los cuerpos y los llamaba sabandijas».

«Has metido la pata» Monks fue arrestado en Sevilla, donde casualmente se encontraban Franco y Bolín, y este último le amenazó en inglés: «Has metido la pata, Monks. Eludir la censura equivale a espiar, y los espías duran poco en este país». Fue llevado a presencia del mismo Franco, que golpeó con el puño la mesa diciendo que había que ejecutarle. Monks protestó para evitar su fusilamiento, argumentando su condición de ciudadano británico, y cuando sus palabras fueron traducidas por Bolín al generalísimo, este respondió riéndose a carcajadas.

Finalmente, el castigo por informar de la presencia de tropas extranjeras, alemanas e italianas ayudando a los rebeldes, hecho que estos negaban, se limitó a su expulsión. Esto permitiría que Monks pudiera llegar como corresponsal de guerra a Euskadi.

El relato de su experiencia entre nosotros no puede tener un mejor título, que le define y le distingue: I Hate War-Odio la Guerra, y sus primeras líneas, antes de pasar a hablar de su experiencia con el bombardeo de Gernika, no pueden ser más expresivas:
«He estado en este oficio muchos años. He cubierto cantidad de cosas, entre otras, dos guerras. He arriesgado mi vida docenas de veces, he esquivado obuses, esquivado bombas, me he tumbado cara al suelo mientras los aviones me ametrallaban. En definitiva he visto muchas cosas».

«Creo que sería capaz de olvidar el odio que me embarga cuando recuerdo ese espectáculo horrible, la mayor atrocidad de la guerra moderna. Pero en este momento solo puedo odiar. Odio a los soldados que pensaban que cumplían con su deber matando a hombres, mujeres y niños inocentes. Odio a los generales que daban las órdenes. Odio a los propagandistas de boca pequeña que intentaban negar o explicar los hechos.Pero sobre todo odio a la guerra, la institución que es la causante de todo esto».

Monks vino de Gibraltar a Bilbao en principio para informar sobre la ruptura del bloqueo rebelde por mar gracias a varios capitanes mercantes británicos. Uno de estos, el capitán Still del Hamersley, le decía al católico Monks: «Hay algo en esta guerra Sigue leyendo Noel Monks: odio a la guerra y amor a la verdad