Felicitemos al equipo de guionistas de este enredo de acuerdos, desacuerdos y contracuerdos a que estamos asistiendo. Fíjense que yo no daba un duro por el serial, pero aquí y ahora reconozco humildemente que, como elaborador de espacios informativos y moderador de tertulias, todos los días he tenido alpiste nuevo que echar al personal. Y da lo mismo el ámbito del que hablemos. Si no era el embrollo de Irun, eran las mil y una abracadabras de la cuestion-de-estado de la demarcación foral, el gamberrismo dinamitero de Vox, los esfuerzos de PP y Ciudadanos para que no parezca que están de hinojos ante Abascal o la reiteración de Iglesias en la solicitud de un ministerio o, ya si eso, una subsecretaría. Para nota, claro, la actuación a favor de corriente del PSOE, con Ábalos, el de la voz cavernosa, sacando el matasuegras del adelanto electoral unas horas antes de que saliera su compañera Adriana Lastra con la milonga del “gobierno de cooperación” para que las hordas opinativas tuvieran con qué entregarse a su consuetudinario onanismo mental.
Y más allá de la pirotecnia, los hechos contantes y sonantes. En la aburrida CAV, el pacto previsto, con margen a alguna liebre saltarina pasado mañana en la constitución de ayuntamientos. En Navarra, todo abierto todavía, no diré que no, pero con Maya volviendo casi con seguridad a la alcaldía de la capital. En una parte regular de la hispanitud, triderecha pura y dura, más o menos disfrazada, a falta, quizá, de alguna extravagancia. Todo ello, como anticipo de un gobierno de Sánchez en España a lomos de una aritmética que a la hora en que tecleo no soy capaz de prever.