Elecciones, parece

¿Apuestas con Pedro Sánchez de por medio? Ni se me ocurre, que todavía se me ponen las mejillas al rojo vivo cuando recuerdo aquella infausta columna titulada “Otra moción de fogueo”, en la que vaticiné entre aspavientos dialécticos el seguro fracaso de su envite contra Mariano Rajoy. Al final, unas carambolas que dejarían en aprendiz a Paul Newman en El buscavidas lo llevaron a Moncloa, tóquense la narices. Desde entonces, ahí ha seguido coleccionando días en la poltrona, diciendo arre, so o lo uno y lo otro al mismo tiempo, ándese él caliente, que con el florido pensil que lleva adosado en el culo, ya va para nueve meses como presidente.

Y ahora parece —pongan negrita y doble subrayado el parece— que está preparado para su enésimo todo o nada en forma de inminente adelanto electoral. Para darle más dramatismo al asunto, ya ni siquiera amenaza con el megadomingo de mayo, sino que anticipa el órdago a una fecha tan sugerente como el 14 de abril, con el pifostio que eso implica, incluso para sus propios barones territoriales que se juegan algo en las autonómicas o municipales. Insisto en que no seré yo quien porfíe si es capaz o no de consumar el aviso a navegantes, pero sí me aventuro a opinar que no es mala jugada. Una vez más más, de perdido al río, Sánchez, que ya se ha hecho sus cuentas demoscópicas, traslada la presión a quienes creían tenerlo rodeado y a punto de arrojar la toalla. Hablo, por supuesto, de las fuerzas soberanistas catalanas, que hasta este minuto de la competición tampoco es que se hayan distinguido por haber salido airosas de muchos entorchados. En todo caso, lo que tenga que ser será.

21-D, un año

21-D, hace un año también estuve ahí. Recuerdo la interminable caravana desde el aeropuerto del Prat a los estudios de RAC-1 en la Diagonal de Barcelona. El atasco no tenía nada que ver con las elecciones a todo o nada que se celebraban en un territorio intervenido por designio del en aquellas fechas presidente español, Mariano Rajoy, con el apoyo de PSOE —oh, sí— y Ciudadanos. Era lo habitual cualquier día laborable del año a partir de las cinco de la tarde. De hecho, si no fuera por la propaganda que lucían las farolas y las marquesinas de autobús, nada hacía sospechar que a esas horas las urnas recibían unos votos supuestamente decisivos para el futuro de un país que, según se decía y se sigue diciendo, estaba partido en dos.

Tampoco olvido el comienzo del programa especial de Onda Vasca, con una encuesta a pie de urna que, además de vaticinar la pérdida de la mayoría soberanista, señalaba a la Esquerra del ya encarcelado Junqueras como primera fuerza, superando de largo a Junts per Catalunya, la lista del expatriado Puigdemont. Con esos datos, me provoca sonrojo evocar los comentarios de los sabios analistas (incluyendo los míos) y de los portavoces en las sedes de los diferentes partidos. Luego, el recuento real hizo virar los discursos. El independentismo retenía la mayoría absoluta, pero JxC le tomaba la delantera a ERC, con la guinda insospechada de que el (inútil) ganador de los comicios era Ciudadanos.

No negaré que desde entonces hasta hoy han ocurrido unas cuantas cosas, pero buena parte de lo fundamental —cárcel, exilio, procesos judiciales, imposibilidad de encontrar una salida— se mantiene.

Prevaricación y división

Como se decía en los tebeos de mi infancia, que me aspen si lo que está haciendo el juez Llarena no es una prevaricación del tamaño de la catedral de San Nicolás de Kiel, capital del estado de Schleswig-Holstein, cuyo tribunal le ha dejado al togado con las vergüenzas a la intemperie. Hasta donde sabemos, fue el justiciero del Supremo quien se emperró en atribuir a Carles Puigdemont los delitos de rebelión y malversación y quien, en virtud de tal circunstancia, emitió una orden para trincar al escurridizo president y devolverlo a España. Como saben, lo que ha ocurrido es que los magistrados alemanes no han apreciado la tal rebelión pero sí las migajas suficientes de malversación como para empaquetar al prófugo para Madrid. Y claro, eso arruina los planes del recalcitrante Llarena, que ha decidido, olé sus bemoles, retirar la euroorden, lo que pasado a limpio, significa renunciar voluntariamente a perseguir un delito.

La rocambolesca paradoja tiene su correlato en el pifostio creciente entre las fuerzas mayoritarias del soberanismo catalán, que ya no les soy capaz ni de identificar. No hace tanto, estaba claro que eran Esquerra y Convergencia (o viceversa), pero tras el alumbramiento del PDECat y la posterior creación de JxCat como marca electoral a mayor gloria de Puigdemont, las costuras del antiguo partido-guía se han difuminado. O, mejor dicho, acaban de reventar al mismo tiempo que a ERC se le terminaban de hinchar las narices por el clamoroso ninguneo que viene sufriendo la formación en general y su encarcelado líder, Oriol Junqueras, en particular. De nuevo no hay nada tan letal como el fuego amigo.

¿Dos bloques?

Simplifica, que algo queda. Leo, escucho y hasta en ocasiones digo y escribo yo mismo que en las elecciones impuestas del 21 de diciembre en la Catalunya de la DUI y el 155 habrá dos bloques frente a frente. Cuela, quizá, como verdad a medias, pero en cuanto te quitas las anteojeras y te sacudes las legañas, empiezan a no cuadrar los números. ¿En qué bando colocamos a los autodenominados comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias? Según la costumbre, antes de votar, se les acusa de ser “de los otros”, y una vez contados los sufragios, pasan a ser “de los nuestros” para vender la sobada moto de la mayoría pro o anti. A no ser que pretendamos hacernos trampas en el solitario, parece razonable pensar que no son ni esto ni aquello exactamente.

Anotada la salvedad, procede ver si cada una de las dos facciones lo son con todas las de la ley. En la constitucionalista (o sea, unionista), se ven a kilómetros las navajas. Y el fulanismo, claro, que casi no se nota [ironía] lo que le revienta a Albiol salir de paquete de la advenediza Arrimadas. En cuanto a Iceta, ese baila solo. O, dándole la vuelta, solo baila. Su mensaje se reduce a eso.

Más sorprendentes se antojan las zancadillas cada vez menos disimuladas en el flanco soberanista, que es donde se diría que hace falta mayor unidad. Si ya resultó extraño que en las circunstancias en que se dio la convocatoria, fuera imposible consensuar una sola lista, la perplejidad ha crecido ante los mensajes algo más que contradictorios. Como coda, la competitividad imposible de ocultar y el intercambio de cargas de profundidad sobre quién debe ocupar la presidencia.

El DNI

En una conversación en Twitter que seguramente nunca debí iniciar con el diputado de ERC en el Congreso español, Gabriel Rufián, un espontáneo preguntó qué hace a una persona vasca o española. Alguien menos primaveras que yo habría hecho un quiebro, comprendiendo que 140 caracteres no dan para responder a algo así. En mala hora, simplifiqué: “El DNI, la legalidad que tienen que acatar, etc. Cuatro bobadas de ná”. Y ahí me caí con todo el equipo, porque Rufián  —me imagino que sonriendo— aprovechó para soltar el zasca con el que hoy, por desgracia, se fumiga cualquier posibilidad de diálogo. Gran polemista, enorme ventajista con sus casi 100.000 seguidores, me aplastó tal que así: “El DNI @Javiviz? Eres un grande. Gracias de verdad. Que no se pierda ese «pero q pone en tu DNI?» xf”. Mantengo la literalidad, incluyendo mi nick y la peculiar gramática tuitera.

Me quedo, qué remedio, con las hostias como panes que todavía sigo recibiendo de troles y believers rabiosos. Sin embargo, ante ustedes, que en su mayoría me conocen y saben que no cojeo precisamente de unionismo despendolado, reitero lo esencial de mi respuesta. Si todo se redujera a una cuestión de sentimientos, no habría ninguna discusión. A efectos prácticos, estamos marcados por la legalidad que debemos acatar. De hecho, salvo que esté totalmente confundido, se lucha por tener una legalidad propia que refleje y convierta en real lo que se siente. Y dará mucha risa lo del DNI (I, de identidad, por cierto), pero a día de hoy, si tenemos caducado ese papelito plastificado, no nos dejan ni recoger un paquete en Correos. Imaginen el resto.

Lo que nos espera

Primer balance tras la constitución de las nuevas cortes españolas: el PP ha recuperado la presidencia del Congreso. O quizá más llana y explícitamente, el PSOE la ha perdido. Ahí hay materia para una docena de conclusiones, y ninguna buena para las autoproclamadas fuerzas progresistas, de lo que ha cambiado desde las elecciones del 20 de diciembre a su repetición el 26 de junio.

Todavía no se puede decir que lo de ayer vaya a ser el menú degustación de lo que acabará ocurriendo con la investidura. Las sumas necesarias para uno y otro asunto son distintas y, por lo demás, la tozudez suicida de las posturas exhibidas hasta ahora empieza a oler a callejón sin salida, o sea, a tercera convocatoria. En todo caso, aplicando la lupa allá donde, por suerte para los partidos, no mira el común de los votantes, sí tenemos el trailer del culebrón que nos van a largar hasta que haya presidente o se disuelvan las cortes.

¿Más de lo mismo? Les diría que aun peor. Los cada vez menos novísimos han empezado a cumplir el mandato de Pablo Iglesias de  “convertirse en un partido normal” —cita literal, no me escupan a mi, believers de la cosa— a marchas forzadas. Como prueba primera, el birlibirloque de presentar un candidato y anunciar dos minutos antes del pleno que en segunda votación estarían dispuestos a retirarlo y a apoyar a Patxi López. Juego de triles que se suma a su grandiosa acusación a Convergencia, ERC, PNV (y supongo que a EH Bildu) de haber propiciado con su abstención la elección de Ana Pastor. Miren por dónde, estarían reconociendo que al rechazar a Pedro Sánchez en su día votaron a favor de Rajoy.