Diario del covid-19 (24)

Milagro por Semana Santa. Aparecen de la nada diez millones de mascarillas que serán distribuidas a la plebe en medios de transporte por policías que hasta ayer denunciaban que no las tienen ni para ellos. Hasta donde uno conoce, el personal sanitario, que es quien sigue en primera línea, todavía carece de los preciados tapabocas. ¿Tendrán que ir a hacer cola a paradas de metro, tren y autobús a ver si les cae una? Todo esto, sin perder de vista que el Gobierno Vasco, institución que debería coordinar la entrega en los tres territorios de la demarcación autonómica, asegura no saber nada del asunto… ni de las mascarillas que habrían de repartir la Ertzaintza y las policías locales.

Y luego, claro, que nadie se atreva a poner en solfa el enésimo despropósito, pues será acusado de romper el consenso y de no remar en la misma dirección. ¿En qué dirección, si puede saberse? De momento, el único rumbo que hemos visto es un zig-zag ebrio a base de ocurrencias que se lanzan y caen al olvido cuando se anuncia la nueva tanda de propuestas creativas que jamás llegan a realizarse. Y como principio que guía las acciones, el que aventó ayer uno de los uniformados de la junta cívico-militar que nos da las consignas del día: “Hagamos caso al refranero español, que dice que no hay mal que cien años dure”. Glups.

Diario del covid-19 (21)

Y ahora, unos nuevos Pactos de La Moncloa. No sabe uno si cogerla llorona o descoyuntarse de la risa. Aunque quizá lo que verdaderamente debería hacerse sería buscar la fe perdida en el fondo de un baúl, hincarse de rodillas y ponerse a rezar en bucle ante la evidencia de que quien se ha erigido en autoridad máxima para sacarnos de esta no sabe por dónde le da el aire. Dejando de lado que, por más melaza que les hayan echado Victoria Prego y los apologetas de la Inmaculada Transición, aquellos acuerdos fueron un timo de la estampita a quienes los firmaron de buena fe, hace falta tener rostro para reclamar su reedición a modo de patente de corso para hacer lo que a Sánchez y a Iván Redondo les vaya saliendo de la sobaquera.

Por supuesto que la salida de una crisis endiablada como esta requeriría un gran consenso más allá de las siglas o las instituciones que se represente. Pero la condición de partida es la lealtad, la sinceridad y la disposición a consensuar las decisiones o, como poco, a someterlas a debate de pros y contras. No es, desgraciadamente, lo que ha venido haciendo Sánchez. La penúltima prueba es que sus ocurrencias más recientes, lo del Arca de Noé y los test a tutiplén por sorteo las supieron antes los medios amigos que los responsables políticos a los que se les pide respaldo.

Diario del covid-19 (19)

Dos semanas más de confinamiento. “Pero relajando medidas», titulan algunos. “Sin descartar que haya que alargar el periodo hasta finales de mayo”, apostillan otros. Y seguro que lo uno y lo otro salió de los labios del presidente del gobierno español, con esa curiosa facultad para anunciar cosas diferentes en medio párrafo de distancia. Qué curioso ejercicio mental, por cierto, imaginar qué pasaría si el de las comparecencias oficiales tuviera gafas, barba blanca y un peculiar modo de pronunciar las eses. Como poco, las cañas serían lanzas y las lanzas, cañas. O sea, los que ahora echan espumarajos y tildan de inútil al jefe del Ejecutivo andarían pidiendo altura de miras y llamando a remar en la misma dirección. Y viceversa, claro. Los que aplauden con las orejas al líder máximo y tachan de antipatriotas a los que osan emitir cualquier crítica estarían exigiendo la dimisión inmediata.

A mi, francamente, me da lo mismo que me sermonee uno que otro, aunque agradecería un poco de consideración. Vamos, que no me tomen por más idiota de lo que ya me siento. De igual modo, no me pilla por sorpresa la prórroga del encierro, como tampoco me asombrará que vuelvan a largarlo. Temo que lo peor vendrá depués. Es decir, presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga. Adiós, Aute. Gracias por tanto.

(Des)encuentro en Moncloa

Modifiquemos el refranero. Días de nada, vísperas de menos. ¿Acaso alguien esperaba algo del pomposamente anunciado encuentro entre el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y su barbado antagonista, Pablo Casado? Como demasiado, la sonrisa forzada de la foto a la puerta de la Moncloa y unos titulares de aluvión para las parroquias respectivas. Cuentan los proclives al jefe del Ejecutivo que con el líder del PP es imposible el menor acuerdo porque se ha atrincherado en el no por el no y su único objetivo es ganarle a Vox en cerrilidad extremodiestra. Desde el otro lado el relato varía: fue Casado quien llegó con la propuesta de apoyarle durante dos años a cambio de una fruslería menor como romper con los independentistas y pegar un bandazo económico para volver al buen camino neoliberal.

Total, que el uno por el otro, los cromos sin cambiar. Ahí se va a quedar un rato más sin renovar el Consejo General del Poder Judicial. Y casi mejor, pensamos para nuestros adentros los militantes a la fuerza de lo malo conocido frente a lo peor por descubrir. La nave va, puede proclamar Sánchez, que en esta partida recién inaugurada aún va de mano. Con sus tres birlibirloques escasamente comprometidos y sus patadas a seguir en Catalunya, retiene los votos necesarios para ir sacando adelante la legislatura hasta que llegue el momento decisivo de los presupuestos. Tiempo ganado. Unas semanas, unos meses más en el preciado colchón. Para entonces, si Esquerra acaba sintiéndose burlada y vota en contra, al superviviente siempre le queda volver a hacer la ciaboga y aceptar en diferido la oferta que le hizo ayer Casado.

Mal menor o así

Ayer tuve un cariñoso cruce de cargas de profundidad con mi apreciado Jon Iñarritu. Él tuiteó (creo que) con la socarronería aguda que lo caracteriza que no acababa de fiarse de la enésima promesa del gobierno español de ponerse manos a la obra con las transferencias eternamente pendientes. Dejando de lado que yo también tiendo a un escepticismo cimentado en quintales de incumplimientos, le anoté al diputado de EH Bildu que ese gobierno del que dudaba era exactamente el mismo al que hace un mes pelado había sido aupado por la abstención de su formación. Con agilidad gatuna, llegó la respuesta. Iñarritu me apuntaba, palabra arriba o abajo, que la experiencia le empujaba a la desconfianza, que iban a denunciar lo que no se hiciera y, como resumen y corolario, que este gobierno era el mal menor. De inmediato llovieron en tromba retuiteos y likes de su réplica a modo de zasca y chúpate esa, infecto pinchaglobos enemigo del pueblo.

Y vale, sí, que pulpo, animal de compañía, pero también que y sin embargo, se mueve. Quiero decir que, mal menor o bien mayor, Sánchez debe su reválida por los pelos a la abstención de la fuerza liderada por Arnaldo Otegi y, sobre todo, de sus socios de ERC. Bien podían haber hecho como los antiguos convergentes, ahora Junts per Cat, que le atizaron con su no en los morros al tipo que en campaña había prometido traer a su líder esposado desde Waterloo. Pero la coalición soberanista no solo no lo hizo, sino que tuvo guardados sus síes en la recámara por si algún socialista patriota ponía en peligro la investidura. Y todo fue, parafraseando a Otegi hace dos días, gratis et amore. No se olvide.


Agente Ábalos

No vean cómo de pilongos tengo a los especímenes cavernarios que me surten de regüeldos para Suspiros de España —antes. Cocidito— a cuenta del episodio del ministro Ábalos visitando de madrugada el avión de la vicepresidenta de Venezuela en una pista muerta de Barajas. Desde que salió el primer chauchau en uno de esos confidenciales que viven del atraco consentido al Ibex 35, los opinadores de choque andan de jarana biliosa en jarana biliosa. Y la cosa es que no diré que comparto sus demasías, pero sí que no me extrañan porque el fulano de la voz aguardentosa se lo ha puesto a huevo.

Para empezar, hay que ser muy dado al peliculeo, pero sobre todo, muy corto de candelas para meterse a Anacleto de lance, plantarse en un aeropuerto al abrigo de la noche, llegarse a la nave de una persona que tiene prohibido pisar la Unión Europea y creer que nadie se va a enterar. Luego está la primera negativa petulante, cien por ciento Ábalos, al ser preguntado por el asunto. A partir de ahí, cuando todo quisque había accedido a las pruebas de su correría nocherniega, el tipo terminó de coronarse alegando primero que fue a ver un otro ministro que también es amigo suyo y, ya arrinconado, balbuceando que su cometido fue avisar a la número dos de Maduro de que si se bajaba del aparato, se la llevaban presa a Soto del Real. Claro que nada superó su suprema arrogancia al gallear, una vez reconocida la fechoría hasta por su superior en el organigrama, que a un macho-macho como él semejante menudencia —un escándalo internacional de primer orden— no le iba a hacer dimitir. ¿Debemos aplaudir los que apoyamos el gobierno de Sánchez?

Urkullu, no; Chivite, sí

Celebro, no saben ustedes cuánto, el preacuerdo para aprobar los presupuestos de Nafarroa que han alcanzado el Gobierno de María Chivite y EH Bildu. Por la parte maliciosa, por la bilis que —imagino con delectación— empezarán a supurar las huestes cavernarias en cuanto sepan de la noticia. Confirmarán con los ojos fuera de las órbitas y expeliendo espumarajos por las fauces que Sánchez ha vendido la sacrosanta Comunidad foral a la ETA, así, con artículo, que es como les gusta pronunciar el nombre de su bicha favorita.

Será divertido. Pero más allá de eso, el pacto también me provoca una sonrisa socarrona al pensar que las cuentas que va a apoyar la coalición soberanista —la llamo así porque un día puse abertzale y me lo afearon algunos integrantes de la formación— no creo que sean muy diferentes de las que desdeñó con cajas destempladas en la demarcación autonómica. Y sí, ya se conoce uno la película del relato y los adornos sobre los compromisos megamaxisociales que se dirá que se le ha arrancado a la contraparte. Pero no me cuela. O sea, me cuela en la misma medida que hice como que me tragué las aleyuyas de Podemos en la CAV, pretendiendo que gracias a ellos, los presupuestos son requetefeministas, requeteverdes y me llevo una.

Allá cada cual con los autoengaños al solitario y, sobre todo, con lo que se vende a la parroquia. Bienvenidos los pactos, que no dejan de ser males menores porque a la fuerza ahorcan o estrategias del rato que toca. Como digo más arriba, este en concreto lo aplaudo, como aplaudí la abstención con sabor a sí en la investidura de Sánchez. Lo que no se me escapa es el contraste.