Hoy por mí, mañana por mí

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TODO el mundo sabe que cada equis vueltas de tambor la lavadora se zampa un calcetín y que del disgusto otro se lanza al vacío desde el colgadero y se desintegra, cual promesa electoral, antes de alcanzar el patio. Todo el mundo lo sabe, sí, pero solo conozco una empresa que los vende de tres en tres para paliar estas pérdidas y mitigar lo que en algunas familias se convierte en un auténtico drama matinal.

Otros fabricantes, en cambio, priman el beneficio propio a costa del consumidor, como esos que envasan las construcciones infantiles al vacío y luego no hay forma humana ni animal de volver a meter las piezas en su caja. Parece una bobada, pero en las decenas de horas invertidas en esa estúpida tarea algún padre o madre podría haber descubierto una vacuna o emparejado algún calcetín.

También al gobernar hay quienes piensan más en lo suyo que en el bien común -nunca volverán a las arcas los millones defraudados- e incluso a la hora de interrogar algunos se dejan llevar por su propio frenesí en vez de prestar servicio al ciudadano. A gran escala, lo hizo la CIA torturando a prisioneros, total para nada, según denuncia el Senado. A pequeñísima escala, el director del Canal 24 horas, Sergio Martín, con su pregunta-pulla al líder de Podemos. Quizás hartos de que nadie repare en ellos, dos hombres se han lanzado al foso de los leones y a la boca de una anaconda. “¿Para eso les hemos pagado unos estudios?”, pensarán sus padres.

Urge rescatar al ser humano

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«QUÉ señora más fea. No habla”. Lo dijo el crío mirando fijamente a los ojos a la duquesa de Alba. Afortunadamente, en la tele; no en su funeral. Con la libertad que le dan sus 3 años, desprovistos de diplomacia. Con la campechanía de quien escruta lo mismo a un miembro de la alta nobleza que a un marsupial en un documental de La 2. Tiempo habrá de enseñarle a administrar su sinceridad, sobre todo si el objeto de su análisis es persona y está de cuerpo presente, pero no me digan que de vez en cuando no añoran poder llamar al muerto por su nombre, bellísima persona si es que lo ha sido y pedazo de capullo si se lo ha ganado a pulso. De estos últimos ejemplares hemos tenido más de uno en las noticias, aunque los tertulianos suelen mantener el tipo y el “presunto” incluso con energúmenos como el que asesinó brutalmente a sus hijas y se suicidó.

Hay muertes que más que pena suscitan alivio, aunque esté mal decirlo, y otras que resultan indiferentes o van acompañadas de un “se lo ha buscao”. Cuando uno se cita para partirse la cara y se la parten no parece haber mucho más que decir. A otros, sin embargo, los conducen al matadero, y quien dice matadero dice atraco, sin chaleco antibalas que valga. “Salva a las abejas”, clama Greenpeace en una campaña. Pero más que salvar abejas o liberar a Willy, urge rescatar al ser humano de los de su propia especie.

Desayuno y braga incluidos

Acepto la tortilla precocinada como frisby pero, se pongan como se pongan los diseñadores, que te traten de encajar unos pantalones de niño ya rasgados es como que te vendan un paraguas roñoso o un periódico con manchas de grasa y el autodefinido hecho. Porque una cosa es que desgasten la tela y otra que esté hecT1h75lFu0gXXXXXXXX_!!0-item_picha jirones, que una no sabe si le está comprando un vaquero o un disfraz para bailar Thriller. Como si los pequeños destroyers no fueran capaces de agujerear rodilleras por sí mismos, petachos de titanio incluidos. Ya puestos, podrían vender camisetas con los puños ribeteados de mocos, pegotes de pasta de dientes en la pechera y lamparones de tomate en las camisas blanco nuclear. Tres clásicos infantiles.

A algunos hosteleros les ha debido parecer buena idea eso de anticiparse a los acontecimientos. De hecho, una compañera se encontró una braga ajena en el armario de una habitación de un hotel. Los jóvenes deberían marcar su ropa interior como en la haurreskola, que luego pasa lo que pasa. Yo, bragas, no; pero en una pensión de mala muerte me encontré cabellos entre las sábanas. Donde hay pelo hay alegría, dicen, pero a mí no me hicieron ni pizca de gracia. La colcha con quemaduras de cigarro a la que acababa de hacer ascos me pareció una bendición. Lo peor fue descubrir que debajo de la alfombrilla del baño no había azulejos, sino tierra. No escarbé, no fuera a desenterrar al anterior inquilino.

Basta de privilegios

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AÚN recuerdo aquella esclarecedora crónica sobre los entonces príncipes de Asturias: “Procuran escaparse al cine, hacen cola y pagan las entradas”. ¿Pagan las entradas? ¿Y qué se supone que debían hacer, sentarse en la butaca, como en el trono, by the face? Ya que se lo financiamos a escote, qué menos que pasar por taquilla. Pero si aquel gesto de echarse la mano a la cartera se convirtió en noticia, malo, malo. Los humanos somos tan absurdos que tendemos a invitar ya sea a una copa, ya sea a un traje, ya sea a un viaje en avión precisamente a aquellos que pueden pagárselo, mientras que al pobre le exigimos radiografiarse hasta el tuétano para concederle la RGI. Ha tenido que venir esta crisis a poner un poco de sentido común en todo esto y parece que los familiares del rey deberán empezar a rascarse el bolsillo y los parlamentarios, a justificar sus viajes como justifica hasta el último tique de autopista todo hijo de vecino. La cosa empezará a marchar bien cuando dejen de fotografiar a la reina porque repite chaqueta y entiendan que lo escandaloso sería que las desechara a diario. Ahora que ir a la cárcel se ha convertido en tendencia entre los vips, también han salido a relucir algunas prebendas, como la celda unifamiliar que comparten en un módulo especial el expresidente del Barça y su hijo. A falta de juicio, los Pujol deben de estar interesándose ya por los calabozos adosados.

arodriguez@deia.com

Niños anquilosados

Pistolas de pompas de jabónSEGURO que a estas alturas de las fiestas se han topado con algún vendedor de pistolas para hacer pompas de jabón. Me refiero a ese artilugio que escupe decenas de burbujas con solo apretar el gatillo. Sin necesidad de soplar. Sin el riesgo de que al niño le estalle una en los ojos o se le derrame la munición. Sin peligro de que se tome un buchito de detergente como les ocurría a sus padres cuando hacían lo propio con la carcasa de un boli Bic. El otro día vi a una cría ametrallando a unos niños, que se lo pasaban bomba persiguiendo las balas de jabón. Todos reían y correteaban. Todos, menos ella, que se debía estar preguntando para qué demonios le habrían comprado ese juguete tan raro con el que solo se divertían los demás. Si al menos tuviera que poner morritos, calcular la intensidad del aire espirado, fabricar las pompas de una en una, mantener el botecito en pie… En estos tiempos en los que los truquemés ya están pintados en los patios, los coches son eléctricos y no a pedales, los parchises son automáticos y ya no hay que tirar el dado ni buscarlo bajo la mesa doblando el espinazo, las mascotas son virtuales, las piezas de los puzzles se encajan arrastrando el dedo por la tablet, los partidos se juegan con un mando en vez de con un balón… En estos tiempos, digo, la tecnología correrá que se las pela, pero los críos se mueven cada vez menos. De seguir así -pienso en la cola de los hinchables, suficientemente larga como para escribir un ensayo- se terminarán anquilosando.

arodriguez@deia.com