Pollita de latón

Vayan mis disculpas, por adelantado, por hablar como lo hacen algunos en un bar de carretera. O en la oficina. O en su blog. Como el concejal del BNG que llamó «chochito de oro» en su bitácora a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Y ni siquiera fue un tuit, fruto de un calentón. «Es una gracia que hago. Si la hace cualquier chirigota de Cádiz, seguro que no se saca de quicio», se justificaba poco antes de anunciar su dimisión. Está claro que Xaquín Charlín piensa con eso de ahí abajo, con su pollita de latón, para que él me entienda. Porque no tengo el disgusto de conocerle, ni le presupongo, por el hecho de haber ejercido un cargo público, especial inteligencia ni educación, pero que le lluevan las críticas y que siga insistiendo en que los demás no hemos entendido bien su ironía es de cabeza hueca.

Relegado el personaje al ámbito privado, lo penoso de todo esto es que existen muchos y muchas como él. Y ojito, porque andan sueltos. Vale que no lo dejen por escrito en un post ni lo suelten ante un micrófono o en una reunión de vecinos, pero, al igual que hacía Aznar con el catalán, hablan machista en la intimidad. Y, si me apuran, el resto de los mortales ni nos inmutamos. Otra cosa sería si les diéramos la vuelta a los comentarios. A saber con quién se habrá acostado ese para llegar a gerente. Fíjate cómo marca paquete, va pidiendo a gritos que le den un revolcón. Más le valdría dejarse de tanto fútbol y cuidar más de sus hijos. Suena raro, ¿verdad?

Le han llevado al Werto

wert

Debo ser una cenutria, señor Wert, porque por más vueltas que le doy no termino de entender qué es un Estado aconfesional. Fíjese si soy pardilla que pensaba que el español lo era. Pero luego puse el telediario y ya me di cuenta de que no. Y si lo es, lo disimula divinamente, porque las últimas reformas legislativas parecen propuestas, más que por el Gobierno, por la mismísima Conferencia Episcopal. Rouco Varela se lo ha llevado a usted al Werto -espero que en la primera acepción de la expresión- y el resultado es que la asignatura de Religión ha sido elevada a los altares y computará para la nota media, codo con codo con las Matemáticas.

No contentos con que se imparta doctrina en los centros públicos, como si la Iglesia no tuviera patrimonio suficiente para albergar sus clases particulares, van un paso más allá. ¿Qué será lo próximo? ¿Enseñar a los niños a multiplicar panes y peces? ¿Utilizar el latín como lengua vehicular? ¿Introducir en el currículo materias como Música celestial o Ciencias sobrenaturales? Porque que lo de Adán y Eva haya derivado en 1.360 millones de chinos, por muchos cálices que uno beba, no hay Dios que se lo crea. Lo peor de todo es que el intrusismo clerical en el ámbito educativo tiene efectos colaterales. El otro día a la cría le dijo una amiguita que si no cree en Jesús, no va al cielo. Y yo le digo a la niña que si quiere ir al cielo estudie para astronauta. Ahora, según se están poniendo las cosas, no sé dónde tendré que matricularla.

Una talibana en el aula

Estoy que bufo. Y les aviso por si quieren abandonar la columna antes de que les contagie mi mala gaita, aunque, tal y como está el percal, seguro que ya vienen cabreados de casa. La culpa, de lo mío, digo; la tiene Gloria, la profesora que hace unas semanas soltó en una universidad de Valencia que «las mujeres maltratadas no deben separarse porque eso es amor». Si he entendido bien a la señora docente, supongo que cuanto más te rompan la cara, debe ser que estás más enamorada. Qué pena que a la pareja de Helena Dumitru se le haya ido presuntamente la mano con el hacha porque, si no, Gloria le podría felicitar por haber permanecido al lado de su amado 17 años. Y porque la muerte los ha separado, que si no… Bueno, la muerte, es un decir. Como la pobre Helena desgraciadamente ya no recibe, podría transmitir su admiración por ella a su hija de trece años, que presenció el crimen. Pero le advierto que la cría no iba a entenderlo, porque a mí, que no me han matado a nadie, me cuesta que no veas.

También podría, en sus ratos libres, ir a dar una master class a la madre de la niña de seis años muerta supuestamente a manos de su padre. Una mujer que optó por separarse de su pareja y eso, imagino que diría Gloria, «eso no es amor». Por si su opinión no hubiera sido suficientemente desafortunada, la susodicha añadió que «dentro de lo terrible de una violación sacas algo bueno, que es un hijo, un don de Dios». Puede que no lleve túnica, ni barba, pero suena a auténtica talibana.

Periodistas tocados y hundidos

Es lo que tiene el directo. El directo y el calor de los focos, que debe pochar las neuronas. Solo así se explica que la reincidente Mariló Montero preguntara, al paso del coche fúnebre de Sara Montiel, que qué había dentro. Pues si te parece, la guía Campsa de 2008, la colilla de un puro en el cenicero y ¡ah!, se me olvidaba, casualmente está también el cadáver de la actriz. Pero tú tranquila que, aunque unos más que otros, todos metemos la pata. Servidora, sin ir más lejos, preguntó en el homenaje a un sacerdote fallecido que dónde estaban sus hijos para hablar con ellos. Fue hace mucho, mucho tiempo y en mi descargo diré que salté de la cama al lío, a golpe de teléfono, sin tiempo de quitarme las legañas y mucho menos de reiniciar el cerebro. Además, por algo aconsejarán no decir nunca «este cura no es mi padre» ¿no? Vamos, que de haber tenido descendencia, seguro que no habría sido el primero.

Ahora, para pena, penita, pena, la que dan los reporteros que retransmiten unas inundaciones con el agua hasta los sobacos o el último temporal de nieve con los mocos hechos estalactitas. Hace unos días, un entusiasta de esos murió en Inglaterra al tratar de vivir como un sin techo. La profesión se está poniendo chunga. No hay más que ver a algunas periodistas televisivas, que lo mismo enseñan pechuga que se tiran de un trampolín o se cascan un reportaje de investigación. Es hora de reciclarse. Yo me voy a presentar a La Voz para cantarle a alguno las cuarenta. ¿O no se trataba de eso?

¡Papa, llama!

Ha renunciado el Papa y se ha montado la de Dios es Cristo. Como si fuera tan raro que se jubile un anciano, lo de venerable no lo tengo tan claro. Eso les pasa por contratar a un directivo octogenario, que podrá ser muy valioso como asesor sénior, pero no está para ir de macrogira por el mundo en plan David Bisbal. Y mucho menos en la barca de San Pedro, más codiciada que la chatarra de contenedor a juzgar por las batallas internas que se libran en su bodega.

El sustituto -en la Santa Sede no entienden de cuotas- al menos tendrá asegurada la audiencia, que no es poco en estos tiempos de la TDT. Benedicto, por su parte, abandonará el Vaticano el día 28 en helicóptero, como algunos concursantes de Gran Hermano. Dicen que se retirará a un monasterio donde las monjas -¿por qué no monjes?- le lavarán los calzoncillos, le servirán las sopas y le llevarán la contabilidad del pastillero. Si todos son iguales ante Dios, ¿por qué les vetan a ellas la posibilidad de ascenso o arremeten contra los matrimonios gay? Y ya puestos a aclarar dudas, ¿por qué no se pasa el cepillo en las ceremonias VIP que retransmiten por televisión, pero sí en los funerales de los parroquianos? ¿Y quién tuiteará ahora en @pontifex frases como Todos somos pecadores? Mireusté, unos más que otros, aunque no se den por aludidos. ¿Empeñará su anillo en un Compro oro y lo donará a los pobres? ¿Su cargo será exmánager de Dios en la Tierra? ¡Papa, llama y me lo aclaras!