Carraspea. ¡Que le corten la cabeza!

Por no andar desenvolviéndolo y envolviéndolo de nuevo, el padre de las criaturas se fue de esta guisa a trabajar. Aislado estaba, que de eso se trata.

Lunes, 23 de marzo, décimo día después del cristo. El padre de las criaturas carraspea. ¡Que le corten la cabeza! Espero un rato, pero como no viene nadie a hacerlo, sigo los consejos de una influencer, que para evitar cualquier posible contagio recomienda fumigarlo con KH-7 y zumo de jengibre. Como medida complementaria, lo envuelvo con film transparente y cinta aislante, porque de eso se trata, de aislarlo ¿no? Entre los tres lo metemos, en plan Tutankamón, en el armario escobero. Nuestro piso patera apenas mide 60 metros y si le dejamos un cuarto para él solo, el resto viviríamos hacinados. Enseguida me doy cuenta de lo incómodo que resulta apartarlo para sacar la fregona, así que lo trasladamos al balcón y le abrimos dos agujerillos con un cúter a la altura de las manos para que pueda aplaudir a los que están en primera línea de pandemia, muchos con lo puesto. A la noche, por humanidad, le dejamos pernoctar sobre una esterilla de yoga en la cocina. Mientras leemos un cuento en la cama, el crío me estornuda en toda la cara. Que rule, que rule. Y eso que lo tengo amaestrado para que lo haga en el antebrazo. Le pongo, para que no se repita, la careta del disfraz de Darth Vader, que ya la quisieran para sí algunos sanitarios. Con ella casi no se le entiende nada. Me planteo dejársela puesta lo que dure el confinamiento. La cosa no va a mayores. Me da que el estornudo ha sido por los estratos de polvo que se están formando sobre los muebles. ¿Qué quieren? Me he pasado media tarde saliéndome de grupos de WhatsApp y la otra media, clasificando los mails de los profesores como SPAM, pero esto off the record, ¿eh?