De mayor quiero ser Yoko Ono

Ya ha pasado una semana desde que Yoko Ono visitó Bilbao y todavía no sé muy bien si admirar su brillante talento o pensar que se le ha fundido un plomo. No va y dice que «estamos cerca de un mundo en paz» porque los países no tienen dinero para fabricar más armas. Como si estas fueran estrictamente necesarias. Hay lugares, querida, donde se lapida, se viola en grupo, se mata a patadas o de hambre o se estrangula sin necesidad de drones ni bombas de última generación. Con las manos, los pies o lo primero que uno, de oficio maltratador, pilla de la encimera de la cocina. Vale que sin armamento pesado se extermina más lento, pero todos sabemos que una víctima a la vuelta de la esquina conmociona más que 40.000 civiles muertos en Siria.

La violencia, a pequeña escala, está presente hasta en el parque, donde el otro día un niño le asestó un puñetazo a otro en el estómago. «Eso te pasa porque tú también pegas», le reprendió el padre al agredido, encogido en el suelo. Los progenitores del futuro Chuck Norris ni aparecieron. Estarían en el bar, brindando por la paz mundial. Con este percal, cuesta vislumbrar ese «mundo bello» que atisba la artista. Y mira que yo también hago performances en las que me transformo de persona aparentemente normal en histérica varias veces al día, aunque solo delante de los críos. Definitivamente, de mayor quiero ser tan optimista como Yoko Ono o al menos vapear lo mismo.