Simplifica, que algo queda. Leo, escucho y hasta en ocasiones digo y escribo yo mismo que en las elecciones impuestas del 21 de diciembre en la Catalunya de la DUI y el 155 habrá dos bloques frente a frente. Cuela, quizá, como verdad a medias, pero en cuanto te quitas las anteojeras y te sacudes las legañas, empiezan a no cuadrar los números. ¿En qué bando colocamos a los autodenominados comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias? Según la costumbre, antes de votar, se les acusa de ser “de los otros”, y una vez contados los sufragios, pasan a ser “de los nuestros” para vender la sobada moto de la mayoría pro o anti. A no ser que pretendamos hacernos trampas en el solitario, parece razonable pensar que no son ni esto ni aquello exactamente.
Anotada la salvedad, procede ver si cada una de las dos facciones lo son con todas las de la ley. En la constitucionalista (o sea, unionista), se ven a kilómetros las navajas. Y el fulanismo, claro, que casi no se nota [ironía] lo que le revienta a Albiol salir de paquete de la advenediza Arrimadas. En cuanto a Iceta, ese baila solo. O, dándole la vuelta, solo baila. Su mensaje se reduce a eso.
Más sorprendentes se antojan las zancadillas cada vez menos disimuladas en el flanco soberanista, que es donde se diría que hace falta mayor unidad. Si ya resultó extraño que en las circunstancias en que se dio la convocatoria, fuera imposible consensuar una sola lista, la perplejidad ha crecido ante los mensajes algo más que contradictorios. Como coda, la competitividad imposible de ocultar y el intercambio de cargas de profundidad sobre quién debe ocupar la presidencia.