¿Seguro que maquillarse no es un trabajo?

SE levanta y se mete en la ducha. Se rasca el cuerpo con una esponja exfoliante. Se arranca el vello de piernas, ingles, axilas, cejas y labio superior. Se jabona y se hidrata con loción corporal. Se echa champú, mascarilla nutritiva y crema desenredante. Se alisa el pelo con el secador, se riza mechones alternos con la plancha y finalmente se despeina para conseguir un look casual. Se pone un sujetador que le comprime el pecho, unas bragas que le alzan las nalgas y unos pantis que le oprimen la barriga. 20152410174402

Se enfunda en un vestido que se adhiere como una segunda piel acentuando su kilo de más y su sentimiento de culpa. Se pone un abrigo muy mono con el que se pela de frío y un pañuelo ideal aunque pica. Busca pendientes, pulsera y collar conjuntados con las gafas, que no sean muy jipis ni muy serios. Vacía el bolso y traspasa el contenido a otro de la misma gama cromática que los complementos. No encuentra unos zapatos cómodos que peguen, así que se pone unos incómodos con un taconazo de dejarse los piños en un traspiés.

Antes se coloca pegatinas antirrozaduras y almohadillas antijuanetes. Subida a los zancos, se hace un selfi y le pide el visto bueno a su bloguera de cabecera. En lo que tarda en aplicarse maquillaje, antiojeras, polvo antibrillos, colorete, raya y sombra de ojos… su pareja se levanta, se ducha, se viste, desayuna, se va a la oficina y entonces, solo entonces, empieza a trabajar.

arodriguez@deia.com

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