Negociar… la precampaña

Comparto con ustedes una sospecha con su tanto de mala conciencia: les estamos engañando. Desde el 20-D a las diez de la noche no dejamos de hablar de negociaciones para la investidura. Quizá en los primeros días la expresión se compadecía con la verdad. Sin embargo, conforme corría el calendario y se mareaba a la sufrida perdiz, la cosa ha empezado a oler a precampaña que echa para atrás. Se diría que la mayoría de los actores y actrices de la farsa y no pocos de los espectadores no buscan ningún pacto —que, por lo demás, saben improbable e intuyen escasamente deseable—, sino que exhiben huchas petitorias de votos. En algunos casos, con un descaro rayano en la obscenidad, cuando no con matonismo de nuevo rico.

No tendré el menor problema en desdecirme si, como vimos casi anteayer en Catalunya, en el último suspiro se alcanza algún apaño a la desesperada, con o sin pintas de patada a seguir, y que sea lo que los Hados quieran. No obstante, en el minuto en curso, y por más que los titulares-que-van-a-misa proclamen que ya se negocia a todo trapo, mi escepticismo no deja de crecer.

Y bien que me gustaría, siquiera para ver qué tal funciona, un acuerdo entre PSOE, las cuatro marcas de Podemos y las siglas que hicieran falta para bingo, incluyendo el apoyo activo o pasivo del PNV y, si le cuadra, EH Bildu. Poca pinta tiene de que algo así vaya a prosperar. De entrada, porque es una carambola a demasiadas bandas, pero además, porque se enfrenta a mil resistencias en el seno de cada una de las fuerzas que deberían configurar el convoy gubernamental. Que sea lo que tenga que ser, pero pronto, por favor.

Grupos, según

Qué escándalo, aquí se juega. Aplicado discípulo del Capitán Renault —Casablanca, ya saben— nos ha salido Patxi López, mostrando una sorpresa de cartón piedra ante la negativa de la mayoría de la Mesa del Congreso a permitir que Izquierda Unida, Esquerra Republicana y EH Bildu formen grupo parlamentario. Dice el coleccionista de cargos que no entiende la postura de sus compañeros de sanedrín, es decir, PP y Ciudadanos, casualmente los mismos a los que debe su presidencia del hemiciclo. ¿Acaso creía que lo habían colocado por su don de gentes, su planta inmejorable y los quince idiomas que domina? Callen, que ahora que lo pienso, no es del todo improbable que tenga esa convicción; se dice, se cuenta y se rumorea que sigue pensando que fue lehendakari porque existe la creencia general de que es la reencarnación portugaluja de Winston Churchill.

Pullas reverdecidas aparte, manda quintales de pelendengues la decisión de impedir el grupo tripartito bajo el forzado argumento de que es “un fraude de ley que solo busca obtener subvenciones”. El que tiene el rostro de definirlo así es el recientemente ungido como Secretario de la Mesa, Ignacio Prendes, vividor profesional de la política, que ha cambiado de siglas como de gayumbos, olisqueando siempre la sinecura. Si sabrá de sus mentados fraudes de ley el tipo, que en la cámara asturiana cobraba por ser de un partido cuando ya pertenecía a otro.

Por lo demás, ya hace mucho que huele —y no bien, precisamente— el maleable reglamento del Congreso español que concede o deniega la misma solicitud según quiénes la presenten y al arbitrio de la mayoría de turno.

(Otro) día de la memoria

El Día de la Memoria empieza a ser el de la marmota. Con este, van ya seis años en los que, matiz arriba o abajo, hemos vuelto a ver, escuchar y, por lo que a los de mi oficio toca, contar prácticamente lo mismo. Incapacidad para la unidad entre los partidos, desmarques, acusaciones cruzadas de utilización de las víctimas o de hipocresía, intentos de monopolizar el sufrimiento… La tentación del hastío es demasiado grande. Eso, entre los que todavía estamos dispuestos a dedicar tiempo, neuronas y energías a un asunto del que el común de los paisanos —pregunten a sus vecinos en el ascensor— ni siquiera llega a tener conocimiento. Y si lo tiene porque en los medios nos empeñamos en dar la chapa, el interés alcanza la millonésima de segundo necesaria para poner la mente en blanco y hacer que las palabras y las imágenes resbalen sin dejar el menor poso.

Claro que tampoco hemos de fustigarnos por eso. Mil veces he escrito, y con esta, mil una, que ese desinterés no necesariamente responde al egoísmo o a la falta de sensibilidad de todos los que lo manifiestan. En más de un caso, diría incluso que es síntoma de que, sin necesidad de tanto palabro buenrollista y tanta prosodia, una parte considerable de esta sociedad ya está practicando eso sobre lo que no dejamos de teorizar. A falta de un término mejor, normalidad se llama.

Por lo demás, sigo pensando que la instauración de esta conmemoración no fue una idea muy brillante, y que el bienintencionado esfuerzo por mantenerla conduce a aumentar el caudal común de la melancolía. A pesar de todo, aprecio sinceramente algunos de los gestos que se han dado.

Canon condenatorio

Tienen toda la razón los dirigentes de los distintos partidos de EH Bildu cuando manifiestan su hastío y su cabreo por la insistencia en exigirles rechazos que ya han expresado. Antes incluso que las declaraciones de repulsa de otras siglas, nos llegó el comunicado en que se dejaba claro que la quema intencionada de ocho autobuses en una cochera de Derio estaba fuera de la estrategia actual de la izquierda abertzale. ¿Demasiado escueto, frío, falto de contundencia? Siendo de los que piensa algo parecido, añado inmediatamente que eso son ya interpretaciones personales. Del mismo modo, podrían antojársenos excesivas, ampulosas o hechas para la galería las filípicas biliosas que se acercan más al estándar en materia de condenas.

Quizá, de hecho, uno de los problemas esté ahí: se ha establecido una especie de canon reprobatorio, y todo lo que quede por debajo de la intensidad dialéctica señalada no computa como muestra de desmarque y/o repudio. Y menos, claro, si viene del ámbito ideológico concreto al que se refieren estas líneas. Se sostendrá que hay bibliografía presentada que avala el recelo, y no es incierto. Pero ya que estos días hemos estado ensalzando el valor casi terapéutico de la autocrítica, podríamos aplicarnos el cuento y reconocer que en más de dos ocasiones y en más de tres, al soberanismo radical —ando espeso para los sinónimos, perdón— se le reclaman comportamientos que no son de actores políticos responsables sino de penitentes con flagelo de ocho colas. Sería cuestión de preguntarnos si, una vez, no hemos elegido dejarnos llevar por la cómoda pero absolutamente inútil inercia.

Desplazar a Maroto

En general, no me gustan los frentes ni los cordones sanitarios. Más de una vez y más de seis hemos visto cómo las presuntas santas y nobles alianzas de todos contra uno eran, en realidad, uno de los disfraces de la intolerancia y de la prepotencia y han tenido como resultado algo muy similar al apartheid. Sin embargo, entiendo que hay casos que reúnen tal cantidad de motivos para el aislamiento higiénico, que merece la pena correr el riesgo de equivocarse. Impedir que Javier Maroto siga siendo alcalde de Vitoria-Gasteiz es, en mi humilde opinión, uno de ellos.

¿Por qué? Casi es más procedente preguntar por qué no. De hecho, el último que puede asombrarse de que en la capital alavesa haya una tan amplia como diversa corriente política y social que propugna su desplazamiento es él mismo. De sobra sabían Maroto y sus consejeros áulicos sin escrúpulos (ni probablemente corazón) las consecuencias de la indecente estrategia que eligieron para ganar las elecciones, es decir, para no perderlas. Al tirar conscientemente por la vía del incendio, era de cajón que el precio del éxito de la misión sería gobernar sobre una ciudadanía bastante chamuscada. Tanto, como para no resignarse a volver a ceder el mando a los pirómanos.

Y hasta aquí la teoría. La parte práctica corresponderá a las fuerzas políticas, que deben encontrar el modo de mandar a la oposición a quien, no lo olvidemos, ganó los comicios con holgura. Pero no bastará solo con eso. También tendrán que elegir a una persona de consenso que encabece la corporación y acordar unos mínimos para gobernar en común durante cuatro años. No es tan sencillo.

Las cuentas del cambio

A los 150 kilómetros de rigor, observo con cierta ansiedad la campaña en Navarra. Cenizo por naturaleza, me pregunto si el nombre de este mes o del que viene lo diremos también en aumentativo. ¿Habrá mayazo o juniazo? Siento mentar la bicha. Ya sé que desentono en medio de la desbordante euforia anticipatoria que confirman prácticamente todas las encuestas.

Un momento… ¿Lo confirman realmente? Pasando por alto el larguísimo historial certificado de pifias demoscópicas y los extravangantes resultados que señalan algunos sondeos, ¿se ha parado alguien a contar las fuerzas que harían falta para desbancar al llamado régimen? En general, con tres siglas no llega. Serían necesarias cuatro o, según las circunstancias, cinco, siendo el caso que el tal quinto para bingo debería ser el PSN, lo cual resulta entre irónico y lacrimógeno a la vista de los antecedentes y de las intenciones declaradas. Sola y en compañía de Pedro Sánchez, María Chivite ha dejado claro una docena de veces con quién no está dispuesta a sumar.

¿Y los demás? No parecen invitar al optimismo las zigzagueantes posiciones de Podemos y, en particular, que se haya acogido al comodín de la exigencia de condena de ETA a EH Bildu como contrapartida de su apoyo. Por más imaginación que le eche, soy incapaz de visualizar a los parlamentarios de la coalición soberanista pasando por ese aro.
Diría, resumiendo, que por mal que le vayan las cosas a Javier Esparza y sus navarrísimos mariachis —que ya veremos si es para tanto—, no debe descartarse que el domingo por la noche o en las jornadas siguientes las cuentas del cambio no terminen de cuadrar.

Vivienda y demagogia

El chaval de los recados de Rosa Díez anda propalando urbi et orbi que él solito ha solucionado el problema de la vivienda en Euskadi, oséase, la autónoma comunidad. Aparte de lo que nos vamos a reír cuando en la TDT-party se enteren de que ha sido gracias a un acuerdo diferido y simulado con los por él mismo llamados filoetarras (y cosas peores), resulta enormemente revelador cómo está vendiendo la moto el chisgarabís magenta. Viene a dar a entender que muy pronto bastará levantar la mano y rellenar un impreso para recibir a cambio un piso bueno, bonito y gratis allá donde le pete a cada cual.

Maneiradas, dirán ustedes con razón. Ocurre, sin embargo, que los dos socios de propuesta, PSE y EH Bildu, no lo están explicando de modo muy diferente, cuando saben perfectamente que ese escenario de cuento de hadas no atiende ni siquiera a las difícilmente realizables cuestiones que contiene su pacto. Ese engaño consciente a la sociedad es una profunda irresponsabilidad, por mucho que estemos en campaña electoral. Bien es cierto —aquí hay para todos— que no mejora mucho la cosa que el Gobierno vasco desenvaine el comodín del “efecto llamada a escala mundial”, cuya sola pronunciación nos evoca el nombre de cierto munícipe dado a las demagogias.

Tenemos una suerte fatal con las leyes y proyectos de ley de vivienda. Entre las utopías y las líneas rojas para no perjudicar el negocio ladrillero y bancario, no hemos pasado de un sistema de lotería —literalmente; de hace tres días son los sorteos de pisos en frontones—  y de agravios comparativos reales o percibidos. Y da la impresión de que seguiremos así.