Cómo enviudar y que parezca un accidente.

CARI, ¿bajas la basura?”, le dices, mientras terminas de recoger la mesa con el crío colgado a la chepa, reclamando que lo lleves a la cama, previa escala en el baño, en uno de tus vuelos low cost. “Claro”, responde él y echa mano del smartphone. Primero comprueba su ubicación, no vaya a ser que, mientras untaba la yema del huevo frito, haya sido abducido por algún habitante de ese nuevo planeta descubierto por la NASA y teletransportado a una cocina de una casita en Plutón. Una vez comprueba que no, que continúa en su pisito y tendrá que seguir pagando la hipoteca, introduce en el navegador GPS la dirección del contenedor de la esquina para calcular la ruta más rápida y económica.

1342177690_995073_1342179885_noticia_normal

Decidido el trayecto, consulta por medio de una aplicación si hay algún amigo por la zona que le recomiende algún otro contenedor y anuncia en el grupo de WhatsApp de padres del colegio que va a tirar la basura por si alguien se apunta. Después comprueba en su reloj inteligente la temperatura exterior, la velocidad del viento, la presión atmosférica, la fase lunar y las mareas. Tras cerciorarse de que no le sorprenderá una galerna, se ajusta el pulsómetro-podómetro que le informará de la distancia recorrida y las calorías quemadas. Al de una hora vuelves y le sorprendes colocándose los auriculares bluetooth sin siquiera haber tocado la bolsa de basura. Te encierras con la tableta en el baño. Tecleas: cómo enviudar y que parezca un accidente.

arodriguez@deia.com

Tonto el que se lo crea

COMPRAS un calzoncillo tamaño miniculo de crío y te topas con una pedazo de etiqueta, qué digo etiqueta, con un librillo con la composición e indicaciones de lavado traducidas hasta a la lengua maorí. Sin entrar a analizar ese dispendio de tela, con la que se podría confeccionar otro gayumbo, sorprende el empeño que pone la multinacional para que su prenda no encoja o destiña si por un casual cae en manos de un indígena que está de rodríguez y la limpia sin tener en cuenta la temperatura del Amazonas.

demo

Debería de trasladarse eseexceso de celo a la industria alimentaria para que dejen de vendernos hamburguesas con aditivos, ave o cerdo a precio de vacuno. Y si les gusta mezclar, que rotulen en vez de carne picada conglomerado comestible y allá cada cual si lee luego con una lente de superaumento los ingredientes.

Puestos a llamar a las cosas por su nombre, los tacones de aguja tendrían que denominarse esguinceros, y los leggins reductores de abdomen, mallas con efecto de boa constrictor. Tampoco vendría mal advertir en las entradas que el fútbol crea adicción, afecta seriamente al estado de ánimo y causa impotencia -en el sentido más amplio del término- según el resultado.Por último, en ciertos programas electorales deberían aclarar junto a un asterisco que se trata de una recreación publicitaria y que todo lo prometido es hasta agotar existencias, que es lo mismo que decir que tonto el que se lo crea.

Arantza Rodríguez

arodriguez@deia.com

De mayor quiero ser… gato

UN octogenario se encuentra con un viejo conocido. A esas alturas todos lo son. “¿Qué tal estás?”, le pregunta. “Resistiendo, que es lo que se hace a estas edades. Recuerda que tenemos una apuesta, que el primero que se muera le tiene que pagar una cena al otro, pero antes de morir, cuando le vayan a dar la extremaunción. ¿Te imaginas?”, le dice. Y los dos se carcajean, como dos niños a los que les da la risa floja cuando llegan a la lección del aparato reproductor. Nada de si me duele aquí o allí, me tomo tantas boticas o tengo colesterol.

De mayor, pensé, quiero ser como estos dos. Enfilar la recta final sin perder el humor en las salitas de espera de las consultas, decir lo que a uno le viene en gana ajeno al que dirán, hacerse el sordo si la conversación resulta aburrida, versionar la dieta de diabético con cola-cao y cruasán… Hay que currárselo mucho para alcanzar ese estatus. De nada sirve intentar saltarse peldaños, como ha tratado de hacer esa actriz que simuló estar en los Oscar con el Photoshop. Ya había avanzado un buen tramo en su carrera, pero ha vuelto de golpe y porrazo a la casilla de salida. O a la posada. O al pozo. No vale la pena. Mejor ir paso a paso, como el crío, que la otra noche me dijo que quiere hacerse gato. Son independientes y tienen millones de seguidores en las redes sociales, así que, para empezar, no me pareció una mala opción. “¿Persa o siamés?”, le pregunté. Más que nada para saber en qué rama matricularlo.

Arantza Rodríguez

arodriguez@deia.com

¡Al búnker, que nieva!

NI aplicaciones, ni webs, ni Meteosat que lo valga. Para informarse del tiempo, no hay como mirar el escaparate de un bazar chino. Yo paso a diario por uno que acumula un cien por cien de aciertos. Cada vez que despliega su arsenal de paraguas, llueve fijo. Anoche colocó una camiseta polar entre un gato que te pego leche y unos escobones. Joé, pensé, mañana seguro que nieva. Y tate. De hecho, les escribo esta columna desde el búnker, porque hay alerta naranja, que debe ser que va a hacer un frío del carajo, pero suena a ataque con gas sarín. reacciones-de-animales-a-la-primera-nevada-16-621x350

Con tanta acojonorecomendación -que no cojan el coche, que mejor ni salgan, que levantarse de la cama es tontería- una manda a los niños al colegio como si fueran al Annapurna: una primera capa de film transparente, otra de aislante térmico, ropa interior polar, camisa de franela, jersey de cuello vuelto, mono de plumas por si se atasca el bus y tienen que hacer un vivac, guantes y botas de alpinismo extremo, pasamontañas… Y encima la txapela o el pañuelo porque a Santa Águeda hay que cantarle se ponga como se ponga SOS Deiak. Luego, si sale un crío rodando, crece la bola de nieve y provoca un alud, a mí que me registren. Mientras la mitad de la población vive el invierno como el apocalipsis y a los aitites se les desencaja la mandíbula de la risa, el padre de las criaturas se ha ido al curro con una chamarrita de entretiempo. Si se criogeniza por el camino, eso que me ahorro.

arodriguez@deia.com

El tanga-flor no es un regalo

 

EL primer regalo que me hizo el padre de las criaturas, allá cuando el cantante de Eskorbuto estaba vivito y roqueando, fue un trozo de cordón de bota que se le acababa de romper y enrolló románticamente en mi muñeca a modo de pulsera. Luego vinieron la servilleta de bar dedicada, la florecilla silvestre seca, la anilla de una lata de cerveza como alianza… Tenía que estar muy al loro porque, como me descuidara, mi madre me lo tiraba todo a la basura pensando que lo había traído sin querer pegado a la suela del zapato. 13307-MEC9964763_1336-OEn aquella época de agilipollamiento transitorio, te obsequiaban con una piedrecilla del Pagasarri y tú morías de amor, aunque se la acabara de sacar de la alpargata. Pasados los años, como el pedrusco no sea de los que se miden en quilates, ya no cuela y corre el riesgo de que vuelva a él en plan bumerán. La cosa no siempre está fácil porque a las rarunas como yo nos repelen los osos amorosos y las cajas de bombones con forma de corazón. El pobre ha ido dando tumbos todo este tiempo: sortijas que no me pongo, conjuntos de lencería que no me valen, un bolso de señora… Al final decidí poner canapé en la cama para irlo enterrando todo. La culpa la tiene la publicidad, que les come el coco, y acaban comprando un tanga rojo pinchado en un palo, simulando una rosa, que no sabes si colocar en un jarrón o ponérsela a ellos en la solapa. Cuánto bien han hecho las tarjetas regalo.

arodriguez@deia.com