Cada loco con su tema

Ni el debate sobre el estado de la nación, ni el vídeo del arsenal de la Señorita Pepis. Lo que le quita el sueño a mi cuñado es que le espíen por la mirilla de su smartphone. Así que se le han hinchado las innombrables -esas que han prohibido disparar ahora que ya han muerto quince inmigrantes- y ha desinstalado el WhatsApp. Aislado del resto de la familia por esa zanja digital, trata de convencernos, de puerta en puerta cual mormón, para que nos pasemos al Telegram. De momento ya ha captado a mi sobrino de 9 años. Yo le miro, embebido como está en su cruzada, y flipo. Casi tanto como cuando recibí vía e-mail una nota de prensa con motivo del Día Nacional del Pistacho. Sí, sí. El pistacho tiene día, al igual que la Nutella o la crema batida. No sé qué hacemos que no le dedicamos uno ya mismo al bacalao al pilpil. Me pregunto si algún medio, además de este, le habrá reservado al pistacho unas líneas y me reafirmo en mi teoría de que cada loco con su tema.

Otra prueba, Revilla, que se compró el Interviú para leer el reportaje de Blesa, pero se le debió interponer el culamen de Cristini, que estuvo a punto de hacerse cura a los 15 años y luego, a la vista está, decidió que mejor no. A mí, como si lee Zero o el Marca, pero en sus ratos libres. Hablando de locos, muchos se lo hicieron ayer cuando salió a relucir en las charlas el incendio de Doña Urraca. «¿Es una pajarería?», preguntó un becario. Y los compañeros no dijeron ni pío.

Whatsapp en vena

Sois unas putas yonquis». Perdón por la expresión, pero la autora se la soltó tal cual, sin sedación previa, a sus dos compañeras. En los 80 habría cabido la posibilidad de que les estuviera llamando prostitutas heroinómanas. En los 90, adictas a la nicotina. Pero estamos en el siglo XXI y, aunque las tres salían del trabajo para fumarse un cigarro, las aludidas consultaban compulsivamente los mensajes acumulados en sus móviles. «La mayoría son chorradas, pero…», se justificaba la más joven sin alzar la vista del smartphone. O sea que estaban enganchadísimas al WhatsApp.

La damnificada les hablaba con la mirada puesta en sus cabezas, inclinadas hacia las pantallas. Nunca los cueros cabelludos estuvieron tan escrutados. Decía que en la cuadrilla de un amigo, cuando van de potes, ponen todos los móviles boca abajo y el que primero consulta el suyo paga la ronda. No sé si la iniciativa tendrá éxito, pero de extenderse, devolverá el bullicio a algunas terrazas, más silenciosas a veces que las propias bibliotecas. Abducido como está el personal, habla uno y parece que molesta.

Y como no tengas la aplicación pasas a ser un apestado porque obligas al resto a hacerte una llamada. ¿Recuerdan? Eso que consistía en marcar el número y hablar. Añoro aquellos teléfonos donde metías el dedo y hacías girar el disco en plan ruleta de la fortuna. Ains. Entonces solo se llamaba para cosas importantes, que si ha muerto fulanito, que si tráeme una bombona de butano. Los chistes, por malos que fueran, se contaban a la cara.