Santo Jobs

Admitámoslo. Ya nadie se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Ni de ella ni del resto de canonizados. Y menos la gente joven. El otro día le dije a mi sobrina de 16 años que su madre tenía más paciencia que el Santo Job y me miró extrañada por encima de su iPad. «¿Que el Santo Jobs? ¿Steve Jobs?». Para darse de cabezazos.

Es lo que tiene la educación laica, que mencionas el arca de Noé y los chavales se piensan que el tipo es un defraudador que acaba de sacar a relucir su tesoro gracias a la amnistía fiscal. A María Magdalena la sitúan, junto a las galletas tocayas, en la estantería de bollería de un supermercado y eso de multiplicar panes y peces les parece una chorrada después de haber visto a David Copperfield hacer desaparecer la Estatua de la Libertad. Si les dices que Jesús surcó las aguas, se imaginan al presentador Jesús Vázquez con su marido en una moto acuática y para ellos solo existe un Judas, el grupo heavy Judas Priest. De vírgenes, mejor ni hablamos. Y los únicos ángeles que conocen son los de Victoria’s Secret. Nada que ver con los otros, tipo michelín.

Tampoco los refranes tienen garantizada su supervivencia. Le sueltas a una preadolescente, de esas que van en sujetador largo y pantalón braga: «Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo» y te mira como si llevaras puesto el chándal olímpico y acabaras de meterte un chute de yo qué sé qué. Está claro, somos más viejos que Matusalén, el abuelo de Noé, el defraudador.